BicenteNairo, de Egan, Nairo, Rigo y Henao

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Por: Manuel Humberto Restrepo Domínguez

Egan trae una señal de paz, que invita al país a quererse, reconocerse como es, como él: honesto, honrado en todo lo que hace, con el único propósito de hacerlo bien, con dedicación, disciplina y optimismo. Así es esta nación, así ha tratado de ser siempre, en sus doscientos años de vida medianamente independiente. Pero la guerra ha sido más poderosa, más atractiva, más contundente, más estridente, más miserable, y es hora de superarla de manera definitiva. Los jóvenes superaron los Alpes, después de haberse preparado en los Andes, y esa es la mejor señal para reiniciar la ruta de la paz que dejará el Bicentenario. 

Guardadas todas las proporciones, especificidades y diferencias, el Tour de Francia, puede resultar lo más parecido a un Premio Nobel, otorgado a científicos, literatos y altruistas; o, a un premio Oscar, entregado al mejor actor o actriz del cine. Ganar el Tour de Francia en su versión 2019, es un logro profundamente significativo para el país, su equipo y, sobre todo, para el ciclista Egan Bernal, un hombre joven, de apenas 22 años, la misma edad en la que se gradúan de profesionales los jóvenes que van a las universidades, a las que él no ha podido asistir porque su vocación fue otra. 

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      Egan es un joven  humilde, representativo de la mayoría de deportistas colombianos, que como los boxeadores, gimnastas o atletas, no tuvo la posibilidad de entrenar en una pista adecuada, un escenario especial, ni un gimnasio, ni tuvo las herramientas adecuadas, porque en el país los jóvenes son entrenados para ser guerreros, soldados, nunca atletas al estilo griego. Como ellos, como casi todos, Egan, tuvo que  entrenar en las calles, montañas, parques y andenes públicos y su compromiso fue fortalecer sus capacidades a fuerza de imaginación, sufrimientos y sacrificios; en todo caso, sin desmayar nunca, sin derecho a renunciar al futuro que se quería trazar y que hoy corona. 

       Cada vez que hay un triunfo, el país se llena de emoción y la gente manifiesta que quiere a sus atletas, no importa si es solo mientras ganan. El Estado reacciona igual. Esta vez olvidará por un momento que hace apenas un par de días era cuestionado por su silencio ante los crímenes contra líderes sociales. Pero no importa, porque también participará de la fiesta y a través de instituciones y gobernantes abrazarán ese triunfo y ofrendarán honores y palabras bonitas para sus héroes, esos si de verdad, porque no matan, no causan daño, no hieren, no ofenden, ganan en justicia.

Y si rápidamente todos olvidan lo dicho y hecho no importa, el momento y el episodio es tan gratificante que no importa si el olvido llega pronto. El momento, la gloria del triunfo, son únicos, permiten unir a la nación, los partidos, a víctimas y victimarios por un instante, sin cálculo político, ni oportunismos de nada. No importa si es solo por un momento que se borran los odios y se puede soñar que un día no lejano, todos los días sean como el de hoy, de triunfo, de tranquilidad, de paz, de respeto, de alegrías, sin hechos de sangre, sin falsedades, ni engaños, ni ganas de revancha y venganzas aplazadas.

      Egan trae una señal de paz, que invita al país a quererse, reconocerse como es, como él: honesto, honrado en todo lo que hace, con el único propósito de hacerlo bien, con dedicación, disciplina y optimismo. Así es esta nación, así ha tratado de ser siempre, en sus doscientos años de vida medianamente independiente. Pero la guerra ha sido más poderosa, más atractiva, más contundente, más estridente, más miserable, y es hora de superarla de manera definitiva. Los jóvenes superaron los Alpes, después de haberse preparado en los Andes, y esa es la mejor señal para reiniciar la ruta de la paz que dejará el Bicentenario. 

        El día 28 de julio es hondamente insuperable porque miles, millones de personas habitantes del país campeón mundial del desplazamiento y la barbarie, podrán vivir en paz, comer en paz, dormir en paz, sentirse parte del colectivo que lanza vivas y derraman lágrimas, pero esta vez no de dolor, sino de alegría. Todos pensaban que esta vez sería Nairo, pero no lo fue; tampoco importa, hizo lo que podía hacer y lo hizo muy bien, insuperable y el lugar ocupado es suficiente y alentador, sus triunfos y su esfuerzo tuvo la energía de todo un país en sus piernas y sus pedalazos. Nairo será el campeón del Bicentenario, el hombre del BicenteNairo, que se ha forjado recorriendo una parte de la ruta libertadora, del pantano de Vargas al Puente de Boyacá, de Tunja a Cómbita y de ahí a Moniquirá. 

       Egan abre la puerta a la esperanza para que los jóvenes sean de verdad mirados por el Estado, respetados, atendidos, incorporados en las políticas públicas, como actores esenciales para reconstruir a la Colombia de la paz. Si los jóvenes como Egan son respetados y atendidos, todo podrá cambiar y ellos mismos ya no serán perseguidos para ser reclutados y sacados de las parcelas, para ir a la guerra; en paz tendrán que ser los mejores ciudadanos, la base principal para asentar la reconciliación y vivir la vida con dignidad. Gracias Egan, Gracias Nairo y Rigo y Henao y tantos más, que subiendo la cuesta llenan la vida de esperanza…    

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