Por | Manuel Humberto Restrepo Domínguez
Hace 50 años el eco de los tanques de guerra era trasmitido por la radio. El horror despertó la rabia de los jóvenes de entonces que la convirtieron en una generación de la resistencia, que hoy a sus 60 y más años edad, se aferra a la idea de ver construida la paz. Algunos que entonces escucharon los relatos radiales del golpe de estado aún permanecen dentro de organizaciones armadas, otros aportan en diálogos para superar conflictos y la causa de resistencia gravita en organizaciones civiles, académicas, sindicatos y movimientos sociales y políticos, convencidos que nunca más podrá volver a ocurrir otra barbarie como la que ocurrió en dictadura allá y en democracia acá.
Los estruendos sobre la casa de la moneda de Santiago convirtieron la resistencia en el centro de la agenda para impedir la llegada de otros Pinochet a los espacios de poder locales, que sin embargo llegaron a Argentina con Videla, al incendio del palacio de justicia y la seguridad democrática de las 6402 ejecuciones extrajudiciales o la crueldad de estado del tipo Bukele.
Lo ocurrido en Chile, con el golpe contra el gobierno popular de Allende, dejó en evidencia el complot de una alianza con responsables extranjeros, políticos, empresarios y militares, asociados en un statu quo, empeñado en impedir cualquier cambio en el destino de su pueblo. Participaron del horror Estados Unidos, a través de la CIA y su ministro Kissinger, la central de comunicaciones ITT en cabeza de grandes empresarios privados, transportadores dueños de grandes capitales, la clase política y su “ejercito” organizado a la medida de su voracidad de poder. Como alianza de clase ejecutaron, consumaron y controlaron el poder, sometieron a la nación a sus vejámenes, torturaron, encarcelaron, asesinaron, desparecieron, se robaron y humillaron a la nación entera. Usaron las armas del estado y su inteligencia criminal contra su pueblo, sus jóvenes, sus adversarios, sus “enemigos”, provocando entre subregistros más de 3000 asesinatos y desapariciones forzadas, 200.000 destierros, miles de torturados y perseguidos y dejaron un país fracturado en su dignidad.
Ese 11 de septiembre de 1973, el golpe de Estado liderado por el General Augusto Pinochet derrocó al presidente Allende y persiguió al pueblo chileno. Hasta 1990 el país vivió bajo una dictadura militar, que restringió libertades y derechos con execrables crímenes. La resistencia a pesar de la represión, fue un ejemplo lucha y de trabajo popular hasta superar los tiempos difíciles. Comprender lo ocurrido es tarea colectiva para afirmar el Nunca Más. Textos y cine, son herramientas importantes. Patricio Guzmán entre metáforas presenta tres películas, del espacio, la mar y las montañas, para descifrar el horror. Las estrellas del universo se cruzan con la búsqueda de los hijos desaparecidos en el inmenso desierto de atacama (Nostalgia de la luz). El regreso de los torturados, tirados al fondo del mar en los vuelos de la muerte (botón de nácar). Y el horror atado a las montañas de los Andes (cordillera de los sueños). Pablo Larraín dibuja la negativa al plebiscito que marcó el fin de la dictadura de Pinochet (NO). Andrés Wood narra la amistad de dos niños enfrentados por sus clases sociales (Machuca). Y otras películas como la Nana, la historia oficial, y 1976, que entre la estética y la narrativa apuestan por devolver al humano su sentido de humanidad.
Al cine se suman textos como “la historia me absolverá” de Salvador Allende que recoge su discurso ante el Tribunal de Responsabilidades y ofrece una visión de sus ideales políticos. “Chile memoria prohibida”, de Jorge Molina, con una perspectiva histórica bajo la dictadura de Pinochet y la lucha por la verdad y la justicia. Y Los “Zarpazos del puma”, de Patricio Verdugo, con una crónica del inicio de la dictadura y las violaciones a los derechos humanos.
Entre películas y libros se obtiene una visión más profunda de los eventos e implicaciones del golpe de Estado en Chile, para comprender el horror que jamás podrá volver a repetirse, y que la comunidad internacional no puede olvidar, para llevar a los responsables de violaciones del DIH y de derechos humanos ante la justicia para prevenir futuras violaciones. 50 años después, a esa generación de la resistencia y a los jóvenes los une la conciencia inscrita en el grito de la unidad popular del “pueblo unido jamás será vencido” al tiempo que la verdad, la reconciliación y la justicia hacen parte de la reparación a las víctimas y la construcción de sociedades en paz con pleno reconocimiento de que la dignidad humana no puede ser violentada jamás por ninguna barbarie.