Disculpe, ¿está ocupado este lugar? No, tranquila. Siga, puede ocuparlo. Dijo con voz grave, vocalizando cada palabra, Sandro Romero Rey. Y así nos dimos a la tarea de disfrutar de una bella e inolvidable función.
Yo no podía creer que mis ojos estaban presenciando uno de los momentos más bellos y a la vez más tristes en la vida del teatro “La Candelaria”, la penúltima función del montaje “El Quijote”, un trabajo que ajusta 25 años ininterrumpidos, en los que han fraguado como grupo y como elenco no sólo una potente configuración escénica y estética, dirigida en vida y en la misma proporción desde la misteriosa dimensión de la muerte por el bello y siempre recordado maestro Santiago García, sino también por la prueba ineludible de lo que significa la utopía, la verdad encarnada en el poema, en la necesidad de decirle al mundo que se vale vivir desde lo que queremos ser, desde lo que preparamos para lograrlo, no desde lo que nos impone esta sociedad sangrante que infortudamente se sume cada vez más en la tristeza y la desesperanza. Eso es “El Quijote”, un poema a la esencia de la vida, a la cofradía, a la profundidad del amor, al instinto de saber que nunca se está lo suficientemente tan sólo y tan roto para abandonar los sueños.
Es preciso decir que, ver en el escenario al maestro Cesar Badillo, “Coco” interpretando con la misma fuerza, fiereza y tan fielmente a Alonso Quijano, “El Quijote”, después de tantas y tantas funciones, fue una de las lecciones que, como aprendiz del teatro, me marcó más esa noche.
Fuimos invitados especiales como Atabanza Teatral a ésta bella velada, esa misma semana por Lisandro Abaunza, actor de la Candelaria, así que no dimos espera para organizar el viaje.
Aunque ya habíamos tenido la oportunidad de ver el montaje, en meses anteriores, esta vez era mucho más especial, pues por decisión del grupo la obra sería colgada en ese bello armario del recuerdo, así fue como por unanimidad decidieron invitar a amigas y amigos que fueran cómplices del bello ritual de la escena, donde también aprovecharían para celebrar 58 años de vida, de resistencia y dignidad, de creación colectiva, de convicción profunda, de verdad en la ruta escénica del Teatro “La Candelaria”.
Fue realmente conmovedor tomar café en el patio de la casa, mientras íbamos siendo testigos del encuentro de tantas personas conectadas con su historia, así que agudizamos los sentidos para dar cuenta de los abrazos que se iban entrelazando a la llegada, las miradas, los silencios, esas risotadas entre las fotografías y los globos puestos en todas las paredes, que no dejaban de bailar la canción de los recuerdos, y la noche, a la espera de esa otra realidad en la caja negra del teatro.
Actores y actrices como Álvaro Rodríguez, Waldo Urrego, Luz Stella Luengas, Inés Prieto, Carolina Vivas e Ignacio Bejarano, todos ellos formados alrededor del fuego de la Candelaria, y otros personajes como Santiago Moure y Sandro Romero Rey, decían con los ojos lo que las palabras no les alcanzaba y eso, justamente me hacía reflexionar en todo lo que puede generar un director, que no puede ser menos que un padre, un grupo que no puede ser menos que una familia, una casa que no puede ser menos que un útero. A pesar de que ese puñado de seres lideran nuevos espacios y dinámicas tan potentes a lo largo y ancho del país, tienen claro que su casa siempre, siempre, siempre será “La Candelaria”.
Luego vino la lectura de una carta que la maestra Patricia Ariza quiso compartir antes de la presentación del montaje, y fue esta frase: “Somos como murciélagos que nos tiramos en picada al abismo sin saber a dónde caer, sin entender que es en el salto mismo donde nos crecen las alas para no estrellarnos contra el piso”, la que me hizo comprender que los cambios que le vienen a “La Candelaria” son y serán siempre un acierto. Es que tantos años alrededor de la vida y de la muerte, de la creación y de las dudas, son el ingrediente preciso para saber que su ruta es una hazaña y que esa hazaña se pone a prueba todos los días. Una frase tan sencilla y a la vez tan contundente que me confrontó con nuestro propio proceso, con esa apuesta que cada día pasa por la cuerda floja sin una red contra caída.
En seguida todo estuvo listo para la función, y estoy segura de que mientras transcurría, pasaron mil recuerdos y fantasmas atravesando el teatro, era apenas evidente que una atmósfera de misterio nos recorría el alma y el cuerpo por completo. La función fue más que bella, la disposición de cada actriz y cada actor fue impecable, la música, las luces, todo en su conjunto. Y el Quijote, siempre al lado de su gran amigo Sancho, se despidió con dignidad: “Enjugad vuestras lágrimas, no lamentéis mi fortuna, sino por el contrario regocijaos de ella, que la virtud es tan buena que a pesar de toda la maldad y la diplomacia que la asecha, hay más luz en el mundo como la da el sol en la tierra. Tened por seguro que esta prisión que aquí veis es tan solo un descanso que dará más fuerza a mi voz, para trastornar a los más malditos para salvar a todos”.
En la oscuridad y en el silencio que dejó esa despedida, se desprendió un aplauso que no quería cesar. Nadie quería que cesara, pues sabíamos que, con ello, saldríamos a la realidad, que el Quijote en verdad se había ido para siempre, por eso y como pudimos instalamos ese último momento en el corazón. Creo que todos lo hicimos bien. Aquí sigue incólume.
Y tratando de salir de ese estado de nostalgia colectiva, actores, actrices y público, cantamos a unísono cuando encendieron la velita que pusieron sobre una torta cuadrada, para festejar los 58 años de trabajo ininterrumpido de La Candelaria. Fue allí donde no se dieron a esperar los brindis, las palabras entrecortadas y el abrazo colectivo. Cuantos corazones conmovidos en nombre del teatro, esa sí que fue una verdadera razón para dicha.
A esta hora, mientras termino este último párrafo de un remedo de crónica, quizá esté iniciando la última función del Quijote. Quizá los actores y actrices y esa poderosa dupla de “Coco” y “Poly” recuerden siempre que son ellos mismos el Quijote, y que la obra nunca morirá. Que La Candelaria y cada uno de los Candelos son y seguirán siendo los pioneros, esos bellos seres que un día abrieron el camino para todos nosotros.
Quizá el público esté tan conmovido como yo, quizá el Teatro Colombiano pueda seguir forjándose desde la convicción, desde la dignidad frente al oficio, quizá se vuelva a hablar de grupos como familia, quizá se siga trabajando desde la escena para defender la vida, quizá pueda ser evidente el nivel estético de las obras en la misma proporción que la calidad humana de los artistas. Quizá podamos comprender que el arte teatral es tan efímero y por ser efímero hay que trabajarlo día a día para que siga floreciendo con la misma intensidad.
Duitama 8 de Junio de 2024