Por | Paola Andrea Díaz Bonilla / Psicóloga, consultora en asuntos de género
Por la compleja realidad que afrontan cotidianamente las niñas en todos los ámbitos, privados y públicos o en tiempos de guerra y de paz, la Asamblea General de las Naciones Unidas en su Resolución 66/170 decidió conmemorar, a partir del año 2013, cada 11 de octubre el Día Internacional de las Niñas con el objetivo de fomentar su reconocimiento, y con ello, comprometer a los Estados para que asuman la voluntad política que permita «[…] romper el ciclo de discriminación y violencia y para promover y proteger el goce pleno y efectivo de sus derechos humanos» (Asamblea General de las Naciones Unidas 2012, 1).
No obstante, hoy, luego de 10 años de que fuera expedida esta declaración, son miles de historias además de las cifras que demostrarían que el panorama para ellas está lejos de transformarse en Boyacá, Colombia o el mundo en general.
Jesusa, una mujer nasa es un cuentoescrito por Jairo Ojeda.[1] Retrata la historia de Jesusa, mujer indígena y excombatiente, quien sólo hasta cuando se halla en la zona de reincorporación de Monterredondo en Miranda, Cauca, logra rescatar la infancia que el conflicto armado, la pobreza y la violencia colonial le negó. A través del encuentro que emprende con los libros en la Biblioteca móvil para la Paz, le es posible encontrarse consigo misma y resignificar ese periodo vital, marcado por el trabajo doméstico, los abusos sexuales y la ausencia de tiempo para jugar o aprender.
La señorita María, oriunda de Boavita, saltó al estrellato en 2017 cuando se estrenó la película La Falda de la Montaña. El filme narra la vida de una mujer campesina trans en un pueblo católico y conservador de Boyacá. La trama va revelando las múltiples discriminaciones por su identidad de género y pone especial acento en un secreto: el embarazo forzado que sufrió su madre a consecuencia de la violencia sexual perpetrada por su hermano. Es la historia de una niña que creció en el abandono, el estigma de la epilepsia y el analfabetismo.
Carmen[2] es una mujer afro, víctima de desplazamiento forzado. Oriunda de los Montes de María, vive desde hace más de 15 años en un asentamiento periférico de Cartagena. Es participante de un proceso de documentación de casos que llevé a inicios de 2021 con otras mujeres víctimas. Su historia no sólo está marcada por la violencia paramilitar. Tras el desplazamiento, su familia decidió enviarla a vivir donde unos familiares como una estrategia de protección, sin embargo, durante esa estancia y con sólo 9 años, fue víctima de maltratos físicos y psicológicos por parte de sus allegados/as; también de un abuso sexual que mantuvo en silencio sólo hasta el momento en que fue entrevistada.
Las historias de Jesusa, María y Carmen sucedieron en distintos tiempos, contextos políticos y espacialidades. Son también, mujeres con edades, orígenes e identidades disimiles. A pesar de ese carácter diferencial, sus trayectorias de vida se entrecruzan por las violencias, orfandades y la vulneración sistemática de derechos, que esconde quizá el menos visible: la negación social y cultural de sus infancias.
Sobre ese despojo de la infancia que sufren las niñas, puede radicar las formas en cómo históricamente se ha construido su representación social, anclada en la desvalorización de su presencia y la minimización que se efectúa sobre los recursos que poseen las niñas para aportar significativamente a la sociedad. Asimismo desde ese imaginario, sus cuerpos son cosificados e hipersexualizados sus comportamientos, para habilitar el mecanismo que activa y legitima todas las formas de violencias que recaen sobre ellas.
Es vasto el camino por recorrer en la deconstrucción de todo un andamiaje cultural que ha significado tan negativamente el nacer niña, ante lo cual, uno de tantos posibles interrogantes sería como integrantes de esta sociedad preguntarnos ¿Cuál es nuestro deber ético-político a emprender?
[1] Hace parte de la colección de cuentos Libros que Cambian, surgidos en la indagación de historias a partir del proyecto de Bibliotecas Públicas Móviles para la Paz en zonas de reincorporación como Monterredondo, en Miranda, Cauca.
[2] Su nombre se cambió para proteger su identidad