Por | Darío Rodríguez
Primero lo obvio: a ningún congresista recién elegido, perteneciente al partido de la U, liberal, verde, del MIRA, conservador, uribista – menos -, le importa mucho si el presidente va a ser Gustavo Petro. Puede llegar Ingrid Betancourt, con su endeble discurso y pensamiento. O el intragable y cada vez más patético ingeniero Rodolfo Hernández. Puede ser presidente Perico de los Palotes o Pacho Santos, valen lo mismo. A los nuevos congresistas de las derechas les tiene perfectamente sin cuidado quién se siente sobre el incómodo sillón presidencial. Porque ellos ya tienen lo suyo (contrataciones millonarias, puestos, componendas, poder y dinero en cantidades que a cualquiera escandalizan). Y van por más, si es posible, desde el próximo 7 de agosto. Con Petro de presidente tal vez tengan que pelear hasta la saciedad. Pero en el fondo no les preocupa: las regiones de este país fraccionado les pertenecen y nadie se las va a quitar. Ni siquiera un proyecto político que se presenta como progresista y que está en mora de ver si consigue realizar lo que se ha propuesto.
Ese proyecto, el Pacto Histórico, aliado con expresiones diferentísimas, incluso contradictorias, está produciendo en el país una serie de peligrosas expectativas que tendrán la obligación de sopesarse de aquí a mayo. Porque no podrán satisfacer a todos sus seguidores y de no cumplirse con la seguridad que su líder, Petro, las ha manifestado públicamente podrían producir reacciones violentas en la ciudadanía. Aupadas por los dirigentes de las derechas – congresistas incluidos – que aprovecharán el primer descalabro o descuido del mandatario para desprestigiarlo. Esto se sabe de sobra.
El Pacto cuenta con personas valiosas en su interior. Pero se enfrenta al dilema de una cabeza compleja y a veces indescifrable. Petro es un hombre tozudo que no termina de conocer el arte de trabajar en equipo. Estudioso, analítico, poseedor de propuestas serias (el refuerzo a la seguridad alimentaria; la universalización del sistema pensional) aunque también de planes cercanos a fantasías disparatadas como el del tren que va de la costa Pacífica a la Atlántica. Goza de una popularidad inusitada; desde el Álvaro Uribe Vélez candidato (2001) no se veía a un personaje público que conjugara en torno de sí tan hondas y apasionadas polarizaciones. Ante Petro es imposible siquiera un matiz: quienes lo detestan no lo bajan de guerrillero, terrorista y comunista; quienes lo adoran acostumbran a compararlo con un salvador, como la única persona que puede sacarnos del atolladero, del abismo. Las visiones reposadas de Petro no son muy atendidas por las masas, ávidas de memes y de audios perniciosos vía WhatsApp. Suele decirse entre quienes lo conocen o han trabajado junto a él que escucha pocos consejos y acostumbra ir solo en la toma de decisiones. Es muy difícil saber cómo serán sus rasgos o sus conductas como presidente, porque el ejercicio de un poder soberano tan grande puede modificar, a veces de modo negativo, a la persona que lo carga, arrastra o lleva. Es mejor no hacerse ilusiones con el mesianismo de Gustavo Petro y más bien ir pensando en estrategias que provengan de la Constitución de 1991 para intentar monitorear o acompañar a este lobo solitario. Si es que conquista el primer cargo de la nación.
Si algunos grupos económicos, mafiosos o políticos se lo permiten a Petro y no imponen a su rival inmediato, no el triste profesor Sergio Fajardo sino evidentemente Federico Gutiérrez. Gutiérrez proclama a los cuatro vientos su presunto talento como alcalde (tal vez lo único que hasta ahora tiene para mostrar; y no debería hacerlo porque basta profundizar un poco en esa gestión para notar que la suya fue una alcaldía irregular). A su demostrada incapacidad para la administración le suma un trasnochado lenguaje bélico, aprendido de su titiritero o carpintero Geppetto Álvaro Uribe Vélez, y un discurso que bien podría definirse con el célebre aforismo de Lichtenberg: “El cuchillo sin hoja al cual le falta el mango”. La nada misma.
Al riesgo de que Federico Guitérrez sea presidente, e iguale en incompetencia a Iván Duque (pues superar en inoperancia a Duque es humana y filosóficamente imposible), la alternativa es Petro. Pero no Petro solo, como de seguro le gustaría gobernar. Petro con la anuencia y el respaldo de su electorado, que según dice ahora es muy importante para él.
Las elecciones presidenciales en Colombia han seguido una especie de patrón histórico en sus candidatos. El grueso de la población sabía quién era el más óptimo, por norma general el que menos opciones tenía de ser elegido. Ahora estamos presenciando un suceso sin precedentes: el candidato óptimo tiene todas las posibilidades de ser presidente. Con fuertísimos vientos en contra. Y con el mayor de sus oponentes pisándole la nuca. Ese oponente para Gustavo Petro no es otro que el mismo Petro.
Vienen tiempos complicados para Colombia. Es conveniente irse preparando para resistir embates del uribismo – empecinado en quedarse, travestido ahora con la melena lánguida de Federico Gutiérrez – y, más que todo, embates de Petro, con quien se presenta una inquietante paradoja: no hay que contar con él pero hay que contar con él.