De la guerra total de Uribe, a la paz total del gobierno popular

(Crédito: cuenta oficial de Twitter de Armando Benedetti)
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Por | Manuel Humberto Restrepo Domínguez

La base de la agenda de la derecha colombiana instaurada a lo largo de 200 años de vida republicana controlada ha sido por los partidos tradicionales, liberal y conservador, que a pesar de diferencias nunca entablaron relaciones antagónicas, irreconciliables de clase, que pusiera en riesgo su estabilidad y control estado, los poderes públicos, las instituciones y las ideas hegemónicas. Las familias ascendientes en su mayoría de las castas de poder de la época de invasión y colonia se transfirieron por herencia las fortunas despojadas a comunidades ancestrales y crearon reglas en función de garantizar su posesión y protección eterna. Las casas de poder o clanes hasta hace poco mantenían el “control total” del estado y configuraban la agenda completa sobre la que distribuían las rentas del estado, organizaban las normas y establecían las estrategias para conservar el poder.

      La “guerra total” más reciente, fue colocada en el centro de la agenda por el nacional uribismo, que distorsionó los conceptos de “seguridad” y de “democracia” para pasar de la opción militar para defender la soberanía a convertir la guerra interna en su fijación, obsesión, meta, fuente de hegemonía e inclusive factor de dominio sexual, con fundamento en el poder representado en el macho, el amo, el gen dominante, cuyo mayor temor es la castración, ser alejados del poder. Clausewitz trató la guerra absoluta, que le permitía al poder evitar cualquier restricción política, y en la misma dirección, la guerra total, suma la potestad para eliminar toda la capacidad de los derechos humanos como límites al poder y se centra en políticas de opresión y muerte con impunidad, sin justicia.

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      La “guerra total” proclamada por el gobierno Uribe y defendida por los partidos tradicionales, puso a la política en completa subordinación de la guerra. Presupuestos, planes, programas, proyectos, debieron seguir el orden de guerra, grupos sociales perseguidos, amenazados, desterrados, asesinados, instituciones formateadas para debilitar la democracia y excitar las jerarquías, universidades gestionadas en marcos de guerra, intelectuales y oponentes descalificados, matoneados, estigmatizados, judicializados, ceremonias civiles militarizadas, calles arruinadas por el acoso de múltiples violencias y en toda parte gentes presas del temor a los encargados de la protección. En la “guerra total” de Uribe solo cabía la victoria total con la consecuente derrota total del enemigo, como única e irremplazable opción. Scmith señalaba que “guerra total” significaba «política total», visible en Colombia a través de partidos políticos guiados por clanes y caudillos, con bases sociales tratadas como simples electores, programas de estado autoritarios y control directo de la economía y la prensa, que de manera renovada se silenció por cooptación, no por coacción, ni represión, la gran prensa (periódicos, revistas, T.V, Radio, telecomunicaciones) fue tomada (comprada) por los mismos dueños de la riqueza y del gran capital (Ardila, Sarmiento, Santo domingo y asociados internos y externos), convertidos en contratistas del estado, que contribuyeron a movilizar recursos sociales con mensajes para mantener la idea fabricada de un país formal, de papel, distante del real y promover la obediencia ciega de la sociedad al gobierno, y complacido de entregar sin límite los recursos económicos requeridos para hacer la guerra total, de pasó orientados por rutas definidas de corrupción.

         La enseñanza de la guerra total de Uribe quizá provino de Hitler que en 1943 en el palacio de los deportes preguntó en su discurso “¿Queréis una guerra total? Y si fuera necesario, ¿queréis una guerra aún más total y radical que cualquier cosa que podamos imaginar hoy en día?”. Así lo pensó Uribe, así lo instituyó en el estado y así lo concretó buscando una victoria, nunca lograda, pero sostenida con los hechos criminales de estado en lesa humanidad. En febrero de 2009, una declaración de Uribe coincide plenamente con el concepto de la guerra total. “No hay ningún diálogo posible con el enemigo (ni siquiera para intercambiar prisioneros) y La única «paz» pensable es la rendición incondicional”. Dejaba claro que el país estaba en guerra total y cualquier mención a la paz o acción civil por esta, entraba en el ámbito de actuación discrecional del gobierno. No importaban para él ni un canje de prisioneros, ni acciones humanitarias, ni oposiciones, ni ideas de paz. Solo valía su voz y la línea de conducta que trazaba. Importaba ganar la guerra y borrar la memoria de los hechos, de la verdad, del oponente, del enemigo y de la política como campo de confrontación o de agonismo.

       La nueva agenda, de paz total, que poco a poco se completará de abajo hacia arriba, sustituirá a la anterior. La diferencia está en que es una agenda progresista, no una agenda de derecha. El cambio sustancial y definitivo en la agenda está en ir de la guerra total a la paz total. Esto implica, que en el centro está el ser humano, en su vida y en solidaridad con el planeta, no la seguridad, ni el mercado. La paz total, tiene estrategias propias, sentido de realidad y respaldo popular para que el gobierno avance en ella sin vacilación, con determinación y confianza.

     La agenda progresista corresponde a un modo distinto de pensar, comprender y actuar ya no conforme a los entramados de mercado, si no a los de dignidad, con derechos aceptados como límites al poder y reconocimiento profundo a condiciones de igualdad. La agenda progresista, por su origen y naturaleza no cabe en la agenda de derecha y nadie puede esperar que las élites o el nacional uribismo la aprueben o le den su bendición. Nada de la agenda de la paz total recibirá, ahora ni después, su atención, como lo anuncian con su creciente malestar y órdenes a movilizar y protestar invitando con falsas afectaciones a las libertades del mercado, las empresas y el capital, que no son libertades, son apenas mecanismos de dominación. Las libertades son de humanos y para humanos, nunca son instrumentos para esconder tras ellas intereses y privilegios, tampoco para promover inciertos futuros, reactivar miedos o empujar obsesiones hacia la ejecución de la guerra, que los excita y les mantiene activos el odio y la cizaña sobre la que históricamente han acumulado y asesinado.

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