Por: Sara Lozano
Siempre me gustaron los atardeceres. Llegar corriendo a la última hora del día, donde se desdibuja la luz y con ella se abre paso a la fría noche. Sin embargo, creo que la humanidad podría contar rápidamente las veces que alguien se ha sentado a verlo.
Mi madre solía decir que con los atardeceres venia la desesperanza, pues se abría paso la incertidumbre y la soledad. Pero los atardeceres son la espera más deliciosa, pues mientras la maldad de nuestras almas es aguzada con la luna, renacemos como bebés cuando se aproxima la luz. No hay pecado que valga a la luz del sol, pues no hay virtud que lo haga en la sombra eterna de la permisiva noche.
Cerrar los ojos, es el mejor descanso. Perderte en un más allá infinito que es y deja de serlo al mismo tiempo. El tiempo se mueve despacio, sin embargo tu corazón puede acelerarse tanto como lo desees.
Biip Biip… Biip…
Latidos lejanos aún en un corazón tan cercano. En este lugar, me es posible amar sin ser destrozada y olvidar cosas que en vida, me piden ser recordadas.
Camino descalza, sin temor a enfermar. Me dirijo a cualquier lugar, sin miedo a que algún psicópata me pueda en la esquina esperar. Puedo admirar el cielo que nunca he visto, pero que aquí se me permite imaginar.
Biip Biip… Biip…
Ahora mismo me dirijo a mi casa. La casa de siempre, aquella morada de dos pisos, simple, pero acogedora. Entrare como todos los días, dejare las botas mojadas en la entrada. Mi mamá me espera, reposaré mi cabecita en su pecho y dejaré que me cepille el cabello, como suele hacerlo, de abajo hacia arriba, pues ella sabe cómo hacerme lucir bonita.
Biip Biip… Biip entrando… taquicardia…
Mi madre y yo reímos. Que palabra más extraña, «taquicardia». Ella se levanta y yo quiero ir con ella, pero como siempre algo no me deja, pronto veo por la ventana y como siempre, está atardeciendo. Tomo mis pequeñas botas, que por alguna razón siempre están cargadas de lodo, y me dirijo hacia el lago, junto a mi madre, para así poder contemplar nuestro atardecer. Veo a mi madre a la distancia, pero ella solo se aleja más y más. «Ehhh» grito. Silencio. «Ehhh».
Biip Biip…Biip… ¡Está hiperventilando!
Escucho una voz lejana. Me zumban los oídos y me siento desfallecer. Sin embargo, frente a mi malestar, mi madre se muestra indiferente y continua avanzando. Sin mí. Empiezo a correr, el tiempo se mueve despacio, sin embargo tu corazón puede acelerarse tanto como lo desees.
Biip… Biiip Biip… El corazón está entrando en paro.
Todo a mí alrededor retumba, pero mi madre sigue ahí. Incansable, pero infinita. Ya está anocheciendo.
Biiip Biiip Biip ¡Despejen!
Alcanzo la orilla del lago, justo a tiempo para contemplar el último rayo de luz. Veo hacia abajo, y no logro ver mi rostro. ¿Qué está pasando? Veo a mi madre en el centro del lago, camino hacia ella, pero poco más de unos centímetros, tengo el agua hasta el cuello.
Biiip Biiip Biiip… Los pulmones están llenos de agua.
Ahora he llegado al punto de siempre, sin embargo algo es diferente. Ya no siento los miembros de mi cuerpo, pero esta vez no hay miedo. Solo esperanza.
Biiip Biiip Biiip La perdemos
Ahora y por única vez, mi madre se acerca a mí. Y por fin como tanto desee, me lleva con ella.
Biip
Ya no hay dolor. Cierro mis ojos, pero algo me toma y me jala hacia arriba.
Ahhhh, grito de dolor y desesperanza. Los doctores me ven con asombro y alegría. Al fin y al cabo, para mi desgracia, solo estaba soñando. Una vez más.