Crítica a los rankings globales de universidades

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Por | Manuel Humberto Restrepo Domínguez

Dentro del conjunto de 305 IES, 88 universidades (24%) están acreditadas de alta calidad, pero individualmente los programas de pregrado y posgrado no suman la cuarta parte. 1444 de pregrado de 4500 (30%), 75 de 417 doctorados (18%) y 277 de 2418 maestrías (11.5%), muestran un desequilibrio entre el todo y sus partes. Sin embargo, esta realidad no incide en los rankings globales, de los que proviene el modelo de acreditación y que periódicamente aumentan las preocupaciones universitarias en toda América latina que pesar de sus esfuerzos crecientes no mejora en sus resultados. El problema no está adentro de las universidades, ni en sus dificultades, si no en el sistema de mediciones que compara en igualdad a los desiguales, y de inalcanzables ventajas de partida para el selecto grupo de las primeras cien, representantes de las potencias globales del poder y el capital.

       Para empezar las llamadas universidades de “élite global” están plenamente financiadas, no actúan como compartimentos estancos, están integradas a la sociedad, sus campus son iconos abiertos sin barreras de acceso, las instituciones y sus estamentos son valorizados y respetados por el poder político y apreciadas por la comunidad, sus decisiones académicas no están intervenidas por agentes externos, sus resultados de investigación impactan de manera inmediata, sus estudiantes y docentes son una riqueza que se cuida, sus egresados son su mejor referencia y sus directivas la garantía de autonomía. Son parte de un ecosistema social y cultural dinámico y profundamente interconectado.

      La tarea de investigación tiene recursos suficientes y asegurados, que de lejos superan los de A.L. En 2023 Harvard destinó más de USD 1.100 millones, Stanford USD 1.800, el MIT USD 1.000 millones para asegurar su “reputación”, sobre la que gravita su reconocimiento científico y social que atrae nuevos ingresos de fondos públicos y privados y nuevos estudiantes y científicos que suman a sus fortalezas pedagógicas. “Sustrae” del mundo a los estudiantes más brillantes (1.4 millones de extranjeros en las universidades de EE. UU) y con su excelencia científica “extrae” investigadores de primer nivel. Su amplia diversidad aceptada y respetada fomenta su sentido de pertenencia.

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         Con estas ventajas comparativas, de partida (capital, talento investigador y pedagogías de formación) valorizan su influencia global. A.L no puede competir seriamente en igualdad de condiciones en este modelo de rankings, pero se obstina en hacerlo y a veces con desespero convierte herramientas en fines y ejes de sus políticas locales. El listado jerarquizado es prefabricado y contiene discriminaciones. UBA, UNAM, Sao paulo, católica de chile, o U.N y Andes de Colombia, avanzan, pero la brecha crece y se amplía, porque los rankings son parte de un modelo de competitividad que rompe la solidaridad y veta las identidades y diversidad cultural propias con homogeneización. Crean la obsesión de llegar más arriba produciendo para indicadores, por imitar el modo de “universidad de investigación integral” de formato estándar, que erosiona toda identidad y valor único.

    Los rankings son un refuerzo de un sistema global jerárquico y neocolonial donde las universidades de los países ricos dominan las primeras posiciones y dificultan la visibilidad y atracción de talento de las instituciones del sur excelentes y comprometidas en sus contextos, pero con menos recursos históricos. Escalar entre obstáculos tiende a impulsar el uso acrítico y reforzado de más indicadores creados por sistemas ajenos o de naturalezas distintas a las del saber, en una carrera que compara incomparables y diferentes midiendo con una misma vara métrica, lo que es absurdo y desalentador.

     Las ventajas empiezan porque entre sus profesores, egresados y asociados concentran los premios y distinciones más relevantes de la ciencia (Nobel, Fields Medals, Turing Awards). Harvard con alrededor de 160 premios nobel, Cambridge más de 120 y el MIT casi 100. Y están acorazadas por poderosas redes de graduados con posiciones de liderazgo global en todos los sectores (política, ciencia, negocios, artes) que proveen donaciones sustanciales (Harvard tiene una dotación de más de USD 50 mil millones), Stanford recibió USD 1.8 mil millones para la nueva escuela de sostenibilidad en 2022 y todas ellas ofrecen becas gubernamentales y privadas para estudiantes (NIH, NSF en EE.UU, ERC, Erasmus en Europa) que refuerzan su marca global, con la que acceden a contratos con la industrias y gobiernos. Completan Reputación y prestigio con impactantes bibliotecas y archivos, edificios icónicos y siglos de historia (Oxford: 1096, Cambridge: 1209) creando un aura de tradición, tejido cultural, identidad institucional y contribución al saber humano, como legado que atrae talento y recursos de manera cíclica. Estas universidades de elite mantienen su estatus no por casualidad, su preeminencia descansa sobre un entramado complejo y robusto de estructuras y fortalezas interconectadas en los ámbitos pedagógico, científico, cultural y de reconocimiento que configura un “círculo virtuoso” donde el prestigio provee la “excelencia” de su calidad de la que emana su posición dominante reforzada con ranking como QS, THE o ARWU (Shanghai) utilizados como un imán. Para todas ellas su preocupación no es por educar para el trabajo ni para realizar operaciones básicas, su misión es educar para pensar, crear, transformar y dirigir sociedades.

      El sostenido declive de las más prestigiosas universidades de A.L en estos rankings, puede ser aprovechado para asumirlos como simples herramientas útiles pero defectuosas, que ofrecen una instantánea cuantitativa pero parcial y sesgada del panorama universitario, cuya principal utilidad está en visibilizar desigualdades y proporcionar un punto de comparación, sin que sean medidas objetivas de la “calidad” total, especialmente de la docencia y el aprendizaje. Las metodologías de comparación introducen sesgos sistémicos hacia ciertos modelos, formas de publicación, disciplinas, idiomas y regiones y algunos incentivos resultan perversos pudiendo afectar la misión, visión e integridad académica, como ocurre con la proliferación de empresas privadas que cobran por publicar y las sostienen quienes pagan por ello, o el uso acrítico del modelo como guía de gobiernos y universidades lo cual resulta por lo menos peligroso. Descentrar el modelo es una tarea de descolonización que motive esfuerzos para resignificar la identidad propia de cada universidad y fortalezca sus compromisos con sus pueblos del sur, en este caso, con visión latinoamericana de región autónoma, humanista y esperanzadora de futuro ante la crudeza de la barbarie y con vasta capacidad para enfocar el legado de las pedagogías críticas, las epistemologías del sur y la investigación acción participativa, que contribuyan a elevar la conciencia y a encauzar la ciencia hacia la dignificación de la vida.

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