
A veces olvidamos las lecciones de la historia sobre el infierno. Los que deambulamos por la historia o la literatura, sabemos que, por lo general, el infierno está del otro lado del mundo, o del otro lado de la calle, o del otro lado de la pantalla, o de una lengua, o de unos ojos… Es decir, enquistado como pretexto en la mayoría de las acciones de la especie; o bueno, en la mayoría de las acciones y de las omisiones, cuando el fanatismo y los prejuicios le ganan a la razón.
La cuestión es que como en Colombia, buena parte de sus habitantes no viven, sino que sobreviven, apenas queda tiempo para respirar, medio indignarse o sentir la presencia de ese mal terrible de que son capaces los seres humanos, y que no es más que una muestra encarnada de lo que es ese lugar inhóspito, esa parte del universo que se alimenta de la crueldad humana -por lo general-, porque también la historia ratifica lo que dijo el santo, y el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.
Uno de los ejemplos más dramáticos que existe en la actualidad, es el genocidio palestino por parte de Israel, esa nación hija de dos traumas -imperialismo y holocausto-, ahora dispuesta a exterminar, de una vez por todas, al pueblo palestino. Algo que venía haciéndose de manera paulatina, poco a poco, arrinconando a estos grupos segregados y miserables, se convirtió en una de las formas de la “solución final”, aplicada por los nazis en los campos de concentración, en los que mataron como a animales, a judíos y a otros colectivos humanos. Esa solución final parece ser el sentido de eso que se llamó Israel, y esa parece ser la nueva etimología de esa palabra.
Las cifras son aterradoras; desde que comenzó el genocidio, han muerto más de 53.000 seres humanos; la invasión ha dejado más de 119000 heridos, y cientos de miles de desplazados. La Nakba como se le conoce a esta tragedia de tener que dejar tierra y casa para comenzar a deambular sin raíces, no ha cesado desde 1948. Por supuesto, el hambre es una peste que persigue a los sobrevivientes en este campo de batalla, en esta fosa común sobre la que Israel echará cimientos, entre los huesos del pueblo al que invadieron y al que fueron despojando de sí, poco a poco, bajo las narices del resto del mundo y con el apoyo del mundo occidental; esa Israel orgullosa de conseguir su propósito y aniquilar, desde la semilla, al pueblo que vivía en el lugar que les brindó el imperio.
¿Los integrantes de Hamas reflexionarán sobre estos resultados? ¿Sabrán contemplar esta destrucción como un costo político que valía la pena? Tal vez pensaron, ¡para qué esperar a que nos aniquilen de a pocos! ¡busquemos que nos exterminen de una vez! ¿La misma sociedad israelí, habrá visto en sus pesadillas más terribles, a los miles de cadáveres de niños y mujeres y ancianos y hombres, uno tras de otro, en fila, bordeando su sentido espeluznante de lo humano? ¿En los muros de los campos de concentración verían los rostros de estos niños? ¿Rozarán con sus dedos el rostro de las niñas y de los niños que son bombardeados y baleados y destrozados por su poder militar? ¿Sentirán estos fanáticos de los dos bandos que sus respectivos dioses se encuentran orgullosos?
Ya se habla de que han asesinado a cerca de 20000 niños, mientras diariamente, la gente muere de hambre y de sed, sin ayudas ni infraestructura ni hospitales. Ser padre y maestro y saber esto, es demoledor, es comprender que el mundo está siendo destruido por la peor de las especies. Alguna vez leí sobre la terrible orden dada a los soldados israelíes que capturaban niños palestinos que les lanzaban piedras; esta nefasta indicación consistía en romperles los brazos. Alguna vez alguno de los profes de la universidad señaló la diferencia entre israelí (los actuales) y los israelitas (de aquellos tiempos bíblicos), otro profundizó en el concepto de intifada y otro más nos habló de Edwar Said, al frente de su pueblo, arrojando piedras, porque casi al final de la vida se comprende que la palabra dignidad, en muchas regiones del planeta, adquiere la forma de una piedra.
Ver las imágenes de los niños es desolador, aterra lo que le hacen a este país que existe y echa raíces en el corazón de millones en todo el planeta. La incapacidad de los lideres de detener la matanza y sentarse a dialogar para poder compartir la tierra y el agua y el aire, deja a todos los demás pasmados; la impotencia crece y se vuelve parte de la rutina; eso en Colombia lo sabemos muy bien: hambre y millones de desplazados y corrupción y asesinato de niños y niños (somos uno de los países en los que más matan niños), pero se supone que aquí existe algo de institucionalidad todavía; allá, se trata de la monstruosidad, del infierno desatado encima de los restos de un país que nació para ser exterminado porque así lo quieren las Necropotencias que se repartieron el mundo durante décadas y que ahora posan de ser faros morales.
14 mil bebés morirán en los próximos días debido a los bloqueos de Israel, dicen los medios. Si los nazis eran una de las formas del infierno que se llevaba el primer puesto en este museo del horror que es la historia humana, Israel llega con honores a mirar con orgullo a los ojos a sus maestros asesinos. ¿Verán algunos de estos lideres mundiales, silenciosos e indiferentes, los rostros de estos niños en los rostros de sus hijos? Qué orgulloso se debe sentir Israel de su horda de matones; qué bien se debe sentir su Dios adicto a la sangre de los débiles, quienes ven en las ruinas y en los cuerpos que su destino es la aniquilación y la satisfacción que le dan sus cadáveres y sus almas a la máquina. A lo mejor, en alguna parte del mundo, alguien pronuncie el nombre de esos niños, de esos bebés, de esas víctimas. A lo mejor sus dioses los susurran para aliviarles el dolor que sienten al morir. Desde este lado del Atlántico, en nuestro propio infierno, y mientras el mundo se dedica a lo banal o a sobrevivir o a intentar destrozar al prójimo, pensamos en esas cifras, en los mutilados: 1500 palestinos han quedado ciegos, 418 trabajadores de la salud han sido asesinados, más de 212 periodistas han sido asesinados, hospitales destruidos, hambre, destrucción, desolación.
No dejo de pensar en esa fila de niños muertos, no dejo de imaginar sus cadáveres cubiertos con sábanas, uno detrás de otro. No veo los rostros de sus familiares, o de los padres, o de los sobrevivientes… Luego recuerdo dos poemas; el primero, un poema de Najwan Darwish, en su libro Exhausto en la cruz (Vaso Roto, 2022), edición bilingüe árabe-español, traducido por Francis Simán y prologado por Raúl Zurita. Cuando tuve el libro en mis manos; un libro que esperé y esperé y que viajó miles de kilómetros; cuando al fin lo tuve en mis manos y lo abrí al azar, salió un poema misterioso que ahora se aclara mientras me pregunto cómo es posible que la humanidad se deshumanice cada vez más, porque este genocidio como todos los demás, nos disminuye, como diría John Donne. El poema del poeta Najwan Darwish es el siguiente:
Al infierno
Al infierno, y deja que los recuerdos se estrellen
como lámparas en el palacio de un tirano.
No me importa qué tanques los derriben:
anglosajones
alemanes
moscovitas,
(tanques que retroceden debajo de sus pistolas
como marineros tosiendo).
Así que deja que los recuerdos se estrellen
y permite al polvo levantarse
hasta el infierno.
No entraré a auscultar los meandros de sentido que subyace en el poema; mejor le pondré un espejo más irascible y coloquial porque está escrito con la sangre que corre en esta otra parte del infierno, tan a merced del capitalismo salvaje, los bloqueos y la estupidez. El poema fue escrito por Luis Rogelio Nogueras y se encuentra en el libro Hay muchos modos de jugar (Letras cubanas, 2005). Sin embargo, la primera vez que escuché el poema, fue en la voz de Silvio Rodríguez, en el concierto que dio en República Dominicana en el 2007 (si no me equivoco). El poema, como el del poeta palestino Najwan Darwish, trata sobre una de las formas del infierno:
HALT
La artillería israelí sigue cañoneando
campamentos de refugiados palestinos
en el sur del Líbano.
(de la prensa)
Recorro el camino que recorrieron 4000000
de espectros.
Bajo mis botas, en la mustia, helada tarde de
otoño
cruje dolorosamente la grava.
Es Auschwitz, la fábrica de horror
que la locura humana erigió
a la gloria de la muerte.
Es Auschwitz, estigma en el rostro sufrido de
nuestra época.
Y ante los edificios desiertos,
ante las cercas electrificadas,
ante los galpones que guardan toneladas de
cabellera humana
ante la herrumbrosa puerta del horno donde
fueron incinerados
padres de otros hijos,
amigos de amigos desconocidos,
esposas, hermanos,
niños que, en el último instante,
envejecieron millones de años,
pienso en ustedes, judíos de Jerusalén y Jericó,
pienso en ustedes, hombres de la tierra de Sión,
que estupefactos, desnudos, ateridos
cantaron la hatikvah en las cámaras de gas;
pienso en ustedes y en vuestro largo y doloroso
camino
desde las colinas de Judea
hasta los campos de concentración del III Reich.
Pienso en ustedes
y no acierto a comprender
cómo
olvidaron tan pronto
el vaho del infierno.
Auschwitz-Cracovia, octubre 1979
¿Pasar por el infierno te hace parte del infierno? ¿Estas naciones genocidas habrán analizado alguna vez la historia de Herodes? Desde esta orilla, y al imaginar los cadáveres de los niños, creo que padecen del síndrome de Herodes, por eso es comprensible que su nueva deidad del algoritmo les señale que deben matar a todos los niños a su paso. Mientras, algunos poetas en Duitama han decidido reunirse en Atabanza, este miércoles 28 de mayo, a las 6:30 pm, allá en La Sala del Grillo, para hacer del ritual de la palabra, un ungüento para paliar esta sensación de impotencia; nos vemos en ese teatro, si todo sale bien, a lo mejor alguno de esos dioses escuche y suceda el milagro de detener tanta matanza. Ahí nos vemos.
Como siempre, estupendo artículo. Nos unimos con nuestra palabra, en contra del monstruo bélico, el próximo miércoles.