Getting your Trinity Audio player ready...
|
Históricamente, el mundo ha buscado salvadores, figuras que, en ocasiones, son elevados al estatus de héroes o incluso de dioses. Adolfo Hitler en Alemania, Benito Mussolini en Italia, y ciertos «innombrables» en Colombia han sido enaltecidos, vistos como Mesías por quienes, cegados por el fanatismo, no solo justifican sus errores, sino que facilitan sus vidas con lujos, mansiones, y hasta sacrifican sus propias vidas por ellos.
Estos adoradores, sumidos en el letargo, han perdido la capacidad de cuestionar, mientras otros han sufrido la amarga decepción de descubrir los métodos atroces que esos líderes emplearon para perpetuarse en el poder: persecuciones y asesinatos masivos de inocentes.
Imaginen la desilusión de Jesucristo al ver hordas de hombres y mujeres adorando a miserables que se dedican a lo contrario de lo que Él predicó: amor, respeto, y liberación para los más vulnerables.
En la modernidad cambian los nombres y mutan las circunstancias.
De pocos sabios discípulos modernos
¡Oh, benignísimo Mesías, elegido tras derrochar miles de millones en campañas! Pulcrísimo mandatario, que cambiaste la ruana por contratos. Alabado seas, oh Señor, por tus ocho horas de trabajo, dedicadas con esmero a este suelo. ¡Qué generosidad la tuya, que a veces recuerdas darle la mano al necesitado! Y aquí estamos, tus discípulos, serviles y poco inquietos, dispuestos a ejecutar tu santísima voluntad sin cuestionar costos ni desaciertos.
La adoración excesiva adormece la razón. Somete a los pueblos, que terminan perdiendo su voz, alabando el mero cumplimiento de obligaciones. Aquellos llamados a representar a los ciudadanos ya no son los creadores de letras, los sanadores, ni los guerreros que alguna vez lucharon por los oprimidos. Ahora, son máquinas cegadas por su propia adoración, placeres y egos.
De pregoneros con voces apagadas
Las voces de los que antes pregonaban justicia fueron silenciadas. No por miedo, sino por la ambición de llenar sus bolsillos. Ya no levantan sus megáfonos, y el régimen avanza con su cabeza en alto. Mientras tanto, las pocas voces que se atreven a hablar son desoídas, tachadas de vengativas o de carentes de criterio.
El ruido ensordecedor de la alabanza al héroe lo cubre todo. Incluso agradecen por tareas que ni siquiera eran suyas, en vez de exigir lo que verdaderamente les corresponde.
El opio del pueblo
Los pueblos que se han rebelado contra las grandes dictaduras han encontrado varios destinos: el exilio, la muerte, la persecución, el encierro o el silencio. Y para aquellos que saben que algo está mal pero no actúan, les queda el opio. Un opio que hoy se presenta como eliminatorias de fútbol, precedidas de goleadas predecibles. Nos han goleado en todos los frentes, mientras los jueces —advertidos pero complacientes— observan en silencio.
Epílogo
A pesar de todo, los dictadores se mantienen en pie. Argumentan una persecución excesiva, distrayendo la atención mientras perpetúan su dominio. El desafío sigue siendo romper el círculo de la sumisión y las falsas idolatrías, levantar la voz frente al poder y, finalmente, liberarnos de esa adoración que solo siembra ceguera y silencio. Las voces que aún resisten, aunque en muchos casos han sido apagadas, son las semillas de una esperanza que tarde o temprano florecerá.