Construimos una sociedad donde impera un consenso “todos sabemos que mentimos”. Se miente en lo privado y en lo público, y ya la mentira no sonroja. Gobernar, en ocasiones, es la capacidad de fabricar la mentira mejor soportada y no la verdad que siente el ciudadano.
La socióloga mexicana Sara Sefchovich investiga la mentira en la sociedad mexicana y afirma que “desde el más pequeño niño, hasta el más encumbrado ser, mentimos en este país, es parte esencial de nuestra cultura”, además señala que “la mentira y… la corrupción”, son elementos claves de su cultura, mentir es inherente a la vida mexicana.
El título de esta columna la retomo de la autora mencionada. Por otra parte, el mundo político y económico se reúnen en Davos (Suiza) y uno de los temas a tratar es la desinformación, la cual califica como el mayor riesgo global, por ende, mentir ya es una preocupación mundial. En Davos afana la desinformación y los procesos electorales, que este año son numerosos y donde se ponen a prueba las democracias.
Pero en realidad el problema no es de un país sino un riesgo global que desde luego como fenómeno presenta particularidades, siendo los más vulnerables países como el nuestro en los cuales históricamente se ha vivido en una constante polarización. Aquí cada vez la frontera entre verdad y mentira es más borrosa. La narrativa en una sociedad radicalizada está marcada por el consumo de información mentirosa, con una clara intencionalidad, manipulada y donde la democracia es quizás la más afectada. Nunca habíamos estado tan interconectados, pero paradójicamente tan desinformados. La mentira pulula en nuestro ser, alimentando guerras, violencia y falsos profetas que se han erigido como verdad en estas tierras condenándolas a la exclusión, la injusticia y la pobreza.
Se miente en la vida privada y la pública, y lo peor es que el mentiroso pasa como héroe. Se vive cómodamente en la privacidad manteniendo la mentira, así como en la canción de Pablo Milanés, “A todo dices que sí, a nada digo que no para poder construir esta tremenda armonía que pone viejos los corazones”. En lo público se engaña desde el momento en el que la promesa es el medio para cautivar votos. Descalificar al opositor es un propósito, donde se juegan grandes recursos con sofisticadas técnicas para estigmatizar, perfilar y condenar el que piensa diferente. Se usa el doble discurso, uno para engañar, que es el público mientras en los círculos del poder se manejan los más cercanos a la verdad. Se tergiversa, oculta, esconde, silencia todo aquello que no gusta.
Mentiras que se venden por verdades como las exageraciones en las rendiciones de cuentas, las cuales no soportan una prueba. Cada vez que la administración pública adquiere un carácter más técnico también se aleja del ciudadano. Los perfiles de los directivos son magnificados y se venden como lumbreras, a partir de hojas de vida fabricadas que en ocasiones no resisten una prueba de competencias, ni funcionales y menos comportamentales. Los mandatarios acorralados en su círculo de aduladores están convencidos que va bien mientras el ciudadano de carne y hueso, en cambio, siente lo contrario.
Afirma Sara Sefchovich “Hemos establecido un método de funcionamiento en la sociedad, un acuerdo donde todos sabemos que mentimos, que nos mienten y de cualquier modo jugamos a creer”. Pero es un destino inexorable la mentira en una sociedad, no lo creo. Quizás se perciba un discurso generalizante en esta columna, pero tengo la certeza que miles de servidores públicos se mueven tras la verdad, bajo el entendido que en el gobernar hay equivocaciones y errores, los cuales si se autorreconocen contribuyen a fortalecer la gobernabilidad.
El antídoto es una sociedad crítica, de la cual emerja un ciudadano con conocimiento para auscultar verdades frente a la información de las redes sociales, de los discursos y relatos que se movilizan en lo público. Urge también unos medios de información responsables, más orientados por la veracidad que por la azarosa búsqueda de likes y una administración pública transparente. La mentira no puede ser nuestro futuro, ni nuestra verdad.