El juicio final ante el huracán de la barbarie

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Por | Manuel Humberto Restrepo Domínguez

El juicio final para los cristianos está asociado al día en que los muertos resucitarán, y cada persona será juzgada por sus obras, en el islam Alá juzgará a todas las almas y dirá cuales irán al paraíso, para la nación colombiana en juicio final será el 28 de julio en que el derecho resucitará de dilaciones, ataques y desviaciones para reclamar su independencia de la mano de una juez independiente, una mujer libre y justa que juzgará para salvar la democracia y devolverle el valor a la esperanza de que nadie por intocable y poderoso que parezca tendrá ganada la impunidad ni el al paraíso.

     En la tensa encrucijada donde el derecho colisiona con el huracán de la opinión pública, y la opinión pública choca con la política vacía, degradada, agredida con sistemáticos mensajes de odio y desinformación enviada por quienes acuartelados en sus trincheras y centros de mando fabrican matrices mediáticas para ocultar y desvirtuar la verdad, irrespetar las ideas e imponer con amenaza e indecencia su falsedad, tergiversando cualquier decisión, proyecto, programa o conducta que no esté en su órbita de herencia colonial. En ese marco actuará la juez del caso AUV vs compra de testigos que el mismo AUV interpuso en 2012 y que la justicia en efecto bumerán (giro procesal) le devolvió.

     En circunstancias de juicios al menos parecidos algunos jueces han tallado su nombre en la historia no con la comodidad del consenso, sino con el cincel del coraje. Baltasar Garzón en España, desató una tormenta política al exhumar los crímenes del franquismo en 2008, ordenando la apertura de 1.300 fosas comunes y persiguiendo a 35 jerarcas de la dictadura; enfrentó el peso de una Ley de Amnistía blindada por décadas, campañas mediáticas que lo tildaban de “revanchista”, y finalmente su propia suspensión judicial en 2012, todo mientras el 67% de los españoles rechazaba remover ese pasado; el mismo juez Garzón adelantó el juicio y orden de captura internacional contra el dictador Augusto Pinochet, invocando la jurisdicción universal para crímenes como genocidio, terrorismo, tortura y desapariciones forzadas, cometidos durante la dictadura en Chile (1973–1990), que tuvo el respaldo del gobierno de los Estados Unidos y la CIA, estuvo 500 días preso en Londres.

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     Ruth Bader Ginsburg, calificada como una jurista débil, menuda, tranquila, se convirtió en ícono feminista de justicia y valentía, libró batallas silenciosas pero revolucionarias en especial con el caso United States v. Virginia en 1996, ella logró derribar las barreras que excluían a las mujeres de la educación militar elitista usando como estrategia jurídica casos de discriminación masculina para fisurar el sistema, pese a recibir amenazas de muerte por su defensa y solida argumentación, que despertó la ira de un conservadurismo que anhelaba su renuncia y deseaba su muerte.

     En Sudáfrica, Albie Sachs, cuyo brazo derecho voló por una bomba de la policía del apartheid, sentó en la nueva Constitución un principio radical en State v. Makwanyane en 1995, abolió la pena de muerte contra el apoyo mayoritario del 76% de una ciudadanía sedienta de venganza, su argumento central fue el de “la dignidad humana es inviolable, incluso para los verdugos”, convirtiendo su dolor personal en un muro contra la perpetuación del odio.

     En Colombia la Corte Constitucional, con magistrados como María Victoria Calle y Alberto Rojas Ríos, legalizó el matrimonio igualitario en 2016 bajo presiones, irrespetos y marchas masivas empujadas por cardenales y “gentes de bien”, la amenazante campaña viral de “#ConMisHijos NoTeMetas” y la sombra de clanes y partidos políticos tradicionales manipulando las emociones del país que empezaba a despertar de la brutalidad de la seguridad democrática que “neutralizaba” contradictores y adversarios; a cinco años 4.500 parejas diversas habían sellado su amor ante la ley.

     En India, el juez Chandrachud despenalizó la homosexualidad en 2018 al tumbar la arcaica sección 377 del Código Penal, desafió al gobierno de Modi, señalado de haber propiciado retrocesos significativos en derechos civiles, pluralismo y democracia (Modi utilizó su imagen personal como figura dominante, reforzando un culto a la personalidad, similar al logo del C.D con la figura de su líder AUV),  y a turbas nacionalistas que clamaban por “preservar la moral tradicional”, con palabras que resonaron como un grito en la oscuridad y que justamente por su demostración de fuerza, ignorancia y vulgaridad, reforzaron la idea de que “La intolerancia no puede negar la luz de la razón».

     Estos jueces y juezas están en lo más alto de la historia jurídica y política, por su grandeza, honestidad, ética, independencia y capacidad para romper los tejidos de dilaciones y trampas de quienes invocan el derecho como herramienta de trampa o arma de guerra. El 80% recibió amenazas de muerte según la Comisión Internacional de Juristas (2023), pero sus victorias a menudo solo fueron reconocidas años después, cuando la sociedad asimiló que su valentía no era terquedad, sino fidelidad al principio mayor de que la legitimidad judicial no nace de complacer mayorías, ni usar el derecho como arma envenenada. Su legado demuestra que el derecho, en manos de espíritus indomables, de recta virtud, éticos, responsables, puede ser el último dique contra la tiranía y la impunidad, porque no se juzga para vengar las bombas del pasado, ni interrumpir la sanación de las heridas, sino para que nadie vuelva a plantarlas en el futuro. El 28 de julio frente al huracán de la intolerancia, una jueza colombiana quedará en el corazón y las mentes colombianas para volver a creer en la justicia.

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