Por | Manuel Humberto Restrepo Domínguez
Las nadadoras, en versión de Netflix, ilumina una franja oscura del horror de toda guerra, en sus secuelas de éxodo, huida, destierro, aislamiento, sufrimiento silencioso que puede terminar o no en un campamento de refugiados o en el fondo del mar por naufragio de las llamadas pateras o las hordas humanas guiadas por “coyotes” que causan la desaparición en selvas y desiertos. Las nadadoras salieron de Damasco bombardeada, mutilada por las bombas y secuestrada por un ejército invasor que les prometió libertad y democracia, pero les dejo muerte y terror. A diario los ejércitos de soldados y drones de los Estados Unidos de América, anuncian estar combatiendo al “enemigo difuso”, siguiendo el acta patriótica del gobierno Bush (2001), y apoyo de la OTAN que mantiene activo la secuencia del “plan de libertad”, trasmitido en directo por la televisión global el 20 de marzo de 2003.
Afganistán, Libia o Iraq, después de las invasiones han quedado destruidos, con elevados índices de degradación humana, violaciones, vejámenes, perdida del valor de la vida, irrespeto al máximo nivel y humillaciones en lo mas cotidiano de cualquier forma de vivir. La guerra impide vivir con dignidad y solo permite sobrevivir entre incertidumbre, miedo y horror. De Siria, país de las nadadoras, entre 2011 y 2021 se reportaron 307.000 civiles muertos (ONU), es decir, inocentes asesinados, que no pidieron la intervención del ejército americano para defender sus derechos, ni para luchar y dirimir sus contrariedades contra el poder vigente en el marco de la primavera árabe.
El dato de guerra que revela 30.000 asesinados por año, 83 por día, no se reduce a una simple cifra, tiene adentro historias individuales, como la que cuentan las jóvenes nadadoras que escaparon a tiempo del horror, y que con sus sueños y esperanzas iluminan el oscuro panorama que les impide vivir en una patria y una cultura milenariamente construida. La lista de la tragedia aumenta al incorporar a los miles que murieron atravesando el mar, o de hambre o sed por la carencia de alimentos para 14.5 millones de personas, de los cuales 6.5 millones de niños y niñas que carecen de todo, la mitad de ellos no puede ir a la escuela y permanecen expuestos a la prostitución forzada, al matrimonio forzado, al trabajo infantil y al reclutamiento para la guerra. La violencia de género y la perdida de oportunidades para las mujeres es del 80% y la pobreza colectiva del país supera el 90%, en tanto el aumento del desempleo empuja hacia la pobreza extrema especialmente a los jóvenes.
Empobrecimiento para las mayorías, violencias, horror, humillación, miedo y muerte, es lo que produce toda guerra, con profundas consecuencias para la población más vulnerable, mientras los principales favorecidos siempre son las mismas mafias internacionales y locales, proxenetas, vendedores de armas, asesores militares de las potencias invasoras, banqueros que se lucran con los dineros sucios lavados a la vista y los gobiernos del club de poder global y sus inversionistas.
La primera sacrificada de Siria como en toda guerra es la verdad. No existe una verdad de cada conflicto del S.XXI esperado como la era de la paz. De las reales intenciones de los invasores poco se sabe, aunque las conclusiones remiten al control de fuentes de riqueza tradicional como el petróleo, el gas y minerales preciados que dan poder para someter. De Siria, la patria de Yusra y Sarah, no hay gobernantes ni militares invasores imputados ni en la mira de la corte penal internacional por crímenes de guerra, que como en toda guerra existen. No hay relato colectivo de lo que ha pasado en una década de vigencia de este horror y en su lugar se impone una narrativa fabricada para justificar los crímenes, la destrucción, la invasión, “el sufrimiento y el desplazamiento continúan y pocos sirios regresan a sus comunidades; la crisis económica continúa; la violencia también continúa, con el riesgo constante de una escalada, incluso en lo que parece un estancamiento militar” (ONU, 2021).
Sarah y Yusra hacen parte de los mas de cinco millones de desplazados de Siria, muchos hoy en condición de refugiados, que cruzaron el mar y sobrevivieron. Isra se hizo visible porque tomó el riesgo de ir a las olimpiadas de Rio 2016 a representar por primera vez a los sin patria, los desterrados del mundo, a quienes los mismos países invasores que los obligaron a huir les “dan una oportunidad” legal de “refugio temporal”. Isra sabe nadar, agita sus brazos con su pensamiento puesto en su país, y lo hace por los que sufren el humillante despojo universal de sí mismos, producido por la guerra.
P.D. Paz total no es un lema de gobierno, es una oportunidad del país para dialogar con argumentos con todos aquellos que están convencidos que con las armas se construye el mundo y el llamado es a persistir en tratar, conversar con ellos, insurgentes, levantados en armas, terroristas o no, delincuentes comunes determinadores y materiales, y persistir en la tarea de convencerlos que la paz trae trabajo, riqueza colectiva, oportunidades para una mejor salud, educación, respeto, armonía con el ambiente, alimento y agua, y fundamentalmente asumir como propio un relato común de que civilización es más que fuerza y humanidad mucho más que ejercer el poder para someter, humillar, despojar y matar.