Por | Manuel Humberto Restrepo Domínguez
El conocimiento sirve para dominar los miedos, comprender los limites de lo permitido y entender quien es cada uno como ser humano. De manera colectiva es la mayor riqueza humana con criterio de valor, constituye la base del desarrollo humano, económico, político y social de cualquier país, grupo o comunidad y su acertado uso produce las decisiones y respuestas que permitan salir victoriosos de cualquier crisis. Del conocimiento se desprende lo que se ha llamado el capital intelectual, que es parte esencial del patrimonio común de la sociedad, de la nación. El conocimiento convertido en capital intelectual es el principal recurso social estratégico que se conserva desde la antigüedad y que las instituciones y las empresas tratan hoy como activos de conocimiento, de los que se desprende la principal fuente de producción y creación de riqueza y decisiones acertadas. Los grandes financistas, el 1% de población dueña del mundo no es más rica, ni acumula riqueza por su conocimiento, sino por su astucia, su capacidad para apropiarse de lo que los otros producen.
Al gobierno de Colombia no parece inquietarle el papel de este activo esencial, su propio declive le produce fortuna y ruina al tiempo, es complaciente con la crueldad y ha perdido su refinada diplomacia y espíritu aristócrata, se comporta como manada al acecho, como lo hacen en redes con sus sistemáticos fake news planeados en sus bodeguitas de odio y madrigueras de horror. Las cifras y tratamientos diferenciales frente a las instituciones de la cultura, la ciencia o la educación, no tienen un lugar en la agenda oficial. La dinámica social reclama con urgencia oír y atender las demandas de jóvenes, artistas, creadores. Más de un millón de jóvenes que son parte de la base intelectual en formación necesita recursos inmediatos para continuar con gratuidad sus estudios en las universidades públicas y otros miles esperan apoyo para el desarrollo de la vida artística y cultural, que se desbarata igual que ya ocurrió con el aparato productivo que tiene el desempleo por encima del 20% y envía a la miseria y desesperanza a una capa de población, ve impasible la quiebra de la base material y espiritual de la cultura, se cierran teatros, escenarios del arte, salas de concierto y exposición.
La polarización política arrastra la sociedad al miedo para salvar el honor del líder y jefe del partido en el poder y sirve de velo que oculta la verdad de antes y de ahora, que parece ser la misma respecto a barbarie, impunidad y crimen. La polarización en pandemia, le ha permitido al gobierno romper la discreción y tomar partido por su propio proyecto de poder, que no tiene en sus planes la defensa del capital intelectual. En tiempo de pandemia el país ya cambió, es distinto en sus modos de acción, los derechos son un asunto de segunda y los avances hacia la paz están relegados. Las universidades están activas, aunque sus campus estén cerrados y la desfinanciación estructural que supera los 12 billones, requiere ser atendida con urgencia, de emergencia. La sociedad entera clama por sus jóvenes y la respuesta necesaria exige tomar la muy barata decisión de reasignarle menos de medio billón de pesos al Sistema Universitario Estatal SUE, sacados del fondo de atención a la pandemia para asegurar la continuidad de la formación intelectual de sus jóvenes y garantizar la estabilidad de las 32 universidades públicas, que por carencia de nuevas fuentes de recursos, con un leve empujón tendrán asegurada su fracaso. La decisión del gobierno a favor de su capital intelectual y la preservación de la inteligencia, creadora de múltiples valores de uso, necesarios para la convivencia, la paz y el progreso social, le resultará mas rentable a la nación, que “prestarle” recursos a Avianca (por el doble de lo que necesitan los universitarios), al aparato de guerra, consumido por la brutalidad policial y militar, o a las transnacionales ávidas de despojo y de nuevas y escandalosas exenciones de renta.
Asegurar la base intelectual de la nación, ha sido de poco interés para todo gobierno, y en este momento hay coincidencias de fondo con la fundación del estado moderno, que comenzó en 1810 con la llamada “Patria Boba”, que en pocos años tuvo al presidente más joven (Santander de 27) y al más viejo (Manuel Sanclemente de 84), permitió solo el voto de quienes tuvieran finca raíz, dio origen al régimen del terror, dividió al país en bandos y predicaron el exterminio de los contrarios para salvar el honor y construir la patria a su medida. 200 años después el estado se sigue comportando como una junta que administra los negocios comunes de toda la burguesía, en la que algunos predican el “usted no sabe quien soy yo”, unos compran inclusive títulos de bachillerato y cargos del estado, otros matan sin piedad creyendo que matar indios, afro o pobres no es pecado. Su propia degradación intelectual, llevó a la burguesía que comanda la nación a la decadencia ética y moral, a mezclar sus intereses con mafias, criminales y bandidos de todas las especies, sin reservas, se alejó de las relaciones idílicas de su mejor momento en el que el arte, la ciencia, la educación y la cultura refinaban sus palacios y sus fiestas, que no eran de sangre.
Esa burguesía decadente, reproducida y perpetuada en el poder del estado, con sus negativas ratifica el mensaje, ya conocido, de que no cree necesario formar capital intelectual, menos si se trata de los sectores populares, porque como lo creen algunos altos funcionarios, las universidades fabrican terroristas y el teatro demonios, negándose a entender que la corrupción y la barbarie están adentro de sí misma, que convirtió la dignidad personal y los derechos humanos en un valor de cambio y sustituyo numerosas libertades por la libertad de comercio y la libre acumulación del capital, para terratenientes, banqueros y traficantes (de personas, drogas, armas, biodiversidad y decisiones políticas), como en la patria boba, donde ocurrió que en lugar de “la explotación velada por ilusiones religiosas y políticas, se estableció una explotación descarada, directa y brutal”, que se completó con el despojo que hizo la burguesía de “la aureola de las profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote, al poeta, al hombre de ciencia, los ha convertido en sus servidores asalariados… ha desgarrado el velo del emocionante sentimentalismo que encubría las relaciones familiares y las ha reducido a simples relaciones de dinero”. Esa burguesía, reconocible por sus expresiones de desprecio a la inteligencia y a los olvidados en cordones de miseria de campos y ciudades, está en el partido en el poder, el congreso, los altos cargos del gobierno y las empresas exitosas, esa burguesía decadente anida en todas partes, está y crea vínculos en todas partes y ha sometido al estado a sus deseos y voluntad de poder y cree que tienen derechos divinos y que el resto tiene obligaciones con ellos que pueden imponer como sea.