2025 un año marcado por la violencia verbal en el debate público que hiere la democracia, degrada la política y afecta la institucionalidad. Hoy como nunca, es más complejo diferenciar la verdad de la mentira dados los desarrollos tecnológicos.
Un presidente que señala de H.P a sus contradictores, acusándolos de actores de la gobernanza paramilitar y en ocasiones de mafiosos. Un gobierno que desprestigia y estigmatiza las ramas del poder público, cuando no comparte sus decisiones. Una oposición incendiaria en su lenguaje, donde la palabra “asesino” es común al referirse al gobierno o al menos asociándolos con la criminalidad. Unos periodistas que buscando likes suben al ring con miembros del gobierno, en un combate donde la derrotada es la verdad.
Así, pierde el presidente quien debe ser ejemplo de serenidad y cordura, por el contrario, es un generador de violencia verbal y un perpetuador del espíritu camorrero que ha marcado la actividad política. Pierde la institucionalidad siempre en riesgo de una ruptura.
Pierde la oposición que tras el insulto refleja pobreza argumentativa y pierden los periodistas quienes sacrifican lo más preciado la credibilidad y confianza frente a la ciudadanía.
Pierde la democracia, que además de un debate público marcado por la ausencia de argumentos y la violencia verbal, hoy es impactada por la inteligencia artificial generativa y su capacidad de producir contenidos falsos (deepfakes), noticias manipuladas, en general un entorno cada vez más mediado por tecnologías algorítmicas. Nunca había sido tal difícil distinguir la verdad de la mentira; un desafío global tiene la democracia que implica los retos éticos asociados, como los sesgos algorítmicos y la gobernanza de datos.
En otrora la plaza pública, las calles, los cafés y otros espacios, eran el escenario del debate político y social, hoy han sido desplazados por las redes sociales, transformando la esfera pública, como la denomina Habermas. Las redes son el medio a través del cual algunos mandatarios pretenden gobernar y los políticos buscan los votos, también los ciudadanos se expresan. Pensando en la democracia, desde la deliberación, trae consigo una mayor cantidad de participantes en el diálogo, pero a la luz de los discursos es más violenta y excluyente también. Es comprensible entonces el papel y la importancia de las redes sociales en la democracia, pero a la vez de sus riesgos en un país donde el lenguaje, el símbolo, por ejemplo, caminan de la mano de la violencia.
Ahora, la polarización en Colombia es un fenómeno histórico, además propio de la política caracterizada por la diferencia, el problema es que ha alimentado la violencia y el riesgo es su profundización (polarización) a través de las redes sociales expandiendo nuevas formas de violencia. Ayer rojos y azules, hoy izquierdas y derechas, alimentando nuevos factores de división.
El discurso de odio no da tregua, en un país donde el ejemplo empieza por la casa de Nariño. Un año que deja la muerte de un precandidato presidencial, opositor al gobierno; debates entre las ramas del poder e irrespeto a sus decisiones; bronca, rabia y rencor en el escenario político, donde la decencia se desconoce. Los de un lado y los del otro denigrando del adversario como estrategia para ganar reconocimiento público.
Ad portas de un año electoral, como señala el filósofo Chul Han, es necesario priorizar la empatía, el respeto por el otro y “no reducir la política a las luchas por el poder”. Se requiere una política de la amistad, así como de un periodismo crítico, veraz y que continúe denunciando los abusos de los gobernantes, es gracias a ellos que lo oscuro del poder se vuelve visible. Ciudadanos menos cooptados por la mentira y más educados para la política.
Esperamos un año 2026 con paz política donde el pueblo de Colombia tenga la libertad y la sabiduría de escoger lo mejor para el país. Feliz año 2026, deseo simplemente que los sueños de un país menos violento y en el camino de la justicia y el desarrollo sean posibles.
