
Sin objeción alguna, los actuales tiempos digitales con sus inatajables avances tecnológicos han facilitado el desarrollo social, económico y cultural de nuestra sociedad. Empero, dichos progresos han venido desplazando la genialidad y destreza intelectual de la condición humana.
Como un grandilocuente espectáculo, la era digital se impone en diversos escenarios en nuestro diario vivir instaurando consigo una norma de conducta prioritaria: la instantaneidad y la comodidad por encima del rigor y del análisis, una nueva forma de informar en tiempo real signada, más por el impacto visual y emocional de las imágenes, las selfies y los reels, que si bien resultan útiles como canales de comunicación e interacción, han desplazado la capacidad, sentido de examen y reflexión en el ser humano.
Nuestra realidad, inmersa en un debate público constante y crispado, no escapa a los cantos de sirena que ofrece esta nueva “cotidianidad digital” del espectáculo: actores políticos nacionales y locales, líderes de opinión en general a la hora de encarar debates de interés nacional prevalecen como regla general la inmediatez sobre el análisis deslegitimando la esencia democrática de los debates transformándola a un escenario pobrísimo convertido en un show mediático que antepone la conquista de likes y seguidores digitales sin un mínimo esfuerzo intelectual, la algarabía y ciego fanatismo por encima de la racionalidad y el argumento, desviando el objetivo fundamental del ejercicio político: establecer pactos y consensos para encontrar soluciones a las problemáticas del país.
Como sociedad también estamos sucumbiendo al vaivén del espectáculo impuesto por los tiempos digitales. Las redes sociales, si bien han permitido el surgimiento de liderazgos y ofrecido novedosos formatos para informar a la ciudadanía, han allanado el tránsito a las grandes mentiras y las verdades a medias o tergiversadas. Los insultos y enfrentamientos han acabado con la franca conversación y con las discusiones de disenso respetuosas y reflexivas. La conversación pública está dominada por las emociones, los sesgos y la continua desinformación.
El presente no se está viviendo, se construye para la memoria ajena. El espectáculo con su ritmo frenético adquiere superioridad diseñando contextos de visibilidad emocional en la percepción pública, donde la veracidad pierde relevancia y se imponen las realidades fabricadas como últimas y únicas verdades.
Igual panorama se avizora en algunos medios de comunicación a la hora de informar a la ciudadanía, pareciera, han permitido la inmediatez del espectáculo: urge difundir más el titular de prensa que el contenido y la reflexión objetiva a la hora de informar cediendo al vertiginoso poder del algoritmo de las redes sociales. Recientemente la avezada periodista Yolanda Ruiz, galardonada merecidamente con el Gran Premio a la Vida y Obra de una Periodista, (Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar), en su discurso describió con valiosas reflexiones el sombrío panorama del espectáculo que ha acaparado a los medios de comunicación:
“Este trabajo, reitero, es un ejercicio de resistencia pacífica porque nos obliga a ser veedores de todos los poderes. Y todos, absolutamente todos los poderes, quieren en algún momento interferir con la información. Incomodar es parte de nuestra tarea, como preguntar y cuestionar. Nos corresponde contar lo que pasa tratando de estar lo más cerca posible de los hechos y lo más lejos posible de nuestros prejuicios. Ser veedores de los poderes no significa, como pasa a veces, elegir a uno para fiscalizar y mirar para otro lado frente a lo que hacen los otros. El periodismo nos obliga a mirar con ojo crítico a todos: al Gobierno, al Congreso, al poder judicial, al poder económico, a los poderes ilegales, a quienes ejercen la oposición y a ese poder que emergió de la mano de las nuevas tecnologías: el poder del algoritmo y el de las audiencias reales o ficticias porque no todo el que insulta o aplaude desde una red es un ciudadano. A veces es un fantasma que ayuda a inflar egos o a destruir personas. También ahí tenemos que resistir.
Nuestro trabajo no es complacer auditorios ni ganar aplausos. Con mucha frecuencia la resistencia consiste en ofrecer a la sociedad lo que necesita saber y no lo que quiere saber. Por eso es tan peligroso cuando para un periodista se convierte en prioritario buscar el “me gusta” y no buscar la verdad. Es posible que aquello que hacemos no le guste a la audiencia, pero si es lo que se debe saber lo debemos informar”[1]
Cuán verídica descripción hace la periodista Yolanda Ruiz, en este año preelectoral buena parte de los medios de comunicación han sustraído el rigor de informar y la objetividad a cambio aumentar las audiencias de las redes sociales y de paso complacer la dictadura del algoritmo.
Estas líneas no pretenden desconocer los avances ni satanizar las bondades de la inmersión tecnológica en nuestra cotidianidad, la reflexión gira en torno a reconocer la urgencia de fortalecer los espacios de alfabetización digital para la actual y las nuevas generaciones. La tecnología como herramienta fundamental para el desarrollo y progreso de la sociedad debe estar al servicio del ser humano y no éste a merced de la tecnología.
«Pase lo que pase, nuestra esencia está intacta. Somos seres llenos de pasión. La vida es desierto y oasis.
Nos derriba, nos lastima, nos enseña, nos convierte en protagonistas de nuestra propia historia.
Aunque el viento sople en contra, la poderosa obra continúa: tú puedes aportar una estrofa.
No dejes nunca de soñar, ya que en sueños el hombre es libre. No caigas en el peor de los errores: el silencio”.
Carpe Diem, (fragmento). Walt Whitman
[1] https://premiosimonbolivar.com/pdf/discurso_vida_y_obra-premio-nacional-de-periodismo-simon-bolivar_edicion-2025.pdf?s=08












