Aproximaciones al amor

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Por | Diana Ruiz

Hay amores que parece que se acaban y florecen
Y en las noches del otoño reverdecen
Tal como el amor que siento yo por ti.

Shakira Isabel Mebarak / Antonio Pinto

El amor es un tema recurrente, sale a la luz en conversaciones de bares, se diluye entre mensajes de chat, se pierde en ojos bonitos y sonrisas pícaras, pero ¿qué es al amor? En la Biblia dice que El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad (1 Corintios 13:4-7). No estoy muy segura de que sea así, porque el amor parece ser todo lo contrario: impaciente, irritante, injusto, cruel y mentiroso.

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Por eso quiero hacer un recorrido a través de algunas obras icónicas de la Literatura Universal en las que se ha intentado retratar el concepto de amor, los ideales y las expectativas de lo que debería ser y no ser. Lo anterior no con el fin de encontrar una respuesta, sino más bien de entender cómo se gesta el amor en distintas situaciones, cómo se transforma, se pierde, se diluye y reconstruye, quizá sólo para llegar a la conclusión de que es necesario e inevitable.

En el libro del Génesis se narra la historia de la creación y de Adán y Eva, la primera pareja en el mundo, condenados a hacerse compañía, a reproducirse, a trabajar para sobrevivir. ¿Es acaso ese el significado de amor? ¿Surge el amor cuando no hay nadie más en el Paraíso? ¿O acaso el amor nace del pecado, del fruto prohibido?

En Romeo y Julieta, de William Shakespeare, sí, nace un amor prohibido, un amor joven, inmaduro, inoportuno, un amor a primera vista. Le dice Julieta a Romeo: Nada más que tu nombre es mi enemigo. Tú serías tú mismo aun si no fueras Montesco. ¿Qué es un Montesco? No es ni mano ni pie ni un brazo ni una cara ni ninguna otra parte que pertenezca a un hombre. Sé cualquier otro nombre. ¿Qué hay en un nombre? Eso que llamamos la rosa con cualquier otro nombre no perdería su aroma.

Romeo y Julieta, 1996.

Y es que algunas veces al amor lo anteceden los rótulos, las etiquetas: la edad y la profesión, el país en el que nacemos, el idioma que hablamos, el color de piel, el barrio en el que vivimos, todo nos antecede y nos traspasa. Y si el amor logra superar esto, como en Romeo y Julieta, surge la fatalidad. Tantas formas estúpidas de morir y los amantes eligen hacerlo en nombre del amor.

En Orgullo y Prejuicio, la novela de Jane Austen, el final es más amable, aunque el título y el nombre también importan, pues es ambientada en una época donde el amor en el matrimonio era poca cosa, porque de amor no se vive, no y sí, puesto que hace la vida más interesante, como en esta historia que no es amor a primera vista, ni a segunda, ni a tercera, es un amor engañoso, que se camufla de orgullo, oculto en la cortesía. Nos enseña que hay que desconfiar del amor a primera vista, que los ojos bonitos y los buenos modales traicionan, que hay que mirar varias veces al lugar a donde prometimos nunca ir, para encontrar ese sentimiento extraño que molesta, y darnos cuenta que es como un espejo que refleja defectos e inseguridades. El amor enseña, aunque casi siempre son lecciones difíciles de aprender.

Orgullo y prejuicio, 2005.

Hay amores que se conocen en la juventud y se marchan, hay otros que se conocen en la adultez y se quedan hasta la muerte, y hay otros que, suspendidos en el tiempo, junto a miles de suspiros, aguardan sin entregarse al olvido. En El amor en los tiempos del cólera, la novela del premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez, la juventud y el amor adolescente pasan a segundo plano y espera paciente hasta la vejez, nos demuestra que el corazón aun cuando ha recorrido ya todos los caminos, aun cuando la esperanza se ha diluido en su interior, él sigue ahí, vivo, se acelera, se emociona y sufre, porque para amar la edad no importa. Esta novela rompe esquemas y guarda la esperanza, esa que todos en secreto anidamos al creer que existe un alma gemela, el príncipe o la princesa azul, la media naranja, sin saber muy bien quién es o cómo luce, ni cuál es su color real, pero con la certeza de que le reconoceríamos en cuanto asome por la puerta. En el 2007 la novela de Gabo fue llevada al cine, con la dirección de Mike Newell, y con un bolero como banda sonora, compuesto e interpretado por Shakira especialmente para la ocasión, y del cual he tomado en préstamo algunos versos para abrir esta conversación.

Drácula, de Bram Stoker, 1992.

La literatura que no es propiamente realista, desde luego también se ocupa del amor. Amar a través de la fantasía, del romanticismo gótico, o de lo real maravilloso, nos permite vivir otra experiencia, pensar en la condición humana de otra forma y saber que quizá la muerte no sea el peor de los castigos, sino la vida. En Drácula, la novela de Bram Stoker, en donde el famoso vampiro maldice a Dios por haber permitido la muerte de su amada mientras él defendía la fe cristiana, el Conde maldito cumple la condena de la inmortalidad, y espera en soledad a que ella reencarne. Pasan cuatro siglos, hasta que un día se da cuenta de que el aroma de aquella a quien ama está en al aire, que ha vuelto. La busca, pero se da el desencuentro ya que su mujer no lo recuerda y está próxima a contraer nupcias con otro hombre. ¿Qué hacer cuando has esperado tantos años? ¿Qué hacer cuando no existe un nosotros, pero el sentimiento perdura? ¿Es acaso un crimen matar por amor? ¿Qué es válido y qué no al amar? ¿Acaso el amor es libertad o condena? Habría que formularle estos interrogantes al conde Drácula que esperó tantos años a su amada, él que carga con un título que ante los ojos del mundo pesa, el de vampiro, y no el de hombre que ama, como quizá hubiera preferido.

En ocasiones los adjetivos que parecen definirnos son inexactos e injustos. Así pasa en Un beso de Dick, libro del escritor colombiano Fernando Molano Vargas, en donde se narra un amor adolescente, con la particularidad de que se trata de una pareja homosexual, un hombre que ama a otro hombre. Este libro, que fue premiado en un concurso nacional de novela, pone sobre la mesa dilemas morales sobre el amor, el sexo, la familia, la sociedad, y la muerte. El protagonista se cuestiona y dice:

Portada de Un beso de Dick, Fernando Molano Vargas, Seix Barral.

Tanto escándalo por un beso. ¿Qué cosa hay en un beso, Dios?, ¿y a quién le importa si son mis besos. Si mis labios son míos. Y son de Leonardo. Si cuando Leonardo muerde mis labios, son mis labios los que muerde. Y no los de papá. Ni los de nadie?

No hay manera de contradecirlo, pero hacemos difícil la vida, nos gusta encasillar todo, bueno y malo, blanco o negro, olvidando que el arcoíris es bello precisamente porque reúne todos los colores.

¿A quién se debería amar? ¿Está mal amar a la persona que nos hace feliz? ¿Qué edad se necesita para entender el amor? ¿Quién nos puede decir a quién se puede amar? Son preguntas difíciles, cuyas respuestas han cambiado a lo largo de la historia, siempre precedidas de la moral, es tan confuso que ni Dios sabe responder, lo cierto es que si él puso ese raro sentimiento dentro de nuestro pecho o si surgió de la evolución o de alguna maldición que nos condena a buscar nuestra otra mitad, ahí está, por la razón que sea, como una necesidad de encontrar lo que no se nos ha perdido, porque a nuestra naturaleza salvaje e irracional le gusta tomar la mano como si fuera el acto más íntimo que existe, le gusta besar como si la vida misma dependiera de ello, disfruta mirar los ojos de esa persona como si contemplara el atardecer, es una droga que sabes que daña y aun así la necesitas, y te vuelves tonto, haces estupideces, eres feliz y triste en partes iguales, pero irracional de todas las formas posibles.

Quizá el amor sea esa niebla que se ve, indecisa, entre el ocaso y la aurora, estrella fugaz. Alguna vez escuché que todas las historias de amor son trágicas, y que las que no lo son es porque terminaron antes de tiempo. Tal vez la tragedia sea parte del amor, así que lo mejor es celebrarla y amarnos, en la vejez y en la juventud, sin adjetivar nuestro nombre. Dejar que nos domestiquen como el Principito hizo con el zorro, dejar de ser una rosa más en un campo lleno de rosas, y ser esa rosa que aun siendo igual a todas, es diferente y especial para los ojos de quien nos ama.

Tunja, mayo de 2023

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