Por | Gina Rojas
¿Quién la manda a usar minifalda? Por eso la violaron. Se lo buscó por andar vestida así. Cuando la mujer dice no, en realidad quiere decir que sí. Fue un crimen pasional. La mató por amor. Las mujeres se hacen violar.
Era la madrugada del 24 de mayo de 2012, Javier Velasco llevó a Rosa Elvira Cely al Parque Nacional de Bogotá. Allí la golpeó con el casco de su moto en la cabeza, la dejó casi inconsciente, la violó, la apuñaló y, en un gesto máximo de inclemencia, le introdujo ramas por el ano y la vagina hasta destruir sus intestinos y órganos pélvicos.
Al siguiente día, el caso recorría el país y la humilde mujer asesinada era noticia en los principales informativos. La presión propia de la crónica roja dio paso a la apertura de una investigación judicial en la que llamó la atención cómo la propia justicia colombiana, acompañada por diferentes sectores de la sociedad, impartía culpa exclusiva a la víctima exponiendo argumentos tales como que la apariencia de su verdugo era de ‘maloso’ por lo que ella había tenido que adivinar su “mala suerte”.
A Rosa, ya fallecida, le reprocharon su decisión de salir con Velasco y arriesgarse yendo a ese sitio desolado e intransitado en las noches. Incluso, en el expediente figuran frases como ¡Si tan solo Rosa Elvira hubiera sido una mujer de casa!, expresada por una de las abogadas de la oficina jurídica de la Secretaría de Gobierno de Bogotá (sectorial que fue incluida en la demanda instaurada por la familia de Rosa en contra del Estado por no haber tomado acciones tempranas en contra de un sujeto que tenía orden de arresto).
Tres años después, otros sectores del país entendieron que el caso de Rosa era uno de tantos en los que no se obró en prevención y en su honor se impulsó la creación de la Ley 1761 de 2015, que lleva su nombre y condena como un delito autónomo a todos los asesinatos de mujeres por su condición de género en Colombia.
Entre tanto, en diferentes registros figuran miles de mujeres indígenas, afro, campesinas, niñas, adultas mayores, trabajadoras, inocentes todas, que han tenido que salir huyendo de sus territorios para que no las violen a ellas y a sus hijas en la guerra.
Según el Dane para el segundo y tercer trimestre del año 2021, en Colombia aumentó en más del 30% el número de abusos sexuales en menores de 14 años los cuales terminaron en embarazos de niñas que fueron obligadas a afrontar sus partos y una maternidad prematura. En Boyacá, según medicina legal, la violencia sexual aumentó en el 32,6% de 2020 a 2021. En Tunja para lo que va corrido del año ya se duplicó la cifra de casos denunciados de violencia sexual pasando de seis registrados en enero 2021 a 12 para el mismo periodo de 2022.
Miles de mujeres abusadas en Colombia, ¿buscaron que les pasara eso? ¿Qué sensación puede generar en una víctima escuchar que fue su culpa? De hecho escribiendo esto recuerdo el caso de una niña de 11 años abusada por un abogado “poderoso”. Luego de denunciar lo que ocurrió, la pequeña y su mamá fueron rechazadas socialmente dizque porque le habían dañado la vida al doctor que “inocentemente cayó” en “juegos de seducción de la niña”. La criminalización social fue de tal magnitud que efectivamente ella se empezó a culpar y esa culpa la hizo atentar contra su vida.
Volvemos a las frases del inicio. Todas ellas tienen un común denominador: culpabilizan a las víctimas y justifican los hechos.
Solo la última, “las mujeres se hacen violar”, hoy es viral porque la pronunció la candidata Íngrid Betancourt en un debate presidencial. La pregunta realizada a los candidatos decía: «En Colombia el 86% de exámenes médicos legales son por presunto delito sexual hacia niñas y mujeres. ¿Cómo, desde la presidencia, usted promovería acciones positivas para el cuidado, protección y garantía de la integridad y de la seguridad a las mujeres y a las niñas?».
Ella respondió: “Es un tema sobre la mujer que nos preocupa a todos. Yo enfocaría la solución en prevención. Muchas veces nos damos cuenta, sobre todo en los barrios más populares, que las mujeres que se hacen violar, se hacen violar por gente muy cercana a la familia. O se hacen seguir por delincuentes que siguen su ruta, saben por dónde van a pasar y son depredadores que las están persiguiendo y ellas están totalmente desprotegidas”.
Una desafortunada y lamentable declaración que nace en el corazón de la Coalición de la Esperanza y deja en el piso su discurso, pues están generando todo tipo de sensaciones menos que tengan la capacidad de construir un futuro más positivo para el país.
Ahora bien, más allá del propio debate mediático, que se infla en el marco de las elecciones y es aprovechado por sus contradictores para reducir aún más su popularidad, el punto es que lo que ella dice resulta mucho más frecuente de lo que parece.
Otros términos, otros locutores, pero al fin al cabo es el pan de cada día.
En nuestra sociedad se ha hecho costumbre culpar a las mujeres porque abusadores pasen por encima de sus cuerpos y decisiones, lo que lleva a que hoy no se hayan tomado medidas de fondo que solucionen estas graves problemáticas.
En nuestra sociedad machista y mojigata suele usarse todo tipo de frases para validar abusos sexuales o asesinatos contra mujeres, contando con la complicidad de medios de comunicación que las replican y autoridades inoperantes. Y de las cosas más preocupantes aquí es que hombres y mujeres que están buscando manejar los hilos de la Nación, no tienen ni idea de qué hacer para realmente cuidar y salvar vidas de inocentes en este país.
Qué tristeza que más allá de pronunciamientos desafortunados y señalamientos de un lado y otro, hoy no se vea a ciencia cierta alguien con la suficiente preparación, empatía y conocimiento para transformar las crudas y dolorosas realidades que abundan en Colombia.
Rescatable que así sea por la desafortunada frase de la candidata nos pensemos en el valor que cobra el lenguaje para las violencias basadas en género, el daño que puede hacer o los beneficios que puede generar en nuestra quebrantada sociedad.