Por | Silvio E. Avendaño C.
El avión descendió lentamente, pude ver la mancha oscura del río Bogotá, pronto tocó tierra y comenzó el carreteo por la pista hasta que se detuvo. Descendí de la aeronave, caminé por el corredor hasta llegar a la banda del equipaje. Luego, en las afueras del aeropuerto, abordé un taxi en dirección al centro de la ciudad. Pronto me hallé en la avenida y me sorprendí al no encontrar a Doña Chava y a Cristóbal en el pedestal, dando la bienvenida a la ¡Ah-tenaz-suramericana! Al preguntarle al conductor dijo que del Ministerio de Cultura enviaron una delegación para que llevaran a un escondite a tan ilustres personajes, ante el peligro de ser desalojados por un grupo de indígenas. Entonces, mientras veloz el vehículo se deslizaba hacia el downtown (centro de la ciudad), me vinieron a la memoria los versos:
España te oprimió, más no la culpes
porque, ¿cuándo la bárbara conquista
justa y humana fue?¡También clemente
te dio su sangre, su robusto idioma,
sus leyes y su Dios! Te dio todo
menos la libertad…pues mal pudiera
darte el único bien que no tenía…
Y mientras el auto avanzaba por la avenida, quedaban atrás los edificios de concreto, vidrio y acero, me parecía escuchar a Colón: “Que el Señor me dirija en su misericordia para que yo descubra oro” porque: “Cosa maravillosa es el oro, quien lo posee obtiene todo cuanto desea. Con el oro se abren las puertas del cielo a las almas.” Al mismo tiempo, me imaginé los barcos negreros atravesando el charco con el cargamento humano, para hacer la economía de la esclavitud: minería, agricultura, artesanía, comercio y trabajo doméstico. A su vez: “No se puede olvidar el noble intento de la Reina Católica de dar al fin, con un inteligente y real cuidado de nuestras gentes, a la palabra encomienda su verdadero significado, el que quiso imprimirle y logró que tuviera, el alto espíritu de doña Isabel de Castilla”, según Tomás Rueda Vargas, en La Sabana y otros escritos. De esta manera, se establecía la relación entre el encomendero, más tarde el Señor hacendado con la servidumbre.
Y, la libertad no llegó por estos lados. A España le interesaba la coacción, la forzosidad, el “destino”, pues los hombres se encadenaban a la esclavitud y a la resignación para hacer posible la riqueza de los amos o los señores.
Y, cuando el taxi se detuvo por el trancón, una manifestación caminaba con determinación, no buscaban evadir la ley, sino obrar en el sueño de regir su propio destino. En los carteles y en los gritos estaba presente el sueño de la libertad política.
Al bajarme del vehículo no me pude imaginar a qué lugar llevaron a Doña Chava y al Almirante. Me preguntaba sobre la conversación con los delegados del Ministerio de Cultura sobre cómo en estas latitudes se hace posible el oro, la riqueza… sin necesidad de eso tan extraño como es la autonomía, la libertad.