Por | Darío Rodríguez
Buenos Aires (Argentina). Agosto de 1960. El escritor argentino Emilio Renzi asiste a la exhibición nocturna de un film. Poco después registra el hecho en su diario:
Miércoles 3 de agosto
Voy al cine de la calle 7 a ver ‘La cabeza contra la pared’ de Georges Franju. Se cortó la luz. La película se paró en lo mejor. No quise que me devolvieran la entrada porque quería terminar de verla hoy. Todo sucede en un hospicio, caras indescifrables, todo muy sensacional. Pasé dos horas en el hall esperando inútilmente con dos o tres desgraciados como yo, que no tenían nada mejor que hacer. Al final me aburrí y volví a casa. Nunca voy a saber cómo seguía esa película.
(Ricardo Piglia – ‘Los diarios de Emilio Renzi. Años de formación’ – Anagrama – 2015).
No se encuentra en los diarios otra referencia acerca de ‘La cabeza contra la pared’. Al parecer Renzi olvidó ver la película durante días posteriores (tendría algo mejor por hacer), y es posible que un alma caritativa se la haya dejado observar hace pocos años, cuando todo el cine puede pasar por la pantalla del televisor o del computador personales. Contemplar films hoy no es una conquista ni tiene los méritos místicos de aquélla noche agónica dentro del cine de la calle 7.
Por otra parte, debido a su edad y carácter, Renzi debe estar muy cansado para ponerse a cerrar los ciclos de la juventud. Le basta con el esfuerzo titánico de escribir un diario por más de medio siglo y con habérselo confiado a Ricardo Piglia, su amanuense y representante.
Como Emilio Renzi no conocerá esta publicación, y como las cintas de Georges Franju no son precisamente la pasión de los cinéfilos actuales, lo mejor es contarle aquí qué ocurrió con la historia interrumpida por el descalabro eléctrico.
‘La cabeza contra la pared’ fue estrenada en 1959. Muestra vicisitudes de un muchacho parisino que es internado en cierto manicomio; el esfuerzo por conservarse cuerdo y sobre todo por salir de ese lúgubre lugar. Al final lo consigue, pese a que los desenlaces felices del cine francés no guardan similitudes con los del industrioso cine hollywoodense. En los films europeos clásicos queda siempre una grieta, una desazón o un desconsuelo en medio de la dicha.
El argumento se relata aquí a grandes rasgos porque su valor es mínimo en comparación con la puesta en escena del film, con sus planteamientos estéticos y actorales – algo que no puede narrársele a otra persona; quien quiera cotejarlos debe observar la película -. Si las situaciones encadenadas avanzan es sólo porque hay unos ámbitos, unos escenarios y unas atmósferas creadas para lograr tal objetivo. Una especie de “surrealismo dulce”, como ciertos críticos denominaron a la obra de Franju, cercano y lejano al mismo tiempo a la Nueva Ola francesa (de hecho Godard siendo crítico elogió a ‘La cabeza…’ aduciendo que era “una película demente realizada por un loco”), el movimiento cinematográfico del cual es contemporáneo.
No hay problema en referirle el argumento de ‘La cabeza contra la pared’ a Renzi porque de todas maneras quedará insatisfecho. El tipo de cinematografía en el que se formó como artista no es el del story telling estadounidense, que impera aun (y con mucha fuerza) dentro del cine comercial de nuestros días. Para un producto como ‘Star Wars’ resulta fundamental que el espectador sepa sólo hasta el final el dato insospechado: Darth Vader es el padre de su contrincante, Luke Skywalker. La industria fílmica y la de las series televisivas basan su éxito en una serie de sorpresas y efectos emocionales con grados de intensidad correspondientes a un plan preestablecido. Poco les importa si hay hondura en la totalidad de lo que están vendiendo. Les interesa el acumulado de taquilla y por esta razón no dudan en filmar precuelas, secuelas y enésimas partes de las películas, así como versiones nuevas de films que han sido exitosos en el pasado. El temor o terror al spoiler, a revelar fuera del contexto de la película datos escondidos o sorprendentes de la línea argumental, es comprensible porque los armazones de esos productos audiovisuales dependen de asombrar al espectador y amarrarlo para que siga pagando.
Georges Franju jamás hubiera asumido a su público como una horda de clientes sedientos de ser asustados o embobados. El dolor de Emilio Renzi no es tanto saber cómo continúa el relato sino cómo prosigue el entramado completo del film, la conjunción de las diversas estéticas, lo pictórico, lo narrativo, lo actoral, incluso la iluminación y el sonido.
Con el cambio de las lógicas en la industria del cine comercial también han cambiado los espectadores quienes, al igual que infantes insaciables, viven cada temporada a la espera de entretención y deslumbramiento fáciles. Si alguien osara proyectar ‘La cabeza contra la pared’ por estos días, fracasaría.
Cuestión urgente para quienes escriben guiones con intención de filmarlos, o para quienes observan films con propósitos superiores a divertirse: el esquema o modelo del story telling, tan viejo como el mundo, cuyo representante estrella es el guionista Robert McKee, tendrá que ser no solo cuestionado sino tal vez dinamitado si se piensa en la supervivencia del cine como arte.
Cuando pesa más el argumento con datos escondidos y refritos de suspenso que la estructura completa de la película, lo mejor es dedicarse a fuegos artificiales y esperar que otros, unos pocos, enciendan fogatas auténticas lejos del gran centro comercial fílmico. O tendremos que aprender a contar bien las películas, adornándolas, incluso tergiversándolas. Para esa práctica también hay maestros como Manuel Puig, otro escritor argentino, que elevó en sus novelas (‘El beso de la mujer araña’, ‘La traición de Rita Hayworth’) la narración oral o escrita del cine que se ha visto a la categoría de arte.
No exageró Emilio Renzi al escribir que nunca sabrá cómo seguía ‘La cabeza contra la pared’. Es tan buena película que ni siquiera contando su argumento completo se logra abarcarla. Ojalá todo el cine fuera así.