A la oposición la asusta que Colombia sea un real estado de derecho

Casa de Nariño. Foto | AP
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Por | Manuel Humberto Restrepo Domínguez

¿Quién y qué mueve a la oposición política en Colombia contra el comienzo de un gobierno popular? ¿El sistema implantado por las élites acostumbradas a gobernar imponiendo su modelo de pensamiento, de derechos y de posesión de los bienes materiales del estado y de la nación está en riesgo? La mueve un sentimiento de perdida de privilegios y le aterra ser oposición, porque nunca se pensaron en esa posición, o gobernaban ellos o nadie, no había otra opción. En las últimas tres décadas se dedicaron a crearle barreras al estado de derecho, acomodaron sus estrategias y en AUV encontraron la salida más duradera, su talante, experiencia y concepciones eran su garantía. Todo inició con la apuesta por un régimen de apariencia comunitaria y social (como el nacionalsocialismo), un líder fuerte e incuestionable, un partido para gobernar y en la práctica un ejército de partido.

       La fórmula de poder puso en el centro al líder, quien recibió de hecho lealtad incondicional y perpetua, obediencia ciega del ejercito a las órdenes del soberano y la conducción del partido. El líder declaró la guerra total al enemigo competidor del poder de élites y todos deberían luchar contra él, para unir fuerzas, tácticas y técnicas, contra ese enemigo, que el líder iba definiendo y en un marco donde lo legal y lo ilegal estaban separados por débiles linderos, bastó la formulación dogmática de mínimas razones basadas en el riesgo. La representación de la alianza objetiva entre los partidos tradicionales liberal y conservador y las múltiples variaciones desprendidas de estos, se sostenían en dos componentes, uno concentrase en derrotar al enemigo común bien en oposición civil o de la  insurgencia levantada en armas (se buscaba con obsesión juntar, vincular, asociar, demostrar que las movilizaciones sociales eran “títeres” manipuladas por la insurgencia y que esta tenía vínculo con el terrorismo internacional) y; dos fortalecer los mecanismos de aseguramiento del poder mediante el control total del estado y los imaginarios de la nación.

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       Se desplegaron símbolos como la mano en el corazón para cantar el himno nacional, que después se inmortalizó en el escudo-bandera del partido con la imagen del líder; la cooptación de organizaciones sociales por el partido o en su defecto la duplicación de estas con nuevas organizaciones; sesiones semanales de consejos comunitarios en las regiones donde el líder daba los partes de guerra retrasmitidos y replicados por todos los medios, enjuiciaba y condenaba opositores políticos, y daba la “verdad oficial” de escándalos y contrariedades  y los seguidores, gobernantes locales y funcionarios eran “llamados” a mantener su adhesión al líder y a demostrarlo, así los tejidos del modelo se ampliaban entre alianzas, complicidades y distribución de privilegios, de los que participaron los grandes inversionistas, dueños de medios de comunicación, contratistas, sus propios hijos, familias y clanes político-económicos, grandes comerciantes, exportadores, financistas y “lo más puro” de los linajes locales (hoy autodenominados gente de bien).

        El líder demostraba tener el control, pasaba revista permanente de los territorios en estado de guerra, o más bien de barbaries con inimaginable descomposición de buena parte de sus actores. Creó la oficina central de inteligencia, para recibir información precisa y al detalle, con situaciones, nombres y biografías (perfiles) de lo que ocurría en el país, a través de cada instancia civil o militar y, en tal encargo puso a su mejor amigo personal (Pedro Juan Moreno), quien falleció en un accidente aéreo lleno de silencio, misterio y sin honores de estado y a su artífice intelectual José Obdulio se le encargaron tareas de real política en la condición de asesor, quizá en un calco de Goebells. La guerra no era solamente para derrotar al enemigo, sino para establecer las bases de la nueva Colombia unida bajo el liderazgo del partido nacional uribista, con el trazado preliminar del acuerdo de Ralito, que incorporaban el principio de impedir cualquier giro en dirección al socialismo del siglo XXI.

        En pocas líneas el líder concentró los grandes aspectos de la retórica de guerra nazi, modeló un enemigo común que impediría la grandeza de la nación. Centró sus objetivos en la destrucción de ese enemigo y logró las adhesiones de expresidentes, jefes de otros partidos y dueños del capital y los grandes medios de producción, juntados con la promesa de que la seguridad es el objetivo indiscutible que debe perseguir todo colombiano donde se encuentre, como sí ese marco de gobierno fuera de absoluta e irrefutable aprobación nacional. A las instituciones se las recondujo incorporando a la seguridad que suplantó a los derechos, por ser una seguridad basada en la fuerza, de la que se sabía tendría consecuencias de “destrucción” banalizada con términos de falsos positivos, chuzadas, mermelada, y simples daños colaterales, “necesarios y sin distinciones” para ganar la guerra y obtener una paz por exterminio e imposición de la fuerza sin dilación, era la orden. Los medios se encargaron del relato orientado a producir la sensación de que cada quien debía comportarse como un soldado más en la batalla, con una misión que cumplir, sostenida en la orden dada de alcanzar la victoria total. 

     No queda duda de que el “líder” y la política de la seguridad, tenían un sadismo y una crueldad inherentes y la ley resultó inútil para ser respetada y el DIH fue letra muerta en virtud del engaño que borró el principio de distinción entre civiles y militares. Mataron civiles y entregaron cuerpos vestidos de militares, saquearon calculadamente lo público y después dijeron ¡qué sistema tan horrible tenemos!  A la hora de las revelaciones y traiciones, el riesgo de perder el curso del proyecto de unidad de élites y beneficiarios de privilegios los asusta y ante el peligro de que el país se convierta en un real estado de derecho, con respeto a los derechos y donde impere en igualdad la ley, tienden por instinto de conservación a volverse manda, juntarse, morder, golpear, rasguñar, gritar, alucinar un poco para salvar lo ganado.

       Por ahora el ejército ya no es del partido y el partido esta fracturado, pero los integrantes, militantes, congresistas, simpatizantes y electores subordinados al “líder”, de ser necesario podrán actuar en su defensa, aceptar “su” sacrificio, recibir desprecio y ofensa acusado de débil, enfermo, impuro, pero “nunca” atreverse a involucrar al líder. El juramento de lealtad es sagrado, eterno, como sagrados los pactos de silencio para ocultar con engaño “crímenes y delitos”, según ellos cometidos por el “bien de la nación”, como recitaban los enjuiciados del Reich, aduciendo con vehemencia que nadie en el partido nazi vio, oyó, ni supo nada, que de haberlo sabido todo hubiera sido distinto.    

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1 COMENTARIO

  1. Lo leo, releo y no se que dice. El nuevo estado me permite hacer lo que desee? El estado no me gobierna? Sigo con la idea que si tiene muchas palabras y ninguna idea. Y por eso le pagan.

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