Por | Darío Rodríguez
Luis Carlos Restrepo fue un estupendo escritor y psiquiatra a finales de los años ochenta y durante buena parte de los años noventa. Aún son legibles ensayos suyos como ‘Las trampas de la razón’ o ‘El derecho a la ternura’. Cuando las polémicas valían la pena, cuando no existían los tropeles impulsivos, desinformados, de las redes sociales en internet y las discusiones solían ser un poco más reposadas, los textos de Restrepo que defendían la dependencia afectiva en calidad de arma del conocimiento, o una singular asistencia a las adicciones mediante el altruismo y la ternura, eran motivo de apasionados debates en universidades, ágoras y revistas culturales.
Combates intelectuales de hace treinta, cuarenta años, cuando Colombia apenas se consolidaba en su desastre.
A finales del siglo pasado Luis Carlos Restrepo se convirtió a la religión de Álvaro Uribe Vélez. Adhesión de fe que, se sabe, tiene funestas consecuencias pues coquetear con esa forma del poder es arriesgarse, de contera, a vínculos con lo delincuencial. Nombrado alto comisionado para la paz, Restrepo montó la falsa desmovilización de un frente guerrillero. Tras dirigir al partido de la U y aspirar a la Cámara de representantes por Bogotá, debido a sus líos con la justicia, y para evitar la cárcel, se fue del país entrando en una clandestinidad que le jugó en contra porque ha pasado durante esta última década de ser un prófugo uribista prototípico (como Cayita Daza y tantos otros que no pueden caer y quedar en pie igual que su dios del Ubérrimo) a transformarse en un criminal buscado nada menos que por la Interpol.
¿Qué lleva a un reputado intelectual al ilusorio paraíso del poder y a las actividades delictivas como consecuencia de esa patente de corso que brinda (¿brindaba?) el apoyo a Álvaro Uribe? Apurar una respuesta simple conduce a deducir el narcisismo en Restrepo. También el deseo de supervisarlo todo y a todos, anhelo por otra parte muy colombiano.
No obstante, el asunto es más complejo de lo que parece. Si se leen los últimos libros publicados por el psiquiatra, cuando ejercía su cargo de comisionado, ‘Justicia y paz: de la negociación a la gracia’ y ‘Viaje al fondo del mal’, la sorpresa es inevitable: Restrepo no solo abandonó su carácter de librepensador sino que trocó su personalidad toda en la de un apóstol ferviente de la Seguridad Democrática y de los supuestos valores patrióticos predicados por el expresidente Uribe. No solo buscaba un posicionamiento personal en las altas esferas del poder ejecutivo. Su propósito era, si se quiere, algo peor: estaba convencido, con afán fanático, del proyecto de nación forjado por el uribismo. Proyecto que ha llevado a Colombia a una crisis de inequidad y de horror aun sin visos de resolverse. Tal convicción nació, por irónico que suene, de una voluntad humanística, de una intención redentora que el propio Restrepo sustentaba en las Humanidades y en las ciencias sociales, su nicho original.
Esta actitud no es propia de unos pocos intelectuales colombianos. Sin temor a errar puede afirmarse que las buenas intenciones producto del análisis, las cátedras, la preocupación por el rumbo del país, unidas a cierta comodidad o instalación dentro de una oficina académica o una tribuna periodística llevan, sin dilación, a mirar solo un costado de lo real. De ahí a proponer una sola solución o a considerar remedios unívocos para el confuso y plural problema denominado Colombia, hay un paso breve.
La tentación de no observar en conjunto la realidad nacional, entre maniqueísmos y polarizaciones enfermas, acosa a cualquiera que se atreva a reflexionar en torno a esta nación. Basta recordar el infatigable ensayo de Elias Canetti, ‘Masa y poder’, o ‘La sociedad abierta y sus enemigos’ de Karl Popper para notar que también las labores del pensamiento rozan el dogmatismo, el fanatismo, incluso la intransigencia más cruel. Popper, a propósito, sugería virtudes como la modestia para quien se aprestase a trabajar con las palabras y los estudios sociales.
Cuando se logre evaluar de modo sensato al uribismo el caso de Luis Carlos Restrepo arrojará luces acerca de la responsabilidad de los intelectuales en la ruina y la debacle que vivimos. Si acaso lo captura a tiempo la Interpol. Y si consigue hablar después de que lo capturen. Alguien como el autor de ‘El derecho a la ternura’ tiene mucho qué decirle a la ciudadanía. Veremos qué sucede.
Gracias por la puntualización de este antiprócer. Para mi es la expresiòn de dos personalidades. No le era suficiente el nivel que alcanzo como autoridad médica, especializado, y recorrido en la academia. En el año 2000 oirlo a él en una conferencia de una hora habìa que pagarle $ 500.000, no se pudo pagar con la boleterìa. Me he metido fantasmagóricamente en sus zapatos: Que queda después de su autoanálisis, de su discurso, de su coherencia. Y còmo ha mantenido una vida en ese ascetismo que le ha tocado. Si la vida misma es un vericueto, como baraja nuevamente y la tuerce?. Y cómo se silencia, o se resuelve la tensiòn de un buscador de explicaciones, cuando en la caja de pandora que él abría en otros, se ampliaba su propia brevedad. Hasta ahì el mecanismo debe ser aceptar inconscientemente la alienación como un refugio minùsculo. Es volver a empezar, pero en otro retorno. #DESTRANSFORMARSE