Por | Silvio Avendaño
Cuando camino por Bogotá, a la altura de la carrera séptima con calle veinte, me hallo en el parque de Las Nieves. Me detengo ante la estatua de Francisco José de Caldas y, observo el reloj que se encuentra en la torre de la iglesia.
Contemplo la conjunción entre el científico y el tiempo, el conocimiento y la acción. “El hombre está compuesto de dos substancias esencialmente diferentes: de un puñado de tierra que lo arrastra sobre la tierra y le confunde con los brutos, de aquel soplo divino que lo eleva y lo pone frente a la creación”, escribió Francisco José, en 1808. En aquel momento viene a mi memoria, las idas y venidas por la cordillera de los Andes, la lucha, la captura y la condena de Caldas. Lo mató el plomo español, en una hora determinada. En vano se pidió que se postergara la ejecución. Pero la orden se cumple en 1816 y, la cuádruple descarga lo derriba. Desapareció de Caldas la sucesión del pensamiento y vendría el olvido. El chafarote del momento no le concedió un minuto más. Señaló: “España no necesita sabios”, enunciado que ha continuado en la tradición de las repúblicas hispanas, en las cuales, en la silla del poder, no hay interés por la ciencia y el conocimiento.
La invención se les deja a otras naciones, de donde se importa con espíritu febril, con ansia de modernidad la tecnología del hierro-máquina de vapor-carbón mineral; electricidad-concreto-acero; caucho-motor de combustión- petróleo; chip-computador, celular y a la espera de la nueva invención para adquirirla en la ilusión del vendaval del progreso.
Y cuando vuelvo a mirar la torre del templo de Las Nieves, me parece escuchar un murmullo que se acerca en voces, gritos y consignas de los manifestantes, en la tarde del 9 de abril de 1948. El tropel avanza hacia la caza de gobierno. Y cuando la turba pasa por las Nieves, los francotiradores disparan al reloj de la iglesia, para quebrar el sometimiento a la autoridad y la obediencia del “sí señor”, “como diga patrón”, “enteramente a su mandar”. La multitud se rebeló contra el tiempo de la resignación, que se extiende desde la llegada de la cruz y de la espada. Sólo que la plebe fue sin saberlo al matadero, dado que, en la plaza de Bolívar, la esperaba los proyectiles, en el ruido acompasado y unánime de los tanques de guerra. Desde entonces, en el espejo retorcido del tiempo, la esfera del reloj de la iglesia de Las Nieves está agujereada. Aunque la existencia para la gente desde entonces es más dura e implacable.
Paralizado, quieto, contemplo a Francisco José de Caldas fusilado, a quien no se le concedió un instante de la eternidad. Asimismo, del reloj de la iglesia observo la esfera agujereada, mientras en el curubito del poder el desinterés por el conocimiento y la ciencia se perpetúa. Y a la acción se le responde con el plomo, y la sangre se va por las alcantarillas.
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