Costumbres

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Por | Silvio E. Avendaño C.

Parece que se convierte en algo normal hallarse en el trancón y, permanecer detenido en la eternidad de la espera, mientras a través de las ventanillas vemos a los vecinos en sus autos con esas caras de aburrimiento y maldición. Es significativo que la odisea, ida y vuelta, a los lugares de estudio y trabajo, se haya convertido en una travesía en la cual no hay celeridad sino la monotonía de los vehículos detenidos. Y, cuando se padece la pesadez, bien se puede pensar que se padece lo absurdo. La imaginación en un trancón queda por decirlo así estancada. Y ese mundo irónico de lo inimaginable se encuentra en la calles y avenidas. En esa situación embotellada no dejan de presentarse los accidentes, por el contrario, aumentan. Así a diario, se sabe que los ciclistas, los motociclistas y los peatones son los que más padecen los accidentes en las vías, mientras las sirenas de las ambulancias parece que se regocijaran en una carrera hacia una fiesta.

Claro que vale mirar qué sucede con las carreteras. Sorprende el número de huecos en las vías. Y, ¿hay explicación para ese hecho? Se suele escuchar que esto se padece porque son pocos los operarios y las máquinas de taponamiento. Pero al observar la calidad y el grosor del pavimento o del encementado surgen las preguntas: ¿Qué dicen sobre la fragilidad del asfalto los ingenieros o las firmas constructoras? ¿Qué declaran los responsables de los contratos?

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Hay un hecho que asombra en estos días. Llama la atención lo que sucedió en Pereira, pues el ministro de Guerra (perdón de Defensa) y las autoridades policiales afirmaron que en una casa funcionaba una olla de consumo del microtráfico, y que por eso debía demolerse. Pero cuál no sería el desconcierto, ya que se equivocaron…Me supongo que se dirá: “Errar es humano” y la casa fue destruida.

Mas asombroso es que se esté volviendo costumbre que la sociedad se vampirice. Quizá el término puede ser desacertado. Pero la palabra cobra sentido cuando se prende la radio, se leen los periódicos, se enciende el televisor o se abre el internet. Por los noticieros brotan los muertos, la sangre se vierte en las páginas rojas de los periódicos y, en la televisión las imágenes hacen que sin darnos cuenta nos convertimos en hematófagos, y con ello la ansiedad por la huida de los asesinos, las manchas de sangre y las historias macabras.

Quizá se convierte en norma el miedo, sin darnos cuenta de que se dice a diario que vivimos en una democracia. Es más, la constatación de esta situación donde lo horroroso no es subversivo, sino que se certifica como normalidad.  Y, se dice que nuestra tranquilidad, el orden y la cordura son garantizados por medio de la Constitución, pero, sin ninguna exageración, la realidad es monstruosa y, en nuestro fuero interno sentimos la inseguridad, aunque se predique y se vocee tanto la garantía de la seguridad.

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