El célebre abogado boyacense José Raimundo Russi, cabecilla de la más tenebrosa banda de ladrones y asesinos

Cráneo del Dr. Russi, Museo Nacional de Colombia. Foto vía | habanaelegante.com
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Retazos de historia. Por | Helman Ricardo Pérez Gallo

Helman Pérez Gallo

En ocasiones ciertos seres humanos son dotados por la naturaleza de una inteligencia sobresaliente y prodigiosa. Pero cuando este talento es puesto al servicio del mal, como lo fue en el caso del abogado boyacense José Raimundo Russi, la sociedad con la cual convive sufre las nefastas consecuencias de dichos actos, hasta cuando ella misma se cansa de esta maldad y obra hasta frenar el adefesio.

Y, es que los robos y asesinatos se sucedían tan copiosamente que a diario se escuchaban rumores de asaltos a casas de familias, de atracos en horas nocturnas e inclusive diurnas, la aparición de cadáveres por la ciudad, y por ningún lado las autoridades lograban resultados positivos; lo que conllevó a que la sociedad bogotana del año 1850, optaran por permanecer enclaustrados en sus residencias con el temor de ser las próximas víctimas de los delincuentes. La calma reinante era tensa y los espíritus hoy acobardados y aterrados, albergaban la idea del desquite cuando aparecieran los culpables. Por ahora el miedo cundía y lo mejor era permanecer encerrados.

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Tan planificados y estudiados eran los asaltos a las residencias de la sociedad Bogotana, que resultaba verdaderamente frustrante para las autoridades. Estas incursiones malignas eran rigurosamente estudiadas, bien dirigidas, bajo una cuidadosa preparación y se elaboraban con astucia, sorpresa y precisión cronométrica. Se empleaban ardides y artimañas fantásticas en su ejecución, por lo tanto, la ciudadanía en general, desde el más humilde obrero hasta el más encopetado ricachón, el mulato o mestizo, el blanco o el negro, el sabio o el ignorante se sentían impotentes, incapaces y presas de unos depredadores invisibles, fantasmales y terroríficos. El miedo cundía en la ciudad.

¿Y quienes eran sus terribles autores?

El comandante en jefe era el abogado boyacense José Raimundo Russi. El segundo era el terrible y peligroso Ignacio Rodríguez; sus capitanes Nicolás Castillo, Gregorio Carranza, Vicente Alarcón y Manuel Ferro y la soldadesca la integraban quince (15) sujetos más; personas todas ellas, de espantoso proceder y sin ningún tipo de miramientos de su conciencia; quienes ejecutaban las acciones a la perfección; la banda radiante y próspera, todos ya contaban con muy buenos caudales para un mejor porvenir. El optimismo y la confianza al interior de la banda era completa.

Pero nada es perfecto en la vida, nada dura para siembre y tanto va el agua al cántaro que al fin se rompe. ¡Eso se dice, y a fe que casi siempre se cumple! Ironías de la vida. Tantos planes cuidadosamente ejecutados, horas y días en su planificación; precisión y armonía en su programación; todo iba al dedillo, como reza el dicho popular. Cada acto era consumado perfectamente, tal como el celebro del grupo lo había calculado. ¡Pero hay que dolor! Nada es eterno… El pacto de pícaros se rompió por un mal repartimiento del botín… Suele ocurrir. Una distribución no equitativa o pactada. Una ¡injusticia! para un participante en los riesgos comunes de la banda. Eso, entre calañas y malandrines no se perdona, no señor, y menos entre esta clase de personajes, eso lleva a la traición. Y es el comienzo del fin.

Y por pingües monedas fue la discordia. Ya que “justicieramente” a Manuel Ferrono le dieron la parte que en equidad la correspondía y éste al hacer vehemente el
reclamo y situarse beligerante e incluso agresivo, exasperó e indignó a sus compinches, quienes optaron por tenderle una trampa y asesinarlo. Acallarlo para que no los delatara y poder seguir en sus fechorías. Pero el tiro les salió por la culata. ¿Qué pasó? Al parecer la premura de la situación no dio tiempo a la planificación perfecta. Su cerebro criminal no funcionó esta vez. Se cometió un error. Grave caída, que tuvo terribles consecuencias y que conllevó la muerte, el destierro y cárcel de todos sus integrantes.

Pero veamos como sucedió y como cayó la banda: Citaron a Manuel Ferro, al restaurante “Balcón del Norte”, con el artificio de conferenciar sobre una nueva operación a realizar e indicarle sus funciones a desplegar. Pero éste dudó, su interior le avisaba riesgo, ya que sabía entre qué clase de gente estaba y de cuanto eran capaces sus compañeros. Malicia indígena, dicen.

Así las cosas, siguiendo las instrucciones del plan, y pretendiendo normalidad, los
corifeos lo invitaron seguidamente a una copa. Allí libando y una vez ebrio lo conducirían dócilmente hasta el sitio indicado para liquidarlo. Pero el tiempo corría, ya era entrada la noche y notando la desconfianza de la víctima, con ruegos y mañas le pidieron a Ferro que los acompañara a la casa de Russi, pero en vista que no pudieron vencer su resistencia; ya que se le hizo evidente al futuro occiso que, si cruzaba el umbral de aquella casa, sería hombre muerto; entonces ante este percance, optaron los criminales por ultimarlo en plena calle, al amparo de la oscuridad y soledad reinante. Lo apuñalaron sin miramientos, ni piedad y a mansalva, se ensañaron. Luego corrieron en diferentes direcciones, buscando escondite. Seguros estaban que Ferro quedaba muerto. Pero no fue así, éste en los estertores de su agonía empezó a dar gritos de angustia en que pedía socorro.

Las gentes acudieron prestas, entre ellos la policía, quienes presurosamente indagan, en presencia de testigos, al herido sobre sus causantes, éste habla y delata, luego fallece. Su cuerpo es trasladado a la morgue. Comienzan las capturas y la recopilación de pruebas, que resultarán contundentes y precisas.

Luego de múltiples, y serias investigaciones, la banda es capturada y son llevados a juicio. La turba se aglomera para ver su venganza y desquite a tantos meses de temor y zozobra. Los juzgados a reventar, tienen lleno total. El circo esta en plena función. La honorable concurrencia quiere sangre y sus directores desean complacerlos. Su actor principal José Raimundo Russi se defiende como león herido, grita, gesticula, amenaza, implora, ruega, llora, pero no presenta una sola prueba que logre desvirtuar los tremendos cargos que sobre él y sus secuaces pesan. Los fiscales argumentan, los jueces sopesan y los jurados escuchan. El telón esta por caer. En el sacro santo templo de la justicia se da el veredicto: ¡Culpables!

Por aquellos tiempos la pena de muerte estaba dentro de los artículos del Código Penal, y desafortunadamente se aplicaba, y al patíbulo van y son ejecutados el 19 de julio de 1851, por fusilamiento: José Raimundo Russi, Ignacio Rodríguez, Nicolás Castillo, Gregorio Carranza y Vicente Alarcón. Los restantes bandidos son condenados a la pena de veinte años de prisión, la que se cumple, por aquellas calendas, en nuestro otrora Istmo de Panamá, pero ninguno de ellos logró salir con vida de aquella cárcel, dadas las duras condiciones imperantes.

Desde el momento que se emitió sentencia hasta cuando esta se cumplió, fue realmente un verdadero calvario de terribles sufrimientos padecidos por los condenados a la pena capital. Ya que no es fácil para nadie aceptar con mucha resignación dicho destino, aunado a la infinita parafernalia que rodea tan tétrico trance.

En el momento lúgubre y tétrico de su ejecución Russi se dirigió a la muchedumbre y grito con profunda altivez a sus verdugos “¡Pueblo, delante de Dios y de los hombres, muero inocente. Contra mis jueces no llevo remordimiento a la tumba. Pero los esperaré en el Santo Tribunal de Dios!”.

Con el transcurrir del tiempo, muchas leyendas se tejieron sobre Russi, como consecuencia de la defensa que de su inocencia hizo con tanta vehemencia al momento de su ejecución. ¿Murió inocente? ¿Falló todo el sistema, jueces, jurados, fiscalía? Difícil saberlo.

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7 COMENTARIOS

  1. Sus historias son tan bien narradas, que al empezarlas solo invitan a seguir leyéndolas linea a línea hasta su final. Felicitaciones. Seguiremos esperando por más escritos.

  2. Me gusta mucho sus historias, es volver a los tiempos de Edgar Allan Poe, novelas policiacas detalladas y cautivantes. Lo va enredando en la vida de los personajes, asumiendo sentimientos y valores de juicio por cada uno, desde el flamante soldado independentista hasta el aborrecido delincuente y abogado.

  3. Como siempre cautiva con sus historias, que se nota están debidamente investigadas y trazadas con una fina y delicada pluma, ojalá Gelman nos siga deleitando con sus artículos.

  4. Como siempre cautiva con sus historias, que se nota están debidamente investigadas y trazadas con una fina y delicada pluma, ojalá Helman nos siga deleitando con sus artículos.

  5. Ningún historiador daría valor a esta narración amarillista. Sobre este caso hay estudios serios. y documentación extensa. Toda ella disponible al publico en La biblioteca Luis Angel Arango.

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