Por: Teófilo de la Roca
El mundo se ve cada vez más sometido a dragones infernales. Basta decir que como dragones lanzan la humanidad hacia la asfixia y la desesperanza.
Para muchos predicadores que en el mundo de nuestros días insisten en la importancia de la fe y aún en el amor a Dios, sin que hagan mayor hincapié en la necesidad de entender de justicia, de caridad, de amor al prójimo, con base en obras, los alcanza Jesús con la parábola acerca de Lázaro y el rico.
Se entiende que la parábola no es sólo para exponerla o explicarla, sino para entrar con ella en el marco de la realidad y así abrir juicio a la historia, manejada como aparece de epulones, distanciados cada vez más de los millones de Lázaros que pueblan el planeta.
Se necesita sí de valor profético para cuestionar y aún sacudir estructuras y mentalidades. Porque se trata de hablar desde las perspectivas de los Lázaros. Es acción que resulta difícil; sobre todo si lo que se maneja o se vive, es un simple verticalismo religioso. ¿Y qué entendemos por verticalismo religioso? El hablar mucho, si se quiere, de la importancia de la fe y del amor a Dios, sin encarnar el gran precepto del amor al prójimo y en especial al que aparezca desconocido por Estados, por gobiernos, por políticas, por iglesias o religiones. A sabiendas de que de todas esas formas de poder o de institución, se pueden estar desprendiendo actitudes epulónicas. Basta que como instancias estén desconociendo la suerte del pobre y que en el lenguaje de la parábola toma el nombre de Lázaro.
Frente al fenómeno de la injusticia en el mundo, frente a los grandes abismos que se crean cada vez más entre unos satisfechos y unos mapas que muestran impresionantes cifras de desprotegidos, de seres condenados a una muerte anticipada, al no tener acceso al desarrollo, a los más mínimos derechos de seguridad social; frente a este estado de cosas, creemos que ha llegado el momento de las definiciones. No creemos que el Evangelio dé para actitudes que podríamos llamar de «medias tintas». ¡O se es radical, firme, o no se está con el Evangelio! Así de sencillo. O se permanece de lado de los Lázaros y se actúa desde ellos, o se ha entrado en la «comedia de lo humano».
La parábola de Lázaro y el rico toca nuestra propia realidad. Entonces, con base en ella, sabremos a qué atenernos. O la historia redime al Lázaro de nuestro tiempo o se permite que los epulones arrebaten con lo habido y por haber y se monte en el mundo la cruel injusticia de una humanidad inmolada en aras de la prepotencia económica. No quisiéramos decirlo, pero el mundo se ve cada vez más sometido a dragones infernales. Basta decir que como dragones lanzan la humanidad hacia la asfixia y la desesperanza.
Pero atentos a la parábola; Dios le da al pobre un nombre: Lo llama Lázaro. Al rico lo llama simplemente rico. Con su injusticia ni siquiera tiene derecho a que se le dé un nombre. En lo histórico, es el rico que se da el nombre. Como nombre, como poder, como dominio, como prepotencia, desconoce que el pobre pueda tener derecho a un nombre. Y así pasa el pobre, sin que para él haya historia.
Pueblos de la tierra han existido que viéndose sin ser tenidos en cuenta, que negándoseles sus derechos a ser historia, han despertado y salido de su propia postración, en un cambio de papeles. Quizá como pueblos han entendido que la justicia pertenece a Dios y por ella lucharon y se sacrificaron, hasta alcanzar lo que en vida se les pretendió arrebatar por parte de epulones. Diríamos que como pueblos, cumplieron con la ley de vida: “Trabajad primero por el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás vendrá por añadidura».
Dios, desde su propia justicia, se encargará de demostrar que hubo en el mundo oportunidad de redimir y salvar históricamente a Lázaro. Es más, indicará que hubo profetas, que desde la condición del Lázaro, plantearon, reclamaron y exigieron replanteamientos de vida, de políticas, estados de conversión, actitudes humanas y por lo tanto justas, frente a la condición del Lázaro. Pero que nunca se hizo caso de ello y sí en cambio como profetas se les persiguió y hasta se les dio muerte. Entonces, ¿qué pretender desde un estado o condición de muerte, donde ha cesado cada vez más para el Lázaro toda oportunidad y toda esperanza?
Pero corno lo revela la misma parábola, Dios mismo se encargará de demostrar que la gloria estaba reservada a Lázaro y que el epulón con su actitud frente a la vida, no hizo otra cosa que labrarse su propia condena.