Mentiras, videos de Tik Tok y muchos aturdidos

Foto | Juan Barreto (AFP)
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Por: Luis Carlos Gaona[i]

Por sentido común cuando alguien se da cuenta de que va a ser engañado o, estafado, da marcha atrás y hace lo que esté a su alcance para ponerse a salvo. Me pregunto por qué no acontece de idéntico modo en materia electoral, por qué en asuntos de política aceptamos la mentira y nos dejamos engañar sin oponer mayor resistencia.

¡NO ROBAR, NO MENTIR, NO TRAICIONAR!

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Este es el lema de la campaña de Rodolfo Hernández, y por cientos los vidrios de los carros de la gente ingenua o mal intencionada exhiben sin vergüenza esta consigna.

Confrontemos el lema de Rodolfo con su realidad: en primer término, debemos señalar que este candidato está imputado por corrupción y la fiscalía tiene los elementos materiales probatorios y suficiente evidencia física para demostrar que Rodolfo Hernández presionó a varios funcionarios con el fin de que un contrato de tratamiento de basuras por valor de 570.000 millones de pesos fuera adjudicado a la unión temporal VITALOGIC, por lo cual su hijo recibiría una coima de aproximadamente 1.5 millones de dólares, dinero del erario público que sale de nuestros impuestos; es decir, que este hecho ya deja en tela de juicio su primer promesa: NO ROBAR. Por si esto no bastara, debo decir que el lema de la campaña de Hernández, y sus tres compromisos, son un plagio descarado, un robo al presidente de México Andrés Manuel López Obrador.

NO MENTIR. Sobre su falta de idoneidad frente a la segunda promesa hay muchos señalamientos, pero tomemos sólo un ejemplo: el de Deysi Patricia Pardo, una mujer humilde oriunda de Cimitarra que apoyó la campaña de Hernández a la alcaldía de Bucaramanga convencida de que podría acceder a una de las 20.000 casas que —con una carta firmada— prometió a quienes lo apoyaran en su aspiración. Resultó electo y no entregó ninguna casa. Cuando esta mujer le pidió que le ayudara a gestionar su casita, le preguntó cuántos hijos tenía, a lo que la señora respondió: tres. Entonces el alcalde electo le dijo que si era que no había tenido con qué comprarse un condón y un televisor. Igual que esta señora fueron engañadas más de 30.000 personas que recibieron dicha carta. Rodolfo Hernández ganó la alcaldía de Bucaramanga con 77.275 votos, superando por apenas 4.331 votos a su inmediato rival. En conclusión, ganó la alcaldía gracias a una mentira. Ahora como candidato presidencial miente burdamente como lo hizo Duque cuando prometió más salarios y menos impuestos, pero la gente se niega a ver esa latente amenaza de engaño. Cuando la mentira y el engaño vienen de alguien que pretende ser gobernante la situación es mucho más grave, porque sabe que no va a cumplir lo prometido y en esa medida traiciona la confianza de sus electores; luego también como alcalde Hernández incumplió la tercera de sus promesas de campaña: NO TRAICIONAR.

En síntesis, Rodolfo Hernández es un candidato que plagia sus propuestas y engaña a sus electores, pero además un personaje ramplón y grosero que demuestra continuamente su ignorancia frente a los asuntos estatales; además, un cobarde que en los debates no da la cara, porque no da la talla. En suma, un candidato que si fuera elegido presidente de Colombia haría un gobierno peor que el de Iván Duque, lo cual ya es mucho decir. Esta posibilidad existe ya que Hernández obtuvo un sorprendente respaldo electoral y pese a que la gente se sabe engañada no da marcha atrás. Justamente es esto lo que me interesa indagar. ¿Por qué sus electores, ante tan abrumadora evidencia no quieren darse cuenta de que están siendo engañados? O planteado de otra manera: ¿Quiénes son los votantes de Rodolfo Hernández?

En primer lugar, todo el uribismo (sin excepción), pues le apuestan a que las cosas continúen como hasta ahora y puedan seguir gozando y abusando de las mieles del poder con total impunidad. En segundo lugar, cuenta con el apoyo de mandatarios regionales o locales para quienes la política es consustancial al negocio (y con ellos todos los que obtienen beneficios de las prácticas clientelistas y corruptas de dichas administraciones). Para ellos el apoyo a Rodolfo Hernández es señal de inteligencia. No acontece lo mismo con la tercera vertiente de su caudal electoral, me refiero a las personas trabajadoras y honestas que no van a beneficiarse en nada con un eventual triunfo de este candidato, sino que, por el contrario, se verán perjudicadas porque el país, con seguridad, continuará su debacle. Repito: lo curioso de esta situación es que pese a que los hechos le demuestran a sus potenciales electores, cada día con mayor evidencia, que están siendo engañados, estos persisten en apoyarlo.

Lo primero que debemos decir para explicar su comportamiento es que se trata de personas que han sido víctimas de los medios de comunicación y la ideología tradicional que promueve una idea distorsionada de la realidad, provocando en ellos incertidumbre y desorientación; es la gente a quien han hecho creer que lo que no sea continuismo político está asociado a la subversión y el caos. Estas personas son el material electoral ideal para candidatos como Hernández que hablan con un lenguaje simplista y persuasivo que no apunta a la razón sino a las emociones. En consecuencia, la opinión de estas gentes está modelizada de antemano y su racionalidad en materia política se torna nula.

Por otra parte, hay que dedicar considerable atención, más que a las diferencias ideológicas y doctrinales, a los rasgos emotivos y pasionales que caracterizan la filiación partidista. El apasionamiento sectario, la violencia, la manipulación y el fraude electoral han sido una constante en la historia política de nuestro país. En las mentalidades colectivas pervive la creencia de que el contradictor político es un enemigo. Desde antaño la disputa política ha sido sinónimo de confrontación armada y la gesta electoral está ligada a mover la nervadura pasional de la plebe. Entonces cada cuatro años la gente padece un fervor electorero que los enceguece y parece nublarles la capacidad de raciocinio.

En Colombia, la violencia ha sido una constante en la historia del país y cumplió un papel estructurante en la formación del Estado Nación, concebido inicialmente desde una perspectiva bipartidista, por eso los provechos de partido o de grupo pesan más que los intereses de Nación. De tanto repetir que el partido contrario representa lo malo y lo negativo, se termina por pasar a la objetivación de una praxis agresiva. Hemos aprendido a odiar al opositor político. La violencia contra los contradictores en buena parte es producto del proselitismo y los prejuicios que, por generaciones, los dirigentes implantaron en la mente del pueblo. Ser liberal o conservador, rodolfista (uribista) o petrista equivale para el sujeto común a mucho más que ser colombiano, la sujeción voluntaria no es a una Nación sino a un partido político. En realidad, pesa más el vínculo medieval de sujeción a un señor, en este caso a un partido o a un caudillo, en consecuencia, la gente está presta a sacrificar el futuro de la Nación por vivir la ilusión de triunfo que le ofrece su partido o su caudillo. Por eso quieren “ganar” a como dé lugar y no dan marcha atrás, aunque estén equivocados.

El plan de la intelectualidad uribista es simple pero eficaz: confían en que los medios masivos al servicio del poder y la calentura pasional del pueblo son suficientes para mantener el engaño e inducir al error (nunca han visto al pueblo de manera distinta a como un conglomerado borreguil). Me abruma el gentío que por obra de dicha calentura electoral renuncia a pensar, al punto que Rodolfo Hernández puede perseverar en su chambonería y las gentes desorientadas, eufóricas, y enceguecidas le hacen campaña por su propia cuenta. “Yo le creo al viejo”, dicen, pero estoy seguro de que si se preguntaran por qué le creen y por qué lo apoyan no podrían sacar en limpio razones verdaderas y nobles.

Una amenaza pende hoy sobre Colombia. Me asusta pensar que la inteligencia y el sentido común continuarán adormecidos. Quienes persisten en apoyar a un candidato imputado, que plagia, que no cumple lo que dice, estos obstinados podrían llevar a Colombia a un grave error. Pero aún estamos a tiempo de remediarlo, con inteligencia y sensibilidad, podemos evitar que esto suceda.


[i] Escritor santandereano. Licenciado en ciencias sociales y económicas (UPTC). Especialista en literatura y semiótica, investigación y docencia (UPTC). Magister en literatura latinoamericana (Universidad de Costa Rica). Primer Premio en el Concurso Nacional de Ensayo León de Greiff, Medellín, Colombia, 1997. Primer Premio Concurso Nacional de Cuento UIS, Bucaramanga, 2008.

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