De Afganistán a Palestina: Cómo se fabrican las guerras

Foto | AFP
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Por | Jhonathan Leonel Sánchez Becerra / Historiador con énfasis en Patrimonio y Museología

En política, existen actuaciones siniestras. Como en las viejas leyendas medievales, donde el rey incendia su propio castillo para culpar al vecino y justificar así la guerra. Lo que hoy conocemos como operaciones de bandera falsa: fabricar un pretexto de agresión para desatar una ofensiva que ya estaba decidida de antemano.

La historia reciente ofrece abundantes ejemplos. Estados Unidos convirtió los “atentados” del 11 de septiembre de 2001 en la bandera para invadir Afganistán e Irak. En el primer caso se justificó en la lucha contra el terrorismo y la persecución de Al Qaeda, aunque veinte años después, los talibanes volvieron al poder y el país quedó devastado. En el segundo, en 2003, se apoyó en un relato sobre “armas de destrucción masiva”. Se habló en los medios de misiles e incluso de bombas nucleares que nunca existieron. El país del norte tampoco ha respondido por las torturas de Abu Ghraif, denunciadas por el maestro Fernando Botero en su obra entre 2004 y 2005.

En Libia y Siria se repitió la fórmula. Se invocaron causas como la urgente necesidad de llevar a estos países los derechos humanos y la democracia occidental; se exageraron amenazas, y lo que siguió fue un ciclo de ocupación, destrucción y caos.

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Con el paso de los años, también se supo que varios de esos “enemigos” habían sido alimentados por la misma mano que luego los combatió —al menos en apariencia—. Documentos desclasificados de la CIA y reportajes de la BBC confirmaron que Washington financió y entrenó a los muyahidines en Afganistán durante la Guerra Fría, con el objetivo de debilitar a la Unión Soviética. De esa red de combatientes islamistas terminaría surgiendo Al Qaeda.

Algo parecido ocurrió en Palestina. Investigaciones de The Wall Street Journal y testimonios de exfuncionarios israelíes mostraron cómo Israel, en los años ochenta, participó en la creación y consolidación de Hamas como contrapeso frente a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Décadas después, tanto Al Qaeda como Hamas se convirtieron en las excusas perfectas para justificar guerras abiertas.

“En marzo de 1981. El general israelí Yitzhak Segev, gobernador de Gaza en aquel momento, reconoció en una entrevista con The New York Times algo que en los años siguientes admitieron otros muchos oficiales del Estado judío: que Israel participó activamente en la creación y expansión de Hamas, sobre todo, apoyando con fondos a las mezquitas en las que se adoctrinaba a sus seguidores.” Aseguró el periodista Israel Viana en el Diario ABC de Madrid, en 2023.

Hoy, la metáfora del castillo incendiado reaparece en el conflicto Israel–Palestina. El ataque de Hamas en octubre de 2023 ha sido el argumento para que Israel desatara una ofensiva militar sin precedentes sobre Gaza. Pero lo que el gobierno israelí llama “defensa legítima” se ha traducido en la devastación sistemática de un territorio sitiado donde habitan 2,3 millones de palestinos, la mayoría civiles. El ejército israelí, con el apoyo de Estados Unidos, ha bombardeado barrios, colegios y hospitales, donde han muerto hombres, mujeres, niños y adultos mayores. La población sobreviviente ha sido empujada al límite de la resistencia humana. (Hoy se habla de genocidio, con alrededor de 65.000 víctimas hasta la fecha).

Como en Irak, el relato oficial busca legitimidad por medio de una narrativa de la seguridad. Como en Siria, se invoca la amenaza terrorista para justificar un ataque que trasciende el objetivo militar, tratando de quebrar el tejido social de un pueblo, empujarlo al exilio o a la rendición. Gaza convertida en ruinas es la versión contemporánea de ese castillo en llamas; solo que esta vez no se trata de una metáfora, sino de una realidad diaria transmitida en tiempo real.

La pregunta de fondo, que incomoda es: ¿hasta dónde puede Israel fabricar pretextos, sostener las hostilidades y ocultar el genocidio? Los imperios siempre han encontrado razones para incendiar sus propios castillos y señalar como culpables a sus adversarios.

Mientras el mundo debate cifras y anuncia sanciones tibias, Palestina arde y se extingue con una violencia aún peor que en Kabul, Bagdad o Trípoli.

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