Por | Silvio Avendaño
El profesor miraba el pasado no se detenía en el presente, preparaba la campaña libertadora, para un programa de televisión. Decía: “Los rebeldes se congregaron en los Llanos ante la arremetida de los españoles. Luego de la Aldea de los Setenta partieron desde un punto equidistante entre Caracas y Santafé. En el mayor sigilo, los insurrectos emprendieron la escarpada y helada cordillera de los Andes, para sorprender a los chapetones,
Los estudiantes, escogidos como actores para la batalla del Pantano de Vargas, viajaron hasta el lugar donde se halla la imponente escultura de bronce que como una flecha se eleva al cielo.
A la vuelta del colegio, en la tarde, por la calle principal, Armando y Rubí saboreaban helados de crema y vainilla. Ella le preguntaba sobre los preparativos para la filmación y, él le confesó que sería uno de los catorce lanceros.
La madre le compró pantalón y camisa blanca, alpargatas y sombrero e fique, en una venta de artesanías. Pero el día de la filmación fue el comienzo de la desgracia… Cuando se abrió el imponente furgón de la T.V, bajaron los equipos de filmación y ¡horror! los rocines no eran tales sino palos de escoba con cabezas de caballo. El desaliento y la vergüenza le invadieron. ¿Qué pensaría Rubí cuando lo viera cabalgando un palo de escoba? Fue tal el desconcierto que quedó paralizado en la hierba, mientras los compañeros cabalgaban muertos de la risa en los caballos de palo.
El profesor, convertido en estratega, pregonaba los avances de la libertad y, el rector del colegio se enojó, cuando Armando manifestó que no participaba. Contra la voluntad, a punta de amenazas, subió en la bestia de palo y cartón. Y, ¡se filmó! ¡Espantoso!
A la vuelta del colegio, no podía con el malestar, pero, en él comenzó a brotar la esperanza. Era posible que la película se hubiese velado. Podía ocurrir que el furgón se estrellara. Estaba arrepentido de la participación y, lo que más le dolía era haberle contado a Rubí. Caminaba en el desosiego. No sabía qué hacer.
Los días pasaban. Cada momento que trascurría se acercaba al día fatal. Y, por más que esperaba una catástrofe para que el filme no saliera a la luz pública las horas no se detenían. Y, no se interrumpió el fluido eléctrico, tampoco tembló. Y, fue incapaz de reventar las cuerdas de trasmisión de energía, como solía suceder en la ciudad cada vez que se realizaba un robo. Y, la fatalidad… el filme en la pantalla del televisor.
Desde entonces huía del encuentro con Rubí. No se acercaba al colegio de las chicas, tampoco a la casa donde ella vivía. Volvía a casa cabizbajo… huía de las calles que ella frecuentaba… Pero una mañana cuando caminaba inesperadamente la encontró. Ella, hermosa, lo miró. No se detuvo, a secas, le dijo:
-No me gustan los mocosos.