Por: Edilberto Rodríguez Araújo- Profesor investigador, integrante del grupo OIKOS de la UPTC
De buenas intenciones…
Los gremios empresariales están convencidos de que la recuperación económica sólo se dará en dos años, si la tan esperada vacuna contra el coronavirus se descubre, y sólo así la economía colombiana retomará su senda de crecimiento. Paralelamente, quizás el empleo volverá a sus niveles prepandémicos, pero sin revertir los devastadores efectos en el tejido económico, sicológico y social del país.
Estas agremiaciones lanzaron una campaña de “colombiano compra colombiano”, la que estuvo precedida de otra, promovida por el Ministerio de Industria, Comercio y Turismo, denominada “Compra Lo Nuestro por Colombia”. A comienzos de la década, su matriz publicitaria fue la llamada “Compra colombiano”, intento efímero y fallido de posicionar la marca país, cuya primera versión fue la sangrante “Colombia es pasión”, lanzada en 2005. Esta estrategia mediática choca con las desiguales condiciones de competencia y competitividad de la producción nacional, y, aún más, de la producción regional.
Es el viejo dilema de la protección industrial a ultranza o la apertura comercial a rajatabla. Entre la política industrial selectiva y el implacable libre mercado. Hoy los empresarios se quejan de las desbocadas importaciones y reclaman mayores controles aduaneros y tarifas arancelarias, para frenar una competencia ruinosa, basada más en precios que en calidad.
A lo anterior se añade, que el comercio exterior arroja un saldo en rojo, comoquiera que el valor de las importaciones manufactureras sextuplicó el de las exportaciones, durante enero y mayo de este año.
A comienzos de esta década, dentro de la paleta cromática de la economía, se popularizó la expresión Economía Naranja, supuestamente el color de la creatividad, como rótulo para denominar más de un centenar de actividades muy heterogéneas, -gran parte de bienes industriales conexos-, mal llamadas “industrias culturales y creativas”, cuyo tamaño y composición no es fácil de determinar, pues es un concepto muy maleable, con criterios muy subjetivos, que dificultan su medición.
El actual presidente Duque enarboló como una de sus consignas electorales, el impulso a la inaprensible Economía Naranja, anunciándola como una providencial estrategia de crecimiento económico.
Del dicho al hecho…
Recientemente el Dane publicó el tercer reporte sobre Economía Naranja, evidenciando algunos rasgos claves de su comportamiento durante el periodo 2014-2019. Según este reporte, la Economía Naranja contribuiría, en promedio, con 3,2 por ciento del valor agregado de la economía colombiana; sin embargo, si se circunscribe la información a los registros de las cuentas nacionales su participación correspondería a 2,6 por ciento -siendo una de las doce actividades, cuyo extenso nombre es “actividades artísticas, de entretenimiento y recreación y otras actividades de servicios de los hogares (…)”.
Para justificar este aparente aumento, el Dane sostiene que la diferencia proviene de la información de micronegocios, no incluida en las cifras de la medición tradicional.
La comparación entre las nomenclaturas de las cuentas nacionales y la medición de la Economía Naranja, no resulta equiparables, ya que la primera incluye nueve actividades y la segunda agrupa solamente tres : Arte y patrimonio (turismo cultural, artes escénicas y visuales, educación cultural y artística, entre otras), industrias culturales (audiovisual, editorial, servicios de noticias e información e industria fonográfica) y creaciones funcionales (medios digitales y software, publicidad y diseño).
De acuerdo con la composición sectorial del mercado de trabajo de esta variopinta franja del sector terciario, esta absorbió, en 2019, en sentido estricto (incluyendo solo cinco de las nueve actividades conexas), el 2,0 por ciento del empleo total, equivalente a un poco más de 440.000 personas. En contraste, según el reporte comentado, el empleo generado en este sector superaría el primer estimativo, bordeando las 596.000 personas, entre asalariados e independientes. Aún más la participación en el empleo total alcanzaría 2,7 por ciento. Dicho en buen romance: Puro malabarismo estadístico.
La naranja se marchitó…
La emergencia sanitaria, declarada en marzo de este año, forzó el cierre de muchos establecimientos, tales como salas de teatro y de cine, restaurantes y cafeterías, escenarios para espectáculos masivos, sitios de recreación y esparcimiento, galerías de arte, y, simultáneamente, paralizó todo tipo de proyecto de cualquier género cultural y artístico, acarreando enormes pérdidas y perjuicios para los talentosos creadores nacionales.
Como la “reinvención” es nuestro mantra colectivo, todos migraron a la versátil “reinvención” digital.
Ahora bien, a juzgar por este informe, en los cuatro primeros meses de este año (enero-mayo), se habrían destruido más de 200.000 puestos de trabajo, es decir, el empleo “naranja” habría caído en -34,7 por ciento.
Al no tener voceros como lo tienen las poderosas agremiaciones empresariales, este sector se ha invisibilizado, sin tener doliente, ni siquiera, quien pregonaba las bondades de la marchita Economía Naranja.
En fin, resultó ser una naranja con poco jugo.
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Alguien tenía que decirlo y se dijo. La economía naranja es un cuento para disfrazar la realidad de informalidad laboral que agrupa al sector de la cultura y las artes, el cual, podría generar una que otra ganancia, siempre y cuando los demás sectores económicos generen excedentes que posibiliten un crecimiento sostenido, pero este momento, es poco probable que así sucediera.