Por | Manuel Humberto Restrepo Domínguez
La declaración de derechos del hombre y del ciudadano de 1789, reconoció la identidad de la categoría “hombre” definido como un ser animado racional, ratificado como “varón y ciudadano”, incluyendo a “otros” que no estaban “protegidos por la voluntad del rey” y que podrán ser ciudadanos sí eran “propietarios varones mayores de 25 años”, que pagaban impuestos y no eran definidos como siervos. Afuera de estos hombres estaban mujeres, esclavos y extranjeros. El Hombre era el varón de sexo masculino, pero representaba la especie. La población de Francia alcanzaba 27 millones pero solo 4.3 millones hacían parte de ese status quo de hombres, varones, ciudadanos, contra el que inicia en los mercados de Paris la “marcha de mujeres” sobre Versalles, el 5 de octubre de 1789, que culminó con la derrota del antiguo régimen, la conversión del rey en mortal y la petición a la asamblea nacional de un decreto de igualdad de las mujeres y los sexos, completando las voces que reclamaban educación y oportunidades para hombres y mujeres (Condorcet, Wolstonecraff y de Gouges, otras).
Calmada la revuelta por igualdad, “algunos diputados” acuñaron el estigma de que esas mujeres padecían histeria por los acelerados cambios en la sociedad. Una historia de lo que ocurría por Europa, está en el relato Ingles de la película “histeria o la historia del deseo” (Tanya Wexler en 2012) donde dos médicos “concluyen científicamente” que la cura está en la masturbación medicada. La ola de indignación dejó “la declaración de derechos de la mujer y la ciudadana” de 1791 que reclamaba una igualdad que llevo en 1793 a la guillotina a Olimpia de Gouges, escritora y dramaturga, y a Rosa Locombe a un hospicio acusada de “locura”,
Las conquistas por derechos, pasaron “como si nada” por la academia de la lengua española, creada por voluntad del rey Felipe V en Madrid en 1713, siguiendo el modelo francés y con estatutos de 1715, que determinaron su conformación con 46 plazas vitalicias para cumplir el propósito de trabajar por el idioma español, que no tiene sexo pero tampoco es totalmente neutral. La academia como institución se ha mantenido intacta y solo en 1978 dio ingreso a la primera mujer (Carmen Conde, a 2023 hay 7 mujeres, 34 hombres y unas plazas vacías). En más de 300 años de la academia se llegó a más de 500 millones de hablantes, desaparecieron el latín, modismos feudales y la mezcla de pecado y delito para los que contravinieran la identidad fijada por la bilogía como varones o mujeres. En el mundo de los derechos aparecieron como referentes conceptos y prácticas de dignidad, diversidades, minorías, exiliados, migrantes, grupos LGTBIQ+, se legitimaron los hijos naturales y se extendieron las denominaciones y maneras de anunciar las identidades conforme a cada esencia.
En derechos el siglo XXI llegó con la emergencia de lo plural, heterogéneo, especifico, concreto en etnias, pueblos, grupos e identidades, que reclaman ser incluidas, es decir anunciadas, habladas, como garantía para la vida con dignidad. Hablar, decir, nombrar al sujeto con las palabras precisas para indicar que todos son hombres, todas son mujeres y todes son otras identidades. Nominar lo concreto y en contexto, en derechos significa dar un paso adelante para superar desigualdades y discriminaciones, impuestas por la idea de que no se puede ir contranatura. Acoger las identidades emergentes dimensiona un principio universalista de solidaridad y respeto por las minorías.
El lenguaje diferenciador, que anuncian el todas, todos, todes, tiene efectos prácticos y cotidianos respecto a los imaginarios contemporáneos, sobre el ser humano y contribuye a formar un espíritu de reconocimiento a diversidades y a movilizar discursos y prácticas contra discriminaciones, odios y exclusiones por género, étnicos y sociales, que aporta para frenar persecuciones y violencias homofóbicas, transfóbicas, sexistas, racistas y clasistas, que se reproduce a través de instituciones, funcionarios y grupos sociales basados en que lo que no se nombra no existe. Las palabras no dichas refuerzan contextos machistas y patriarcales. Si en 17891 se reclamaba porque la idea de hombre no incluía la mujer, en el siglo XXI se reclama por que los dos no representan lo que la realidad contiene.
El lenguaje diferenciador para el mundo de los derechos, se asocia al reconocimiento de grupos humanos que de hecho existen con identidades propias, son reales, tienen vida propia y reclaman garantías para ser incluidos en todas las dimensiones de la vida, la lengua, la ley, la cultura, en el camino alcanzar la plena existencia política. Hay conciencia común de que las palabras solas, sin prácticas sociales y sin asiento en la cultura no son ni representan la inclusión, pero al igual que una norma o una costumbre, son una herramienta fundamental para lograrlo, de la misma manera que ha ocurrido con expresiones recientes como pasar de decir niños a identificar a niños y niñas, habiendo hecho tránsito de tratarlos hace 1000 años como bienes y hace 300 como irracionales e incompletos.
Las identidades son construcciones sociales igual que la lengua, se contemporizan y evolucionan sin desconocer que el lenguaje es ideología, no es neutral ni inocente, y por supuesto hablar con la “e” tiene un matiz ideológico, como lo tiene que el plural inclusivo sea masculino (Laura Arnés, UBA). Por ahora a la RAE parece resultarle molesto y aburrido el uso de las palabras inclusivas de estas identidades ya aceptadas en el lenguaje de los derechos. La comprensión social, ética, política y jurídica de este lenguaje diferenciador de identidades, inclusivo, crece y despierta interés democrático. Ya las cedulas de identidad incluyen los datos no binarios, las uniones maritales amplían opciones de reconocimiento, la sociedad va comprendiendo y aceptando cambios y hay espacio para la coexistencia pacífica con trasfondos identitarios distintos y seguramente pronto la RAE que mejor que nadie entiende la riqueza y variedad de la lengua habrá de revisar sus decisiones y ayudar a revelar con palabras nuevas el contenido de luchas con historias y conquistas dentro de cada una.
El uso del todas, todos, todes, es parte de las políticas emancipadoras que justamente rompen consensos de lo inamovible y completan libertades que valorizan la conciencia de la humanidad. Nominar identidades con el todos, todas, todes, no causa traumatismos, a pesar de las voces que se niegan rotundamente a aceptar o promover cambios se esmeran por reducir el fondo del asunto con ridiculizaciones. Las variaciones de lenguaje inclusivo son solo aplicables a humanos, en contextos de respeto a la dignidad y derechos, no son generalidades para nominar cosas, por tanto, no aplican ejemplos como libros, libras y libres, árboles o arbolas, tampoco trigos o trigas, toros ni toras, ojos, ojas y ojes, como señalan quienes sutil pero no inocentemente repiten la voz de los diputados de 1789 o crean subterfugios narrativos para bloquear acciones de ruptura de barreras estructurales. Las ampliaciones de lenguaje ya hacen parte del mundo de los derechos y estarán más seguras si la RAE reconsidera y valora la importancia de legitimarlas para cerrar brechas. La forma como se nomine y denomine importa mucho y no hay interés por promover una escritura mal hecha, ni empobrecedora, ni es una afrenta al diccionario que promueve la economía del lenguaje como ha dicho la RAE, para postergación de manera innecesaria lo que más pronto que tarde tendrá que acoger.