Por: Santiago Calderón Navarrete
La pandemia del Coronavirus tiene la particularidad de que como ninguna otra crisis previa, afecta todos los ámbitos de nuestra vida. Una gran incógnita se cierne sobre nuestra salud, la economía, el trabajo, las deudas, la familia y las expectativas de lo que se suponía iba a ser un buen año. Pero en medio de toda esta incertidumbre y afanes, estoy seguro de que el tiempo de cuarentena nos ha dado momentos para reflexionar, pausas para pensar en nuestro futuro. Muchos imaginamos que cuando todo pase tal vez resultemos siendo mejores personas, o nos demos ánimos para adelantar ese proyecto al que le hemos estado dando largas. Sería muy aburrido que cuando esto termine todo siga siendo igual que antes. Por esa misma razón esta crisis nos hace pensar en las posibilidades de nuestro presente, pues si algo hemos aprendido es que hay cosas que no pueden esperar si pretendemos garantizar nuestra supervivencia como sociedad.
Pensemos por un momento en la sensación de fragilidad de la condición humana que produce esta pandemia. Inspira temor, pero tiene la singularidad de hacernos sentir lo que es esencial, lo básico para nuestra existencia. Hagámonos una pregunta: Si surgiera una nueva crisis igual o peor que la actual ¿Estaríamos mejor preparados? ¿podríamos evitar sentir esa zozobra de tener que elegir entre la vida o la economía? No es un dilema superficial. Nuestro modo de vida, incluso buena parte de nuestra realización personal ya sea intelectual, económica o laboral, están inevitablemente atados a la economía. Y no podemos sin más simplemente renegar del sistema de mercado. Pero sí podemos pensar en ciertas condiciones institucionales que de ahora en adelante nos permitan estar preparados y eviten una debacle económica, política y social como la que vaticinan la mayoría de los pronósticos.
Se me vienen a la mente tres condiciones muy sencillas. Tres condiciones sine qua non que toda sociedad que se precie de serlo debería tener. Hablo de la salud, la educación y el cuidado del medio ambiente. Resultan obvias, pero si lo pensamos bien, su debilidad como políticas públicas o instituciones han sido determinantes para la agudización de la pandemia. Para nadie es un secreto que la precariedad de la infraestructura hospitalaria está relacionada con la tasa de mortalidad del virus, ni que los científicos de países en desarrollo no tienen nada distinto que hacer a esperar a que en un país desarrollado diseñen una vacuna y la envíen y, por último, que nuestra desequilibrada relación con el plantea y las especies que en él habitan parece no ayudar.
¡Sí! Ya sé. Hablar de estas tres condiciones es tedioso. Son temas que transitan o bien entre un tono arrogante de queja y constante inconformismo, o un cariz de ser lo políticamente correcto. Es como hablar de una generalidad como la paz, todos la deseamos, pero no es un deseo que se materialice en algo concreto. ¿Cómo lograrlo?
Lo primero que debemos tener presente es que hablar de salud, educación y medio ambiente no debe convertirse en un alegato por el “deber ser.” Esto no es un llamado a los expertos ni a la academia para que se sienten a analizar la situación. Precisamente por ello las he llamado condiciones, si se quiere llamémoslas a priori; porque lo primero que debemos tener en cuenta es que no son negociables, no son para después. Esto no es nuevo. Los clásicos de la teoría del Estado como Hobbes y Rousseau nos enseñaron que el Estado es el deseo de una comunidad de organizarse bajo un orden para que éste les garantice seguridad, como lo plantea el primero, e igualdad, como lo dedujo el segundo. Pero también para poderse garantizar a sí mismos las condiciones para poder florecer como ciudadanos. ¿Acaso podríamos lograrlo sin educación o salud? ¿o en una tierra infértil? Es por ello que, a pesar del carácter apocalíptico de la presente situación, nos es permitido pensar en un nuevo principio para la sociedad. Hoy más que nunca se hace necesario retomar la idea del contrato social. Rousseau nos ayuda a exponer claramente la diferencia entre lo que puede ser un antes y un después de nosotros como sociedad en el contexto de esta crisis: Cuando todo pase ¿preferiremos ser una multitud sometida o una sociedad gobernada? Vuelvo a preguntar ¿no sería muy aburrido que cuando todo esto pase todos sigamos siendo iguales que antes? ¿Qué en materia de derechos y deberes todo permanezca inalterado? ¿o que nada cambie en nuestra relación con el planeta y sus especies?