Por| Publio José Buitrago
Quiero es invitar a los marchantes a ser reflexivos y replantear sus conductas, para que no sigamos saliendo al marchódromo a reclamar algunos de nuestros derechos, paradójicamente, pisoteando y vulnerado los derechos de los demás.
Justo cuando transitaba por la avenida norte de Tunja en sentido sur – norte, frente a la UPTC, tuve la extraña coincidencia de hallarme al momento exacto en que un pequeño grupo de fortachos encapuchados sacaron su valla de angeo verde y la arrojaron a la mitad de la acera y sin mediar palabra o gesto alguno procedieron a cerrar la vía, y de esta manera, supongo, dar inicio a la marcha programada para el pasado día 21 de enero.
A esa hora no es normal que haya trancón, pero después vi que estaban pintando una cebra metros adelante y que la vía por donde transitaba estaba reducida a un carril, razón por la cual el atasco vehicular me permitió ver con detenimiento como transcurrió el inmediato colapso de tráfico en sentido contrario (Norte-Sur).
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Los primeros en la fila que quedaron justo en frente de los encapuchados, desconcertados e impotentes al ver cómo frente a sus narices se les impedía continuar su camino, vacilaban entre mandar sus vehículos por encima de los obstáculos y exponerse a ser impactados por una piedra de origen desconocido o asumir pacientemente la situación y buscar en reversa el camino de regreso; al parecer optaron por la segunda opción. Los ocupantes de los vehículos de más atrás, también quedaron desorientados sin saber que estaba pasando, si el atasco era momentáneo o era normal, incluso algunos aprovecharon para rebasar a otro carro y acercarse aún más a la cabeza de la fila, para luego dar marcha atrás al percatarse de que la marcha no los dejaría pasar en unas cuantas horas.
No se veía autoridad alguna que reorganizara el tráfico y era lógico porque todo ocurrió de manera súbita. Finalmente, los más afortunados que quedaron más atrás lograron escapar por las vías alternas del barrio los Cristales y fueron dando paso a los que venían en reversa y de esta manera la avenida quedó solitaria; ahí sí, después de todo ese caos, cerraron la vía las autoridades de policía.
Esto no pasaría de ser anecdótico, sino fuera porque al haberlo visto tan de cerca fue un detonante para sacar por fin algunas reflexiones que siempre quise expresar y no lo había hecho. Por una parte, traté de meterme en la cabeza del encapuchado mayor que arrojó con carácter recio los primeros obstáculos, unos palos gruesos que sonaron duro al impactar el piso, como reafirmando su derecho a protestar, y de paso su derecho a manifestarse para reclamar muchos otros derechos, en lo que está en todo su derecho; ¡vaya!, creo que me estoy derechizando mucho. Pero por otra, también traté de meterme en la cabeza del conductor de la buseta, del taxista, del independiente que se dirigía a rebuscarse lo del día, o del enfermo que quedó atrapado en la ambulancia y que no se si logró llegar a tiempo a urgencias para que se le salvara la vida.
En el caso extremo en que la ambulancia no lo hubiera logrado, y en el más extremo todavía, de que los que obstruyeron la vía se llegaren a enterar del insuceso, no creo que ninguno de los manifestantes sintiera el más mínimo remordimiento por lo que en parte habían ocasionado; es más, supondría que como justificación, el derecho a la protesta se pondría, incluso, por encima del derecho a la vida, pero creo que me estoy yendo a los extremos.
Pensaba para mis adentros, ¿qué diferencia habría si la marcha iniciara una cuadra más adelante?, allí donde el semáforo permite a los vehículos dar la vuelta o tomar varias vías alternas, es solo una cuadra que permitiría que el flujo vehicular transcurriera sin mayores traumatismos para la gente del común, que en su mayoría comparten los motivos de la marcha. Pero no, ya es costumbre que las marchas empiezan ahí, justo debajo del puente peatonal de la salida de la UPTC. Si los estudiantes lograran replantear solo ese punto de partida, sería una mínima señal del verdadero sentido de solidaridad y respeto por los derechos de esa masa amorfa de humanos que llaman el pueblo, ese pueblo al que representan y pertenecen.
Pero pareciera que la protesta estuviera dirigida más bien contra ese pueblo, que es el único que sufre las consecuencias directas de la falta de movilidad, en tanto que los responsables de las decisiones públicas se suelen atrincherar detrás de sus escritorios, que muchas veces ni siquiera quedan en la misma ciudad. Se me antoja también que la sociedad ha sucumbido ante el derecho a la protesta sacrificando otros derechos, como el libre tránsito, el derecho al trabajo e incluso a la vida, como se dijo líneas atrás.
Se sabe que existe una jerarquía entre los derechos y que unos, los fundamentales, tienen preponderancia sobre otros, económicos, sociales y hasta ambientales, pero pareciera que ese endiosado derecho a manifestarse públicamente estuviera por encima de otros mucho más esenciales. Normalmente me abstengo de marchar, no porque no tenga motivos de sobra para hacerlo, sino porque de la forma como se hace siento que contribuyo a pisotear los derechos ajenos, aquellos que no llegaron a tiempo a su cita médica, a los que perdieron la entrevista de trabajo o a quienes no les van a pagar ese día por no trabajar, o que no pudieron abrir su negocito, o en el peor de los casos, a quien le destruyeron su comercio o su fuente de empleo, o cuya ambulancia no llegó a tiempo y no tuvo ya más oportunidad de protestar.
Y con esto no quiero justificar que se deba reglamentar la marcha y que le demos motivos a los administradores del Estado, que todo lo quieren prohibir, intervenir o regular, sino más bien quiero es invitar a los marchantes a ser reflexivos y replantear sus conductas, para que no sigamos saliendo al marchódromo a reclamar algunos de nuestros derechos, paradójicamente, pisoteando y vulnerado los derechos de los demás.
Tal vez un día nos inventemos nuevas y más eficaces formas de protestar, como el cacerolazo virtual, una pegatina o un globo en el carro, por ahora me conformaría con que marcháramos a protestar en las urnas y que los resultados electorales estuvieran acorde, o que si hay dos carriles solo se marche por uno y se deje el otro libre, o que por lo menos se fije y se respete la hora y el trayecto de las marchas; así, tanto los manifestantes como las autoridades y los ciudadanos del común, no se verían sorprendidos por las conductas arbitrarias de los unos y los otros. Confío en la inteligencia, no de la sociedad porque la sociedad no tiene cerebro, pero sí en la de sus miembros y en especial de aquellos que toman las primeras decisiones, esas que los demás siguen como borregos sin cuestionarse o percatarse de sus consecuencias.