Por: Manuel Humberto Restrepo Domínguez
Allí, donde la ética ha perdido su norte, está instalada la corrupción; y, donde ha fallado la estética, la vulgaridad está posicionada.
En Colombia la ética fue derrotada por la ansiedad de las elites y la avaricia de las mafias, que al juntarse, han dejado a su paso la destrucción de la nación y de las nociones de democracia y bienes públicos. Las mafias diseñaron estructuras de poder paralelo; renovadas fórmulas de dominación y faraónicas y obscenas edificaciones; extorsionando curadurías, modificaron el orden de la vida tranquila, eliminaron por igual los cuerpos de sus contradictores y los espacios comunes de las ciudades. Pusieron a gravitar la dimensión de lo social en torno a ellos, obligaron a la gente a hablar de ellos con adulación y se hicieron temer por su crueldad. Matan con placer al que se opone a sus mandatos y deseos y han sido obedecidos por hombres mediocres; el ejemplo es Popeye, el ferviente Uribista pura sangre, que mató a su novia a pedido de su patrón, quien después de haberla violado y vejado, le dio la orden de asesinarla y este obedeció; y, después, nunca paro de matar por oficio. Con esta misma lógica de los francotiradores de la CIA y los contratistas del pentágono en países invadidos, se replica en agentes oficiales de escuadrones especiales en Colombia.
La falta de ética favorece la pavorosa mezcla de nazismo moderno en la política y mafia en la economía; y, a falta de estética, se reproduce sadismo, morbo y pornografía, con las que llenan paredes, imaginarios y redes sociales, animando la destrucción de lo colectivo, lo solidario, lo común, con mensajes de odio y resentimiento dañinos para la convivencia, el dialogo, la fraternidad. El partido de gobierno es experto en aprovechar los espacios sin ética ni estética, porque, mejor que nadie, ha entendido el modus operandi de las mafias locales que se engendraron, en las elites unas y, otras, que pactaron con ellas. El vacío ético les ha servido para gobernar comprando decisiones, sentencias judiciales a la medida de la impunidad, notarios, jueces, fiscales, ministros, congresistas, directivos de entidades, concejales, alcaldes, gobernadores, banqueros; y, el vacío estético, lo copan mezclando el lenguaje vulgar de machos, valientes y verracos, con los que defienden lo que hacen. De colofón, impulsaron arquitecturas exabruptas, sin relación con la historia, la geografía o el paisaje y sumaron a su avaricia personal las riquezas de la nación sin relación a objetivos comunes.
Ha sido tan evidente, dantesco y grotesco el espectáculo de esta forma de poder hegemónico, que terminó por imponer un modo de ser humano, deshumanizado, que aprendió a producir y reproducir riqueza y democracia para ellos y desgracias y autoritarismo contra sí mismos. Sin embargo hay vientos de cambio, porque el extremado narcisismo del jefe del partido en el poder, que estimuló el narcisismo de las nuevas elites, parece estar conduciendo al gobierno a sobreestimar su fuerza y talento, impidiéndole ver la realidad objetiva, obsesionado por el deseo de mantenerse en el poder, que le pesa más que las condiciones materiales del país que domina. En su arrogancia se niegan a entender que la gente se cansó de ellos, de sus modos de acción, de sus maneras de actuar y de repetir una historia de hechos ajenos a las vidas, necesidades y deseos de millones de marginados y excluidos.
De ese cansancio emergieron las inmensas e indetenibles movilizaciones de 2019, que tienen como almendrón la dignidad, escrita con ética, estética y derechos, que integran la memoria de una guerra que quiere ser superada, con el presente de inconformidad y descontento y un futuro de esperanzas y oportunidades. El mecanismo que activa ese otro poder es la energía de los jóvenes que le dan potencia a la movilización resultante del hastió por la ocurrencia de cosas inconstitucionales, inmorales, sin ética, ni estética, en beneficio de elites y mafias que ponen su ego por encima de cualquier interés colectivo y crean la ilusión de que hay que ser poderosos para triunfar e ir por el mundo destruyendo lo que sea sin importar el costo en vidas, bienes e imaginarios.
Para el partido en el poder, ni ética, ni estética, hacen parte de sus actuaciones y sus esfuerzos antes que entender que la paz es el camino para salir de las dificultades, evitar la tragedia y reconducir la política hacia el Estado de Derecho; se enfoca en tratar de persuadir a la población de que está en peligro de ser atacada por algún enemigo difuso, inexistente, que ellos mismos fabricaran, para garantizar la represión, mantener el odio e inducir a aceptar la barbarie.
La experiencia muestra que la desesperación humana que quedó después del holocausto nazi, trató de ser superada mediante la proclamación de la declaración universal de derechos humanos, sostenida por la dignidad. En Colombia, el hecho de haber empezado a comprender la devastación dejada por 50 años de guerra, ha juntado a la gente alrededor de la aplicación de la constitución del 91, y es el partido de gobierno, de elites, de mafias y carente de ética y estética, el que se opone y ha provocado la movilización iniciada el 21N, que hoy reaperece en las calles, en cualquier momento, al grito de “viva el paro nacional”, y marca la tendencia de que hasta que todo cambie estará viva y reaparecerá en cientos de protestas, en símil con el temblor de navidad, que en menos de 12 horas tuvo 110 réplicas.