Colcha de retazos

Foto | Meridith Kohut/ New York Times
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Por | Silvio E. Avendaño C.

En el cielo, nubes blancas viajeras. Parece que el sol viaja por el paisaje nebuloso y que la imaginación forjara en las nubes micos, perros y lagartos. Nada que vienen las nubes de ubres negras para liberar el agua. No llueve y los ríos famélicos pierden el aliento. Más el chaparrón de decretos cae cada día en la mañana, al mediodía y en la tarde. Decretos para reglamentar la vida de aquellos que han vivido sin normas. Y luego la tronadera que los mechudos no acatan la ley… que la chusma es incivil… que por tanto no tendrá fin la pandemia…

Aguacero de comparendos, amenazas de cárcel y encierro. Pero de llueve, desde las alturas, la ayuda humanitaria: una bolsa de arroz, un paquete de pasta, una lata de atún, una panela, una libra de lentejas, una botellita de aceite.

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Y, en los almacenes a quienes llevan el bono les sacan de la canasta la botella de vino, la lata de cerveza, el paquete de galletas dizque porque no son productos esenciales. Y en las alturas se rasga el velo de la empresa de aviación que no era nacional pues ella se volaba los impuestos dado que se largó para un paraíso fiscal.

Y los médicos que ya no viven del dolor ajeno, sino que mueren por falta de elementos de asepsia. Los muertos no tienen quien los vele pues en las funerarias no hay ni rezos, ni sufragios, tampoco misas de difunto. La caída del peso en picada mientras el dólar sube al cielo sin esperanza de lluvia. Y la matanza continúa.

Todos deben llevar el tapabocas, mucho mejor si tapan los ojos con eso no se ve la descuartizada democracia. Tiempos únicos que no imaginó ningún profeta. Y los viejitos a esconderse porque ahí viene el coco. Y la que se viene porque si los manantiales se secan, si las quebradas no murmuran, si el caudal de los ríos merma entonces vendrá el apagón a hacerle compañía a la pandemia.

El camino a comprar velas, plantas para producir energía. Y en las calles, en la puerta de los negocios, el tun tun. El aire perderá pureza porque el humo de los automóviles, transmilenios y las recuas de más de cuatro ruedas inundarán los pulmones de los citadinos.

Y se dirá: “como no sabíamos”, “esto nos cogió de improviso”. Y vendrán las reuniones de emergencia, la convocatoria a los sabios que mirarán al cielo con la boca abierta. Y el científico dictamen. “El problema se arregla cuando llueva y se llenen los embalses.” Mientras tanto: ¡mantecos compren velas!, a no ser que tengan una lámpara de Aladino.

En el país a oscuras se culpará al cambio climático, se dirá que Hidrohituango no pudo entrar en servicio. Y a la nación no llegará ni la energía eólica, tampoco la geotérmica, ni la energía mareomotriz, tampoco la solar, porque quienes manejan el cercado eléctrico nacional no les conviene, no les llueve ganancia.

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