Linchamientos

Foto | Archivo - Hisrael Garzonroa
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Por | Guillermo Velásquez Forero

Guillermo Velázquez

Subirse a un taxi es muy peligroso. Además de la peste actual de covid 19, esos vehículos pueden funcionar como una trampa que usan algunos criminales para secuestrar, atracar, robar e, incluso, asesinar. A esos riesgos, y otros frutos malditos del azar, hay que agregar la posibilidad de ser linchado por una pandilla o una horda de conductores que se organiza rápidamente, a cualquier hora y en cualquier parte, para llevar a cabo esa labor cooperativa de matar a un pasajero.

Esa muerte a manos de una chusma energúmena de choferes es una suerte, una posibilidad, que no ocurre con mucha frecuencia; pero existe como un método, quizás el único, que ciertos salvajes emplean para dirimir diferencias, solucionar situaciones conflictivas o resolver problemas que puedan surgir en el desarrollo de una actividad laboral callejera como es el servicio de transporte público.

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Varias personas fueron testigos de un intento de linchamiento taxístico, en un barrio de Tunja, contra un joven universitario que utilizó el servicio y no tenía con qué pagar la carrera. El escándalo fue vistoso y concurrido, y varios vecinos salieron a ver qué estaba ocurriendo. Esa vez se frustró el asesinato del pasajero insolvente e irresponsable. Y hace unos días, en Tunja, sí lograron cumplir su objetivo de linchar un usuario o usuaria, en hechos confusos, que deben ser investigados, y condenar a la cárcel a los autores.

El servicio urbano de transporte en taxi es una actividad económica legal, importante y necesaria que contribuye al bien común, y es tan valioso que puede salvar vidas. Y el taxista es un trabajador, empleado o propietario, una persona honesta, decente y responsable, cuyo esfuerzo y dedicación es un aporte que dinamiza la sociedad. La vida y los bienes de los taxistas deben ser protegidos, en forma oportuna y eficaz, por la policía.

Un conductor de taxi no es, ni puede convertirse, en un asesino; su gremio no puede actuar como una organización criminal. La justicia por su propia mano es la barbarie, la ley de la selva; y aunque fue legalizada en Colombia por el matarife y genocida Álvaro Uribe, es un delito. La ignorancia de la Constitución y la Ley no exime del castigo al delincuente. Nadie puede suplantar a los jueces, magistrados, tribunales y altas Cortes, que son las únicas instituciones legítimas que ejercen la autoridad judicial e imparten Justicia. Y en Colombia, por desgracia, no existe la pena de muerte.     

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