El pan de Nazaret

Foto | Archivo personal
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Generalmente, cuando hablamos de experiencias místicas, nos referimos a fenómenos sobrenaturales como apariciones, visiones, toques o revelaciones, sin una justificación razonable. Sin embargo, las experiencias místicas muchas veces van más acá, que más allá, y se acercan mucho más a lo terrenal. Para aquellos que encuentran sentido en servir a los demás, el camino para hacerlo parece surgir casi por arte de magia. Esta situación me llevó a conocer «La Ciudad de Dios, Casita de Nazaret de Chiquinquirá», un lugar mágico donde lo humano se vuelve celestial.

Por | Juan Sebastián Jiménez

Recuerdo a principios de año cuando la radiante Teresita Caro me contó con gran entusiasmo lo que sucedía en el antiguo colegio de Nuestra Señora del Rosario, ahora Ciudad de Dios, un lugar lleno de posibilidades para quienes disfrutan del voluntariado, en nombre del Señor. Había roperos con prendas en excelente estado a precios accesibles, la Posada El Peregrino para personas sin alojamiento, espacios recreativos y de oración para quienes deambulan, atención psicológica y de salud para quienes la necesitan, y el gran comedor «El Pan de Nazaret», del cual ahora formo parte.

Mi primer día como voluntario en la Ciudad de Dios comenzó con el encuentro con la hermana Juliana, quien muy amablemente me recibió y marcó el sentir de cada vez que he ido desde entonces con la frase «Entrega este servicio al Señor», Me guió hacia la cocina, donde más de 20 personas, hombres, mujeres, adultos, jóvenes, voluntarios y hermanos, desde temprano, iniciaban el trabajo en este comedor comunitario. «Toda mano es útil ante los ojos de Dios», me dijeron cuando pregunté en qué podía ayudar. Encontré mi lugar como mesero del comedor, experiencia que había tenido en mi epoca de universidad siendo mesero de varios restaurantes, y descubrí en este equipo una organización llena de disciplina y amor, liderada por la jefa de cocina, doña María. Se organizaban las labores de cada voluntario: picar, cocinar, servir, llevar, limpiar y, sobre todo, sonreír por la fiesta del servicio, con un sentir divino de paz, armonía y belleza, tanto física como espiritual.

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Con todo listo para recibir a más de 150 personas que asisten y pagan $1.000 por un plato de comida, comienza la atención a la comunidad de escasos recursos: habitantes de calle, recicladores, vendedores ambulantes, migrantes, familias y personas de la tercera edad. Estos chiquinquireños, que día a día vemos por nuestras calles y desconocemos como entes que se confunden en el paisaje, aquí, en el comedor, son tratados por igual y atendidos como se lo merecen. Al final, todos compartimos del mismo plato, y la única diferencia es entre quien atiende y quien es atendido. Además, el almuerzo es una oportunidad para dialogar, escuchar sus historias de enfermedad, sufrimiento y necesidad, lo cual resulta reconfortante y sanador, culminando en un fuerte abrazo y una bendición en agradecimiento de quienes disfrutan de este comedor.

Foto | Archivo personal

Al finalizar cada jornada en «El Pan de Nazaret», una sensación de gratitud, purificación y plenitud invade mi interior. Al ver las sonrisas en los rostros de aquellos a quienes servimos, comprendo que el verdadero milagro no radica en lo sobrenatural, sino en la capacidad humana de brindar amor y solidaridad a nuestros semejantes.

La experiencia en la Ciudad de Dios me enseña que el servicio desinteresado es el puente que une lo terrenal con lo divino. En este pequeño rincón de Chiquinquirá, descubro que en silencio, la verdadera grandeza reside en la entrega hacia los demás, en la generosidad que trasciende las diferencias y en la comunión de corazones que buscan un mundo más justo y compasivo en el cual el sentido de la vida sen encuentra en el amor compartido, donde cada acto de bondad es un tributo divino en cada uno de nosotros.

Si usted ha leído este artículo, seguro que tiene vocación de servicio, lo invito a que conozca este increíble lugar, pero ante todo que apoye con insumos, alimentos y servicio, “El pan de Nazaret” quienes necesitan de nosotros para continuar ayudando, a quienes más lo necesitan. Para donaciones pueden comunicarse en el número 3204728650 con la asociación Carmelitas de San José.

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