Limitación de la movilidad dentro de las comunidades, sobrecarga para la mujer rural, inequidades sanitarias, afectación para las organizaciones sociales y distanciamiento de las instituciones del Estado, fueron algunos de los efectos que dejó el paso de la COVID-19 en las zonas rurales del país, donde algunas comunidades intentan combatir el virus con infusiones y sahumerios de plantas medicinales.
Algunas de estas poblaciones también acudieron al aislamiento, a la discriminación de los casos positivos y a la automedicación con remedios de origen animal, plantas o de laboratorio farmacéutico para tratar de frenar el virus.
Así lo refiere el estudio ‘Estrategias sociosanitarias de la población campesina de Colombia frente a la COVID-19’, liderado por el profesor Edison Jair Ospina, del Departamento de Salud Colectiva de la Facultad de Odontología de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), socializado en el marco del Simposio UNAL COVID-19.
“Formamos parte del grupo de investigación Salud Colectiva, en el cual participan estudiantes de pregrado y posgrado, egresados y docentes de distintas disciplinas y Facultades de la UNAL, que cuenta con más de una década de experiencia en temas comunitarios, por eso nos planteamos algunas preguntas sobre lo que estaba sucediendo al inicio de la pandemia con población campesina”, menciona el docente.
Con el fin de entender cuáles eran las estrategias sociosanitarias de la población campesina frente a la COVID-19, los investigadores realizaron un estudio etnográfico en nueve zonas del país.Hasta el momento, el grupo de investigación ha levantado información en zonas como el piedemonte amazónico (Mocoa), la Orinoquia (Monterrey, Casanare), la zona cundiboyacense (Mongua), el Chocó biogeográfico (Tadó) y la zona cafetera (Líbano, norte del Tolima).
Se espera que al finalizar este año se pueda continuar con otras visitas a la zona Caribe (municipio de Arjona, Bolívar), Magdalena Medio, Amazonia y el suroccidente andino.
Transformaciones sociales
El estudio evidencia que en las dinámicas familiares hubo transformaciones que afectaron especialmente a las mujeres rurales por el aumento de la carga del trabajo doméstico, el cuidado de la familia y un mayor estrés familiar.
Los procesos de producción de las familias campesinas se habrían visto afectados por el transporte de los alimentos y el aumento de precios de muchos bienes de consumo, entre otras circunstancias. En paralelo, la ejecución de las políticas de Estado sobre el control de los procesos de erradicación de los cultivos de uso ilícito (particularmente de hoja de coca) también habría sido perjudicial para algunas de las organizaciones sociales.
En términos educativos se dieron afectaciones muy graves, ya que la población escolar tuvo todas las limitaciones conocidas en cuanto a la comunicación y el uso de internet. Según el investigador, “en el ámbito de la salud pública, aunque en el país existe un plan de intervenciones colectivas, este todavía no tiene adherencia o anclaje en la vida cotidiana de las comunidades rurales y campesinas, lo cual estaría relacionado con inexistencia o pocos recursos humanos, técnicos y financieros en el campo de la salud pública en estos territorios”.
“Evidenciamos que las personas dejaron de acudir a las instituciones de salud; por ejemplo las mujeres embarazadas y los padres de niños pequeños dejaron de asistir a sus controles médicos y de crecimiento y desarrollo, y muchos mayores fallecieron por la misma causa”, precisó el profesor Ospina.
Cuidados y controles
Señaló además que “la población campesina sí reconoce el virus, y al ver las primeras muertes por la enfermedad entendieron que no se trataba de una simple afección respiratoria, y su reacción ante la posibilidad de morir se representó en miedo agravado por las noticias falsas de internet y las redes sociales”.
“En las partes altas de Mongua, por ejemplo, la gente identifica la enfermedad a través de los síntomas y cuando se da la pérdida del gusto y el olfato, por lo que empiezan a generar estrategias para controlarla y evitar que se disemine en el resto de miembros de la familia”, detalla el grupo investigador.
En algunas comunidades, como la del caserío de Tadó (Chocó), donde habitan unas 100 familias, no permitían el acceso de personas externas a la comunidad y se cuidaban especialmente de los maestros, quienes viven en las cabeceras municipales.Aunque envían a la comunidad estudiantil con doble tapabocas, en la vida cotidiana las personas no suelen usarlo y se hacen sahumerios e infusiones en lugares públicos como forma de prevenir el contagio.
“Estas plantas dependen del territorio, pero hoy están llegando a las zonas rurales –a través de algunos mercados móviles– plantas amargas para el tratamiento, que las personas toman o se bañan con ellas. La más popular es la matarratón, y en cuanto a medicamentos el acetaminofén y la ivermectina, sobre todo en lugares donde hay ganado”, concluye el docente.