Educación popular para derrotar al fascismo

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Por | Manuel Humberto Restrepo Domínguez

Eliminar símbolos de las víctimas, tapar sus murales, destruir performances, arrebatar la memoria, tergiversar, difamar, ocultar a los responsables del horror, pretender borrar al otro con “intención y sistematicidad” es fascismo (prácticas nazis). Nada de eso es libertad de expresión, ni oposición política. Todos los enunciados fascistas que caben en la apología e incitación al odio que es un delito internacional y nacional (principios sobre tolerancia, ONU 1995; ley 599 de 2000, art 14E).

     El mismo patrón de conducta delictiva de incitación al odio, se repite en el destrozo de los murales del “¿Quién dio la orden?” sobre las 6402 ejecuciones extrajudiciales (falsos positivos) y la infamia del congresista MPP de “botar las botas” y la reciente destrucción de murales de “las cuchas tienen razón” sobre los asesinatos y cuerpos “botados” a la escombrera de Medellín. Todos siguen el mismo libreto. Del ataque a los murales sobre la escombrera, participaron de manera pública y directa el alcalde de la ciudad, un periodista militante, un excandidato local, un exmilitar armado (todos con vinculo al partido ultraderechista C.D), ratificando que existen, están vigentes, tienen partido político y militantes en instituciones, posiciones y lugares, desde donde por razones ideológicas intimidan y exaltan públicamente el odio, atacan, crean hostilidad, afectan la paz, revictimizan a las víctimas.

      El fascismo, en sus múltiples formas, verbales, prácticas, periodismo, militancias políticas, grupos económicos y militares (sin ser mayoría política), tienen los apoyos para usar el poder sin reglas, ni ciencia, ni límites, desinformar y polarizar a la sociedad, impidiéndole ir a las causas originarias de la realidad de violencias y desigualdades. Las actuaciones fascistas “obligan” a la sociedad civil a buscar respuestas para confrontarlas. Por su naturaleza ya demostrada, el antídoto y herramienta histórica y social más sólida es el poder popular, que comprende y aprehende que “la lucha contra el fascismo no solo se da en el plano político, sino también en el cultural e ideológico, lo que requiere una «guerra de posiciones» sostenida en múltiples frentes” (Gramsci).

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      Un frente cultural a tiempo para recuperarlo como alternativa contra la arremetida fascista es la educación popular, como puente que conecta derechos y rebeldías y eficacia organizativa, de creación de conciencia, recuperación de la memoria y desmantelamiento de las narrativas fascistas. Retornar a la educación popular, en un contexto en el que no es clara ni la paz ni la guerra, recobraría una capacidad desperdiciada por las universidades públicas, y en general del sistema educativo, para intervenir dentro de sí mismas y hacia afuera en sus entornos. Recuperarla -ojalá a iniciativa del ministerio de educación- para consolidar la paz y reducir la guerra sería contundente, y fácilmente puede ser vinculada al servicio social para la paz, pasantías, cátedras libres, asignaturas, inmersiones en territorios, centrada en la apropiación del informe de la comisión de la verdad y los indicadores y generadores de desigualdad y de violencia estructural, sus causas y consecuencias enfocada a ganar conciencia y detener la degradación intelectual y ética de la nación atacada por el impulso fascista.

     La educación popular, en distintos contextos históricos y geográficos ha creado conciencia de la realidad y contribuido a detener el fascismo. En el holocausto nazi las escuelas del pueblo en Europa tuvieron grupos de resistencia clandestina en Francia; en Italia brigadas partisanas antifascistas con alfabetización, aprendizaje político y discusión sobre democracia como parte de su resistencia; en Polonia se organizó la «Universidad Volante» con educación secundaria y universitaria. En América Latina el movimiento de alfabetización en Brasil inspirado en Freire y los Kilombos educativos con prácticas de los palenques reivindicando historia, cultura y resistencia; en Chile las escuelas clandestinas con círculos de educación popular; en Argentina se ocupó de las villas miseria; en México el zapatismo (EZLN) con sistemas educativos autónomos; la confederación de nacionalidades indígenas (CONAIE) en Ecuador; las escuelas de libertad de movimientos afrodescendientes y antirracistas en EE.UU y, en Palestina ante el genocidio sionista en curso (protegido por todos los fascistas y ultraderechas del mundo), la Universidad de Birzeit desarrolla programas educativos para resistir la ocupación conjugando conocimiento, preservación cultural y denuncia internacional.

      La educación popular tiene a su favor que no puede ser suplantada por narrativas fascistas, porque lo popular reconoce a los actores, genera conciencia y pone al descubierto colonialismos y violencias, está investido por un interés de clase y conexión solidaria entre movimientos sociales de sectores, regiones, países y pueblos para fortalecer las resistencias locales y promover la autonomía y el ejercicio de poder desde las propias comunidades. La educación popular desplegaría su capacidad sí el MEN la vincula a los planes y políticas de cambio y convoca al apoyo institucional de las universidades públicas (cuyas misiones tratan de formación integral y de conciencia crítica), colegios y organizaciones de base, integrando el compromiso del profesorado, estudiantes y activistas, para avanzar en la transformación cultural, que detenga al fascismo. El resultado esperado para beneficio de la inteligencia, la paz, la estabilidad del estado de derecho y la eliminación de violencias, tendrá que ver con los impactos de la educación popular en la organización popular (en su diversidad y complejidad) para enfrentar con decisión a nazi-fascistas y sin temor llenar la vida de la nación de arte y humanismo con murales, mensajes, programas, noticias y convocatorias para concentrar fuerzas en un solo escenario o dispersarlas, según los avances de resistencia y ejercicio del poder popular.

P.D. Un símbolo de resistencia al fascismo liberal-conservador de mediados del S. XX está maravillosamente presentado en la película colombiana “Estimados señores”, dirigida por Patricia Castañeda, que pone en evidencia, la educación popular, la organización y movilización en las luchas del movimiento sufragista (1954) para eliminar desigualdades y lograr el reconocimiento del derecho a ser mujer libre, ciudadana plena, y a elegir votando.

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