Por: Silvio E. Avendaño C.
La ciudad de calles empedradas, por las que transitaban los caballos, las mulas y carretas, quedó atrás con la llegada de los automotores. Comenzó una mutación en la mirada, pues el paisaje citadino desde entonces parece más estrecho. La prosperidad trajo la necesidad de vías anchas, las avenidas pavimentadas y anacrónicos las trayectos adoquinados. En pocas décadas cambió el paisaje dando paso a otro tipo de vehículos. Más, con los inventos la ciudad se diseña para circulación de los vehículos y, la queja que la libre circulación no puede ser interrumpida por las manifestaciones y protestas. Las ciudades se inundaron del ruido de los automotores diseñados para ser raudos, pero cuestión irónica en los embotellamientos y trancones transitan a las más bajas velocidades.
El proceso de motorización creció aceleradamente a diferencia de la construcción de calles y avenidas. Y el automóvil se convirtió en un medio de transporte elitista e hizo visible la diferenciación, entre quienes pueden y tienen auto y aquellos que no. Y tal desigualdad se consideró justa puesto que deriva de un proceso libremente elegido en el que todos tienen las mismas posibilidades de acceder al mercado o la propiedad. Dicho de otra manera, el discurso desigualitario, enalteció a quienes pueden tener auto y estigmatiza a los que no lo poseen por su falta de mérito, dinero y diligencia. Alguien me decía: “¿Usted no tiene automóvil?” A lo que respondí: “No lo necesito, vivo cerca del trabajo” Y se me aconsejó: “Compre automóvil, para que lo vean”
El reconocimiento que da tener automóvil establece la ilusión de ser más que los otros. Y, claro, como se busca igualarse dada la facilidad de adquisición, las calles se inundaron de autos y motos. En los suburbios se ven pasar los coches particulares que llevan los críos al colegio y, gente que transita en la moto con los niños, la mujer y hasta el perro… Y lo que era un privilegio para quienes podían acceder al automóvil fue desapareciendo, de tal modo y manera, que la adquisición llega a ser masiva. El automóvil es un elemento de la vida cómoda mientras las motos son instrumentos de trabajo, como se puede ver con el servicio de los motorratones.
Más el auto y la moto no vinieron solos pues trajeron la contaminación. En el horizonte de la ciudad se percibe la nube que mancha el aire limpio. Claro que no se puede olvidar la realidad que demuestra como la contaminación no procede solo de los automotores. Pero lo cierto es que el aire que se respira en la ciudad está impregnado de sustancias perjudiciales para la salud de hombres y mujeres. Los gases emitidos por los vehículos afectan a las personas alérgicas, asmáticas, niños y a los mayores. Además, la agresiva circulación urbana, dados los continuos aceleres y frenadas, conlleva a altos consumos de combustible y a emisiones de tóxicos lanzados a la atmósfera.