Por | Manuel Humberto Restrepo Domínguez
Colombia no escapa a la realidad de su tragedia anunciada desde hace 500 años, razonada por los ilustrados para reforzar sus fórmulas coloniales hace 200 y desplegada con lo mejor de sus herramientas de guerra, políticas y jurídicas a lo largo del siglo XX, que apenas está terminando con una paz firmada pero tirada por la borda por unas élites a las que poco les importa el país, salvo para hacer negocios y poco les preocupa la gente común, la ciudanía, salvo para explotarla y mantenerla a su merced. Más de 102 pueblos indígenas reconocidos por párrafos metidos en las leyes, pero negadas con la estridencia de los fusiles y el implacable asedio de leyes opresoras.
Colombia es más que una tierra exótica, tropical, de la que brotan esmeraldas, oro, petróleo coltán, sal, carbón y en la que se esconden cientos de miles de especies de aves, reptiles, micos y sapos, infinidad de ríos e inacabables aguas dulces. Es un paraíso y un infierno al tiempo, basta preguntar desde dónde se mira o que territorio se pisa, se padece o se habita. La muerte le disputa los primeros lugares a la enriquecida diversidad, y los sobrepone en los podios de la venganza criminal, del odio, del destierro forzado, del engaño, de la barbarie, en suma.
La paz fue pactada en 2018, entre el gobierno a nombre del estado y una insurgencia (FARC-Ep) que no estaba derrotada. Esta paz ante el abandono del interés de estado por implementarla se presenta traicionada y convertida en estigma, anomalía a la que el gobierno le acomoda los males, que antes le aducía a dicha insurgencia. Esa paz, así señalada es usada como motivo de pesquisa para criminalizar y judicializar, condenar, perseguir y abonar una matanza imparable de lideres sociales, hombres y mujeres que luchan en sus territorios, de masacres, asesinatos selectivos, nuevas desapariciones, torturas, brutalidad policial y militar, de nuevos jóvenes inocentes víctimas del sello de la seguridad democrática, conocido como la política de falsos positivos (no escrita ni expuesta con objetivos y formalidades, pero fáctica) que consistió en matar jóvenes a sangre fría, previamente engañados, reclutados y trasladados a zonas de operaciones, para aumentar las cifras de una guerra presentada falsamente como victoriosa, conducida por psicópatas al servicio del estado, alimentados con grandes presupuestos y medallas al mérito, algunos ya extraditados o encarcelados, mientras a los soldados asesinos se les retribuía con comida, pollos asados de festín y fines de semana libres.
Los pactos de silencio hoy luchan por impedir la verdad, la justicia. El país está carcomido desde adentro de las instituciones y, la sociedad afectada y todos los días hace metástasis. No es fácil descubrir las líneas divisorias entre la independencia de los poderes públicos, o del interés privado respecto del gobierno, que cada vez concentra más su poder y sus alianzas, en todo caso siempre en aparente disponibilidad para combinar todas las formas de lucha contra oponentes y adversarios a cambio de sostener ese poder, el control del estado como botín principal de las elites.
El texto de este ensayo busca el acercamiento a cuatro tragedias, que al final son parte de una misma estrategia, de una misma política de horror y muerte, de la que siempre a pesar de toda adversidad ofrece caminos para salir adelante y para eso se escribe, para describir lo que ocurre, en busca de que todos lo sepan, para que el silencio se rompa y día no lejano Colombia sea paraíso y deje de ser el infierno al que se oculta eufemísticamente en la percepción de que es el país más feliz del mundo, aunque su día a día lo viva saltando sobre sus propios muertos o evitando caer junto a ellos. En Colombia la tragedia es la misma, mil veces repetida, agenciada por el capital, por su lex mercatoria, que desde la década del 90 del S.XX se tiene tomada y a merced la democracia, la poquita democracia que antes parecía haber existido.
P.D. Este texto breve esta expuestá en el capítulo (adjunto) del libro “Lex mercatoria, derechos humanos y democracia, de CLCSO, que analiza cuatro sistemáticas tragedias de horror cruzadas por la lex mercatoria, que en Colombia de la mano de gobiernos preocupados por tener el poder y garantizar la acumulación violentan derechos e impiden la dignidad y la democracia.