Por | Darío Rodríguez
Bastó que la candidata a la vicepresidencia Francia Márquez hablara de su gente y de sus seguidores como “Los Nadies” para que se conformaran los tradicionales bandos por un lado aplaudiéndole sin chistar la referencia y por otro argumentando que es un recurso trasnochado, frondio, incluso mediocre citar el texto del escritor uruguayo Eduardo Galeano que lleva justo ese título, ‘Los Nadies’.
Volvió a la palestra pública Eduardo Galeano por cuenta de un debate insulso. El reclamo colectivo de Francia Márquez, respaldado en el texto de Galeano, no quiere decir más de lo que el propio texto dice: reivindicar, visibilizar a personas que las instituciones y los gobiernos han mantenido arrinconadas y negadas durante siglos. Los atacantes del texto, como es ya habitual en los sombríos callejones de internet, se van lanza en ristre por supuesto contra Francia Márquez y sus propuestas, contra Gustavo Petro, contra lo que representan la candidata y el candidato y, para efectos de buena demolición, contra Galeano y su obra.
Aquí, ante este ataque desconsiderado y sin luces, es pertinente hacer un alto, una aclaración necesaria. Aunque los pirómanos e inquisidores de turno sólo estén interesados en sus propios ombligos, aunque jamás lean la presente nota.
Contravenir a un autor por sus opciones políticas es una tarea obsoleta. Hasta la saciedad se ha aducido que el nazismo confeso del escritor Louis- Ferdinand Céline o de la cinematografista Leni Riefenstahl, así como la simpatía hacia el fascismo italiano manifestada por el poeta Ezra Pound, no son óbice para desconocer su alta calidad artística. Lapidar a Eduardo Galeano por su cercanía a los socialismos suramericanos y leer su vasta producción narrativa tras el lente que detesta, con apasionamientos, a cualquier postura política de izquierdas no solo es obtuso sino torpe.
La riqueza de sus libros se ubica muy por encima del ánimo proselitista con el cual muchos de ellos fueron escritos. Volver, por ejemplo, a la trilogía ´Memoria del fuego´ es encontrarse con un continente suramericano deslumbrante en sus vicisitudes, hechos, personajes, la revelación de unas sociedades gestándose, heroicas aunque también grises, contradictorias. Si algo caracteriza a esa trilogía es su poder poético. No son informes fríos escritos por un huelguista, ni panfletos invitando a quemar ciudades. Galeano no era ingenuo y sabía que la supervivencia de sus relatos y pequeños ensayos residía en rescatar la alegoría, la metáfora y el asombro prodigados por la poesía. No en discursos rancios (esos sí anacrónicos y hoy día insignificantes) que alaban a las dictaduras del proletariado o a los dogmas de un comunismo irrealizable.
Un repaso a otros volúmenes como ‘El libro de los abrazos’, ‘El fútbol a sol y sombra’ o ‘La canción de nosotros’, son la prueba de un periodismo o un talento narrativo que asimilaba la denuncia, la solidaridad como actitud ética, y el hechizo que habita en una historia bien contada, para testimoniar e inmortalizar las vidas y los destinos de individuos opacados por la historia oficial. Al final, tras las revoluciones sangrientas o triunfantes a media marcha, perviven los pescadores, los campesinos y los universitarios que solía retratar Galeano pues siguen hablando y hablándonos. En ese decir habita una voz poética, nunca el supuesto dogma incendiario ni el oportunismo político de quienes prejuzgan al uruguayo o, por qué no, de quienes se sirven de él sin quizás haberlo leído seriamente.
Algo más puede agregarse a esta defensa literaria. Eduardo Galeano patentó un osado estilo narrativo que se adelantó a la proliferación presurosa de los memes y de las brevedades que todos los días soportamos en internet. Al escribir sus cuentos de uno o dos párrafos fue creando un tipo de lector que disponía de escaso tiempo para la lectura, y así mismo pensó en la condición alada de la palabra escrita – que primero fue oral y cantada – : le posibilitó el vuelo a sus historias, de tal manera que llegaran a diversos públicos, narradores orales, círculos de lectores comunes, a quienes se inician en el hábito lector o, sí, a una luchadora social que aspira a cierta vicepresidencia. Galeano le huyó al tratado, al libro de mil páginas, porque intuyó desde el principio de su vocación artística que las palabras caminan junto a las personas y no tienen que ser patrimonio sólo de los sabios y los entendidos.
Eduardo Galeano falleció en 2015.
Donde quiera que se encuentre (tal vez en el Éter junto a sus maestros Juan Carlos Onetti y Juan Rulfo) debe estar dichoso: han vuelto a leerlo, algunos se conjuran en su contra debido a un escrito suyo, regresa a su hábitat del alboroto y el cuestionamiento.
Complace que, de cuando en cuando, y gracias a todas estas ciegas polémicas, el autor de ‘Úselo y tírelo’ no consiga descansar en paz.
Excelente reflexión 😉