Por: Luis Heriberto Bohórquez / Ingeniero de Vías y Transportes. / @luchocalidad
El pasado 20 de marzo el destino golpeó a nuestra sociedad, transformando en realidad lo que durante mucho tiempo solo fue tema de ciencia ficción: la presencia de una amenaza latente para la humanidad. Ese viernes, por fin sentimos con impotencia, no tanto el peso de las decisiones estatales, sino la obligación de aislarnos socialmente para mitigar y, en lo posible, anular el riesgo de un contagio masivo por el COVID-19.
No fue un día cualquiera. El miércoles 18, el gobierno nacional decretó la emergencia sanitaria y ordenó el aislamiento de las personas mayores de 70 años, medida que entró en vigencia a partir del pasado viernes. Tras una noche lluviosa en Garagoa, tal vez premonitoriamente, esa madrugada las aves no trinaron como de costumbre; al contrario, fue el inicio de un día gris que nos trajo el inicio del simulacro de aislamiento en Bogotá, Boyacá, Cundinamarca y Meta, y que concluyó con la orden de cuarentena nacional, expedida cerca de la media noche.
Como si fuera poco, en la noche apenas corrían las primeras horas del aislamiento, de un semioscuro paraje urbano de Garagoa provenía el sonido de una tonada religiosa, que a medida que aumentaba su intensidad ponía al descubierto una sobrecogedora escena: un sacerdote católico marchaba lentamente por el centro de la calle portando en alto la Custodia que expone al Santísimo, acompañado de dos monjas que lo secundaban en la oración.
El tenue reflejo de la luz del alumbrado público sobre la Custodia, el canto de las religiosas y hasta un perro negro que salió al paso del cortejo, dieron al cuadro un escalofriante impacto, que hizo santiguarnos a la mayoría y a algunos no contener las lágrimas. Suficiente para entender la cruda realidad: estamos frente a una real amenaza de la que sólo Dios y nuestra disciplina y sentido común, nos pueden ayudar a superarla. Vaya día, con tantas emociones encontradas.
A la hora de escribir esta columna, Boyacá sigue sin ningún caso de contagio y no por eso vamos a desfallecer en nuestro esfuerzo para bloquear la entrada del virus a nuestra tierra. La supervivencia de los boyacenses depende en gran parte de nuestra responsabilidad, manteniéndonos aislados en las viviendas y poder respirar tranquilos sabiendo que somos gente trabajadora, en gran porcentaje productores de alimentos y nos sentimos orgullosos de los paisanos dedicados a esta actividad, sin los cuales será imposible que sobrevivamos.
Salvo algunos lunares en el comportamiento ciudadano, el domingo 22, la comunidad garagoense dio una lección de civismo, con un comercio organizado para recibir al público que respetó a cabalidad las reglas para abastecerse de los víveres necesarios durante la cuarentena. Sin embargo, habitantes de municipios vecinos, llegaron masivamente a la ciudad en busca de provisiones provocando aglomeraciones indeseadas, que obligaron a las autoridades locales a establecer un cerco al ingreso del mercado. Es clara la total irresponsabilidad de estas personas, lo cual conduce a una conclusión clara: es necesario el cierre de todas las vías nacionales y departamentales.
La expansión del virus no depende de las actuaciones de los gobernantes y como lo recomiendan los científicos, mientras no exista la vacuna el único medio es el aislamiento en nuestras residencias. Salir a las calles sin causa justificada es homologable a un acto terrorista, por lo tanto se justifica endurecer los controles policiales y aplicar las sanciones a que haya lugar, sin distingo alguno. De ser necesario todos deberíamos colaborar con las autoridades, reportando a los irresponsables que violen el aislamiento, o con valor cívico aplicar a estas personas una sanción social, haciéndoles una reconvención respetuosa.
Sólo de esta manera podremos controlar el contagio para evaluar su avance el próximo 13 de abril y decidir la continuación del aislamiento y en mi opinión, de no cumplirlo estrictamente, se prolongará más allá de dicha fecha y para tal evento debemos estar preparados. Para los de mi generación, todo cambió y la lucha por la supervivencia es de todos.