Es posible que no pase nada; que cuando regrese la “normalidad” todo vuelva a ser como antes de la pandemia; que las carreteras estén a tope, que los restaurantes vuelvan a colmarse, que los hoteles y demás espacios de alojamiento regresen a plena carga; que los operadores de otros servicios prendan sus máquinas, aperen más caballos, renueven sus propuestas, introduzcan novedades y quién sabe qué más ofertas para volver a llenar cada espacio, recuperar sus empresas y tratar de nivelar la situación económica a los viejos buenos tiempos.
Sin embargo, lo que ha pasado en estos días, y en especial el pasado fin de semana, puente del Primero de Mayo, cuando se aplicó el toque de queda total desde el viernes 1 hasta el amanecer del lunes 4, y el periodo ya de más de 40 días de confinamiento, cuyas huellas se van evidenciando en la plaza mayor de Villa de Leyva con la yerba y el pasto creciendo de entre las piedras, va dejando una sensación distinta sobre lo que será el futuro de la presencia del turismo en la región.
La ciudad sola, sus calles vacías, ni una alma en la plaza un sábado de puente, como fue el dos de mayo, a las tres de la tarde. Estas condiciones eran algo que no se podía pensar fuera de la fantasía. Y resulta que así está sucediendo.
Y no solo en Villa de Leyva; los demás municipios del corredor hasta Ráquira estuvieron en similar circunstancia. En Sutamarchán, la Administración decidió encerrar el centro de la población para evitar el acceso masivo de carros y personas, así como también lo ha hecho el municipio de Arcabuco, mientras en Tinjacá, sin estar las calles cerradas, no había nadie en la calle. Todo esto hace pensar en que el regreso no será lo mismo; no se podrá volver a lo mismo que se vivía antes de la pandemia.
Lo primero que es inevitable es la devastación económica del turismo en la región, tal como se venía operando dentro del modelo de la vieja normalidad; esto será de consecuencias colosales, donde quedarán muchos tendidos en el camino de la quiebra económica; que seguramente no se podrán recuperar como ya se dice de Villa de Leyva donde dueños de restaurantes, de hoteles y hostales, y operadores de servicios complementarios, han agotado sus reservas y difícilmente podrán soportar más tiempo sin trabajo e ingresos; que han perdido la capacidad de resistencia o que la perderán, si la incertidumbre se prolonga.
Así que los que resistan y los nuevos que lleguen, seguramente tendrán que presentar nuevas formas de manejo, propuestas distintas que atiendan las exigencias de lo que serán los clientes o usuarios que surjan después de la crisis, cuyas expectativas aún no se conocen, pero que con seguridad van a ser distintas en gran medida.
Y es aquí donde se hace indispensable la acción inmediata de los gremios del sector, las autoridades locales, el gobierno departamental y el nacional, donde todos empiecen a trabajar y a pensar en los nuevos escenarios, otros servicios y usos distintos de los recursos disponibles.
Sutamarchán debe buscar diversificar su oferta gastronómica; Tinjacá tendrá que complementar la industria de las arepas; Ráquira está obligada a recomponer la producción alfarera y acabar con la grave contaminación; Sáchica deberá diversificar su “famosa gallina”, ofrecer otros productos y servicios.
Y todos deberán acordar nuevas formas de cuidado y aprovechamiento de los recursos hídricos, cuyo nivel crítico de uso hace rato se sobrepasó; tendrán que reformular su ordenamiento territorial y los usos de los suelos ante una agricultura muy cuestionable por los perjuicios al suelo, el excesivo uso de agroquímicos y lo azaroso de sus resultados que oscilan entre la superproducción y el desperdicio, las quiebras irremediables, ganancias coyunturales que a la postre también se pierden y la incapacidad de dar el paso hacia otros proceso de transformación.
En cuanto al desbocado urbanismo de la región, Villa de Leyva debe ser el caso principal de estudio y transformación pues sus consecuencias ya son medibles y valorables.
Los costos del suelo, las formas constructivas, la disponibilidad de agua, las fuentes de energía, los sistemas de movilidad y la oferta de espacios públicos, la disposición de residuos y tratamientos de aguas servidas, la formación del paisaje construido y natural, las relaciones de propiedad y los desequilibrios y exclusiones entre la parcela tradicional y los grandes y costosos proyectos que a su vez alteran el acceso equitativo a algunos bienes y servicios, con impactos muy cuestionables en el tejido social, son entre otros factores a tener en cuenta en un nuevo modelo que debe surgir a partir de esta crisis.
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Con el pasto y la yerba creciendo en la plaza mayor de Villa de Leyva, también deben surgir y crecer nuevas ideas, porque lo único no deseable y, ojalá que no sea posible, es volver a la antigua “normalidad”.
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