Por | Darío Rodríguez
Se vive con miedo e incertidumbre. No obstante, gran paradoja, nos toca sacar entereza de donde sea para cumplir con lo sencillo, para asumir nuestro tránsito, como lo recuerda la espléndida poeta uruguaya Ida Vitale en un texto firmado hacia 1962:
Todo es simple mucho más simple y sin embargo
aun así hay momentos
en que es demasiado para mí
en que no entiendo
y no sé si reírme a carcajadas
o si llorar de miedo o estarme aquí sin llanto
sin risas
en silencio
asumiendo mi vida
mi tránsito
mi tiempo.
Se evocan estos sabios, desconcertantes versos justo ad portas del regreso de los estudiantes y maestros a la presencialidad.
Tras las fatigantes jornadas educativas virtuales, que algunos aun pretenden vender como un gran avance, o los dos años de vacaciones – a juicio de algunos otros improvisados expertos -, se retorna a las aulas con una esperanza minúscula y un panorama misterioso.
Docentes universitarios y escolares, así como estudiantes, fueron consultados para la escritura de esta nota. Lo que afirman vale tanto como el poema citado. Y debería tenerse en cuenta. Temen volver a lo que se supone era la normalidad, cuando la pandemia ha significado para muchos de ellos replantearse cada aspecto vital. Temen que la ciencia se equivoque con intentos de inmunización incompetentes poniendo así a la salud en riesgos mayores. Así mismo las cifras que representan deserción y escandalosas pérdidas de años lectivos devienen en un problema difícil de solucionar a mediano plazo. El dictamen pasa por recuperar la sociabilidad: los estudiantes van a interactuar de nuevo; y por el siempre apreciable crecimiento personal que solo se da en colectivo.
Una de las docentes consultadas refirió cierta entrevista formulada al pedagogo Francesco Tonucci para Tiempo Argentino, ‘Sea presencial o virtual, hay que pensar otra escuela’. https://www.tiempoar.com.ar/informacion-general/francesco-tonucci-sea-presencial-o-virtual-hay-que-pensar-otra-escuela/
“Es clamorosa la diferencia entre la vida y la escuela”, afirma Tonucci, “y aun en pandemia se sigue con el programa de siempre, por eso no era ni es su escuela [la de los estudiantes]. La pandemia fue una lupa para poner en evidencia los límites y defectos de una escuela que va por su cuenta”.
Así pues, el lío educativo es más antiguo y más profundo de lo que parece.
Con vacunas escasas, un sistema de enseñanza semipresencial que ya hizo aguas, un país violento y corrupto, vuelven los educadores, sus niños y sus jóvenes, a los planteles.
Hay quienes se encomiendan a los dioses.
Del mismo modo, los hay que no ven tan oscura la situación. Deberían considerarla, por lo menos, con más cuidado.
Nos tocó, para evocar palabras de Jorge Luis Borges, como a todos los seres humanos, vivir malos tiempos.
En estos días aciagos, cuando ningún cuidado es suficiente, la última estrofa de una canción compuesta por Leonard Cohen cobra un nuevo sentido:
Si estás corto de información,
preciso es cuando tienes que ir a lo tonto:
sólo dirás que estás ahí
esperando el milagro,
el milagro por venir.
Así es. Seguimos, un poco a lo tonto, esperando que todo se apacigüe. Esperando el milagro.
Cordial saludo Señor Rodríguez,
La espera del milagro sigue por aquí y en Francia en donde se ha insistido en mantener la escuela abierta desde hace ya un poco más del año.
Trabajo en el sistema de educación nacional de este país desde hace cinco años, los mismos que me han servido para hacer un penoso viaje en el tiempo hacia el pasado, en un sistema educativo rudimentario, anclado en tradiciones mucho más arcaicas que las nuestras, con maneras de abordar la enseñanza y la formación de los estudiantes enfocadas en pruebas, exámenes tortuosos y recitación de memoria sin que lo recitado adquiera un sentido para los estudiantes.
He viajado en el tiempo ocupando diferentes asientos: desde el puesto de la profesora de español hasta mi actual puesto como acompañante de estudiantes en situación de discapacidad, más precisamente autismo. He vivido en primera persona las consecuencias de lo que este sistema genera en los jóvenes y niños, incluyendo a mis hijos, con quiénes el trabajo en casa se multiplica luego de verlos llegar, algunas veces, intentando comportarse como soldados y combatientes que salen de un campo de batalla. El sistema educativo, en general, es un desastre puesto en evidencia a nivel mundial por esta pandemia.
Lejos de ser el único problema, déjeme contarle ahora lo que descubro cotidianamente desde mi nuevo espacio como arte-terapeuta, lo que me encontré trabajando durante algunos meses en una clínica psiquiátrica y en un centro artístico para estudiantes cansados del acoso escolar y de los maltratos del sistema educativo y sus actores. Bien decía el director de la carrera que la ola más preocupante que se avecinaba, era la ola psicológica, la que nos mostraría las consecuencias de este forcejeo infructuoso entre mantener la «nueva normalidad» mientras se combatían el pánico y las transformaciones sociales generadas por el paso de la pandemia: las nuevas distancias y abismos relacionales, la agresividad a flor de piel, las rutinas extenuantes de 8 horas hablando, jugando y compartiendo con los colegas , padres y estudiantes usando un tapabocas, la nostalgia de las sonrisas, las dificultades para trabajar con niños portadores de autismo para quienes toda esta situación es dramática y perturbadora, el uso de tapabocas en los más pequeños, el haber tenido que asumir, además de todos los demás roles que ya se asumen a diario cuando se trabaja en el sistema.
Los medios no hablan suficientemente de la angustia, de las crisis de ansiedad, la depresión, la gestión de la frustración, las centenas de renuncias, las incapacidades médicas cada vez más frecuentes, prolongadas y repetitivas, la disminución de profesores, el retorno a la vida laboral de pensionados para tratar de hacer frente al déficit de personal, los abismos relacionales entre la institución educativa y las familias que solo buscan, en muchos casos, una guardería gratuita para sus hijos mientras ellos siguen obligados, con la nueva normalidad, a seguir trabajando para producir y mantener la economía, sin mencionar que, muchos padres se han escudado en ello para desentenderse de su responsabilidad de acompañarlos en casa cuando ha sido necesario ante los múltiples cierres de clase, ausencia de docentes, casos positivos confirmados, filas interminables para hacer test y obtener resultados que puedan presentar a la entrada de escuelas y colegios.
Los medios tampoco hablarán suficientemente de la falta de herramientas del sistema para poder acompañar y gestionar las múltiples crisis que se generan a diario y que afectan notablemente lo que haya podido hacerse en términos pedagógicos: las crisis de ira, de nervios, de pánico, las faltas de respeto en niños cada vez más pequeños (hablo de preescolar), la crisis de la sociedad que sigue poniendo sobre los hombros de un sistema educatîvo frágil y deficiente, de un sistema social que no estaba ni estarán listo para lo que sigue y de una organización administrativa que sigue ocupada en inflar cifras para mentir descaradamente mientras dicen que todo lo hacen para garantizar el bienestar del recurso más importante del país: sus niños y jóvenes.
Debo decir, luego de casi dos años de «nueva normalidad», que se milagro que tanto esperamos, no llegará con el regreso a las aulas. Llegará cuando dejemos de usar la pandemia como un nuevo escudo para justificarlo todo, cuando asumamos la responsabilidad individual que tenemos todos frente a esta crisis planetaria, cuando la sociedad deje de negar lo que está mal, esté dispuesta a aceptar la realidad que la vida nos lanza a la cara a diario, y busque una nueva manera de hacer las cosas, una que pueda seguirle el ritmo a los cambios vertiginosos que vienen con el tiempo.
Un abrazo.
Angela
Excelente reflexión, creo que en este regreso hay más incertidumbre, que una buena preparación para recibir a los estudiantes, pero nos toca, realmente mostrar otra óptica que haga mirar la esperanza, el amor, la solidaridad, la fé, en la escuela.