No podemos seguir indiferentes ante una tragedia que cala en ricos y pobres. Que las muertes o intentos fallidos de jóvenes sumidos en la desesperanza no sean pantalla para que medios sin escrúpulos saquen provecho, para que dirigentes políticos se entristezcan por una semana y no den una clara solución, para que tanto educadores como padres de familia sigan escudándose en el silencio, o, peor, seguir en la ignorancia de cómo afrontar este problema que crece en todo el país.
Boyacá no es ajena al problema de crecimiento de suicidios de jóvenes en Colombia, donde según alerta un reciente informe de Medicina Legal, el mayor rango de edad de ocurrencia está entre los 20 y 24 años y afecta a hombres en su gran mayoría.
En Boyacá para el cierre del 2020, año de pandemia, según cifras del DANE tuvo 70 casos, de los cuales 15 fueron en Tunja y 12 en Duitama. Sin embargo, está muy por debajo de otros departamentos como Antioquia que para el cierre de 2021 mostró la escandalosa cifra de 365, uno por cada día del año.
Más allá de cifras, cada nuevo caso no se puede exponer como una mera especulación, convirtiéndolo en nota de cualquier periódico amarillista para satisfacer su afán de cliqueos y Me gusta en redes sociales. Se requiere de medidas urgentes, tendientes a una sociedad más justa en la cual tengan cabida los sueños e ilusiones de muchachos y muchachas, donde exista la posibilidad segura de encontrar cómo desarrollar las capacidades y talentos.
Pero si continuamos como venimos, cerrando empresas, feriando entidades oficiales, cargando sobre los hombros de la población más pobre el peso de los presupuestos; si se sigue con asistencialismos y se descuida la educación, si es cada día más difícil para un colombiano acceder a la recreación sana y la salud física y mental, entonces el telón de una patria mejor está próximo a caer y solo queda la frialdad de las lozas en los cementerios para nuestros jóvenes.