Por: Lorena Rubiano Fajardo
“El vicio inherente al capitalismo es el desigual reparto de bienes. La virtud inherente al socialismo es el equitativo reparto de miseria”.
Winston Churchill
Tenemos que ser realistas y aceptar las cosas como están y como vienen hacia futuro. No ser apocalípticos, pero tampoco hacer lo del avestruz, para no ver la situación.
La pandemia de la miseria está muy cerca de nosotros. El 50% del aparato productivo del país está colapsado y en su derrumbe nos deja desempleo, no pago de impuestos, no salarios, no pago de servicios públicos o sea que la bancarrota es inminente.
Lo grave de todos esto es que no se ve ni el interés, ni la pujanza, ni el perrenque en el Gobierno y menos en su nefasto ministro de Hacienda el señor Alberto Carrasquilla, para proponer o jalonar un gran proyecto de unidad nacional para reorganizar la economía nacional. Y obviamente lo que menos les importa es ayudar a nuestros campesinos, pero para bien del país y gracias a su tenacidad y su creencia en Dios, son los que más van a sobrevivir a esta pandemia, para seguir ofreciéndonos a los colombianos sus productos de pan coger, comida para llevar a nuestras mesas diariamente.
No hay tiempo para mirar atrás, debemos restablecer el optimismo y la esperanza, saldremos de esta difícil situación. Así los zánganos del poder, no tengan compasión por los cerca de cinco millones de desempleados, que nos dejara esta crisis.
Si el Congreso se sacude puede jalonar esa gran reconstrucción de nuestra economía, hacer una profunda y urgente reforma agraria, no para favorecer a los grandes terratenientes, sino para incentivar el regreso a la parcela campesina. Tiene que volver a ser atractivo el campo. No se puede seguir ahorcando a la clase media y baja como quiere el señor de los bonos de agua, tenemos que ser nuevamente autosuficientes en alimentación y regresar a las grandes exportaciones de productos agrícolas.
A veces y en mis noches de desvelo mirando las estrellas y la luna de mi Togui del alma, se me viene al pensamiento la idea de que a los gobernantes y a nuestros dirigentes políticos les conviene la miseria, para poder ofrecer milagros y jugar con la esperanza del ser humano.
El expresidente de Colombia Juan Manuel Santos afirmó que la pandemia podría causar que la pobreza regresara a los mismos niveles en los que se encontraba hace 10 o incluso 20 años, la pandemia “no es nada en comparación con lo que la humanidad puede sufrir” si no se toman decisiones drásticas con respecto a la sostenibilidad, y en América Latina específicamente, la “desigualdad, por mala distribución de la riqueza y la tierra”.
No es el momento de guerras personales ni partidistas, ni polarizar más al país. Todos hablan de reconciliación, pero al mismo tiempo tiran dardos mordaces contra sus opositores, agregándole un ingrediente más a la incertidumbre de nuestros compatriotas. Bondad, sensatez y amor es lo que necesita Colombia señores dirigentes.
Dios quiera no se nos agote la paciencia.
La pandemia del Covid-19 nos ha recordado las enormes desigualdades que el modelo económico tienen en la sociedad. Si bien es cierto que esta crisis puede agravar la situación de millones de personas en América latina y otras regiones del mundo, lo que más asusta es la frase de los gobiernos y grandes conglomerados económicos de regresar a la «normalidad». Si por normalidad se entiende volver al statu quo previo a la pandemia, en el que las clases menos favorecidas mantendrán sus ingresos precarios, sin la posibilidad de tener empleos decentes, y sin acceso a salud y educación de calidad, y las personas de mayores recursos conservarán sus privilegios, ganados en muchos casos con el favor de la política económica de los estados, entonces lo único que nos queda es esperar la próxima catástrofe mundial, en la forma de otra pandemia, una guerra global, un desastre natural, o los efectos del calentamiento global y la destrucción de los recursos naturales. Como lo pronostica Bill Gates, la siguiente gran crisis será mayúscula que la actual, y hasta ese momento seguiremos manteniendo tristemente nuestra «nueva», o antigua «normalidad», que tanto pidén los dueños del poder económico y político.