En las ciudades, alrededor de la parte tradicional, denominado como “sector histórico”, que desde la Colonia permanecía estancada, se extiende un mundo sin orden y sin plan. Las ciudades crecen por diferentes causas, bien porque la inseguridad, violencia en el mundo rural y por la esperanza de un mundo mejor.
En un principio no hubo mayores reparos pues las invasiones no tenían mayor importancia, gente que venían del campo a las orillas de la ciudad. Llegaban y se hallaban con el hecho de que nada les pertenecía ni el agua, ni el banco del parque, ni derecho al hospital. Pero quienes habían vivido en la urbe sintieron la incomodidad y vieron a los recién llegados como extraños y enemigos. Ellos buscaban asimilarse a un mundo insólito que encontraron. Aprender a tomar el bus, acercarse al mundo urbano, llegar al estadio. Pero no hay que confundir, ni descartar pues el sentimiento de seguridad, propiedad de la gente de bien se veía agrietado.
Hubo cambios en la fisonomía de la ciudad pues el desarrollo desordenado fue creciendo en ella. Unos lugares se convirtieron en centros comerciales, urbanizaciones, retazos de clase media, edificios de propiedad horizontal en cómodas cuotas, apartamentos, casas y con ello la ilusión de independencia y autonomía que da el auto particular, hasta para ir por el pan… Los jardines poco a poco desaparecen para dar lugar a planchas de cemento, rejas metálicas, cerca eléctrica. Mientras pululan en las calles los desadaptados, mendicantes, delincuentes, sospechosos, mientras en las alturas reina el éxito.
Y, ante el tumulto de complicaciones los candidatos liberales se tornan conservadores pues convierten las consecuencias en causas, al transformarse en promotores de seguridad y movilidad: Hay que invertir en cámaras, acrecentar la policía, construir cárceles, legislación dura, envidiar a Bukele… Y ante la creciente temperatura por la inundación de vehículos es necesario ventiladores: avenidas, parqueaderos, puentes, metros elevados y caídos… Peticiones a la autoridad mientras la basura crece. Aceras invadidas a un costo mínimo y oferta: ¡Moto, moto, moto! Las calles convertidas en plazas de mercado. Atascos: automóviles, camiones, busetas. Las autoridades visten la capa de supermán ante el caos. La radio lanza el último muerto, la T.V. pasa las imágenes de asesinatos, en las redes sociales la versión de la izquierda o de la derecha se pelean la interpretación de los acontecimientos, en el periódico columnas por los nuevos yerros. Y, dele que dele con el orden público, con la escasa presencia de la autoridad, con las torpezas de la injusticia, el aumento de la marginalidad social, la presencia invisible de los drogos y colinos, la petición del libre porte de armas, el alcohol protegido por licoreras y seguros, factores incluyentes que facilitan los delitos como el hurto. Tantos paños, cortinas, miradas para que el otro crea en el avance, el progreso pregonado sin desfalcos ni atracos. Y no hay industrias ni proletarios sólo, importaciones, en un horizonte de influencers y precarios.