
La presidencia de Donald Trump ha roto el orden internacional organizado a partir de la declaración de derechos humanos de 1948, los convenios de Ginebra de 1949 y la organización de naciones unidas, creada para promover la paz, la justicia, la estabilidad, el respeto por el ser humano y la autodeterminación de los pueblos. Trump se puso por encima de tratados, acuerdos, leyes y alianzas, abdicando así de su rol de garante de un orden basado en reglas y aportando a la caída del imperio.
El mundo hoy es más inseguro para los estadounidenses, más caótico y conflictivo. Internamente ha deteriorado la confianza y solidez institucional, humilla a sus empleados, amenaza con tropas y brutalidad en las calles, invade otros poderes, exalta la cacería humana de inmigrantes, los encadena y desaparece, exacerba la ignorancia. Ha erosionado la confianza en el gobierno y desgastado a sus instituciones. Pensar que el imperio se derrumba no es solo metafórico, es tangible la desintegración del orden liberal y su democracia de mercado. El imperio, se derrumba desde dentro, implosiona víctima de una política que confunde la fuerza con el liderazgo y el aislacionismo con la grandeza.
Trump, junto a su club de multibillonarios, ha desmantelado sistemáticamente el multilateralismo, sustituyéndolo con un nacionalismo de ultraderecha global racista, xenófoba, homofóbica, clerical, islamofóbica, patriarcal, que promueve la americanización del mundo, con conductas de obediencia, lealtad y sumisión a su medida. La cascada de decisiones diarias para adentro y para afuera de sus fronteras parece tomada de historietas, de un reality show de negocios, de un juego de monopolio o de una pataleta conforme haya pasado la noche, pero no es así, hay plan, hay ego y hay poder.
Rompió las reglas de las relaciones entre la casa blanca y las agencias de inteligencia, el departamento de Estado y el cuerpo diplomático, con purgas de funcionarios y desprecio por los informes técnicos creando un ambiente de inseguridad y politización. Ha desmantelado la “profundidad de Estado” debilitándolo, privándolo de experiencia, memoria institucional y controles necesarios, su despótica retórica polariza, profundiza divisiones sociales y hace que la gobernabilidad dependa cada vez más de la lealtad a él como persona y no a un sistema de instituciones.
En el ámbito político y diplomático, el retroceso ha sido drástico, “acabó su reserva democratica”, retiró a Estados Unidos de acuerdos internacionales clave. Minó la arquitectura de la justicia y la seguridad global, amenazó a la ONU, la CPI, la CIJ, a las ONG de derechos, presidentes, a China, Rusia, India, trato como competidoras a la OTAN y la Unión Europea, que son sus sumisas y silenciosas aliadas, abandonó el acuerdo de París y ridiculizó la lucha contra el cambio climático y los avances de la ciencia, siendo la nación más contaminante. Sacó al país del Consejo de Derechos Humanos de la ONU y le socavó la credibilidad, repudio el plan de acción integral conjunto con Irán y descartó unilateralmente los acuerdos globales, destruyó la confianza de futuras negociaciones sobre energía nuclear y aumentó la inestabilidad regional, fue el cómplice del genocidio sionista, ordena ejecuciones extrajudiciales en el mar caribe y pacifico de América Latina, quiere el petróleo de Venezuela y la amazonia. Sus acciones no son aisladas, forman parte de una doctrina de desprecio.
En el ámbito militar y estratégico, las decisiones de Trump han deteriorado el clima de paz global con su voluntariosa narrativa de “paz mediante la fuerza” y estigmatización como comunistas, traficantes o terroristas a eliminar a quienes no se ponen de rodillas o defienden derechos, soberanía, autodeterminación y autonomía y elimina recursos de seguridad social internamente y de cooperación pactados para aumentar el gasto militar para mejorar sus negocios y presionar una nueva carrera armamentística que obligue a las otras potencias a seguir el mismo camino.
El pilar económico de su desglobalización, como amo del mundo ha sido corrosivo. Su “guerra de aranceles” aumentó la intensidad de la guerra comercial para aislar a China y castigar a los más débiles, imponiendo aranceles de cientos de miles de millones de dólares con un enfoque unilateral, que al no contar con sus aliados dañó la economía global, perjudicando a sus propios agricultores y consumidores estadounidenses. La incertidumbre llego a sus propis mercados, paralizó a la OMC dejando al sistema multilateral de comercio en un limbo, atravesado por una política de “todos contra todos”, que debilita las cadenas de suministro globales y mina la cooperación económica que sostenia la estabilidad global a su favor. Contrario a todo resulta que es el país con el déficit comercial (más importaciones que exportaciones) y fiscal más altos entre potencias (1.600 billones y 6.3% PIB).
Para el mundo Trump, más allá de tirano, emperador o “rey” como lo señalaron 7 millones de personas en 2.700 ciudades protestando contra él, puede encarnar también la buena noticia del que actúa acelerando el imperio a su implosión, lo deshace lentamente. Trump está haciendo el favor de que el mundo vea como se derrumba el imperio con él como esperado sepulturero. Cada decisión y amenaza que lanza es una reorientación fundamental que aporta para desmontar el orden liberal e internacional y sus herencias de colonización y empuja hacia la derrota del imperio made in América.
P.D. Recapitulación: Del expresidente condenado en primera instancia a 12 años por delitos de fraude y soborno, la segunda instancia invalidó la forma de captación de unas pruebas, y lo “absolvió”. Nunca declaró ni demostró su “inocencia”. Es claro entonces que el delito sí se cometió. Seguirán los procesos sobre “presuntas delitos graves” asociadas a crímenes internacionales, de lesa humanidad, masacres, espionaje, ejecuciones sumarias.












