Por | Teófilo de la Roca / El escribano del desierto
Nunca estuve tal lejos de mi propia clase de origen, tan lejos de sentirme hijo del pueblo, como cuando me creí grande, importante, al haber tenido ocasión de posar para la prensa, al lado de un presidente que lo fue de Colombia”.
Así llegó a expresarse un joven profesional de actividades en la provincia, luego de darse cuenta que había sido un emergente más en la política, llevado por la vanidad común: la de buscar sobresalir, así sea por algún momento, en un afán por sentirse ya perteneciente a una élite de prestigio y figuración.
No es fácil encontrar en el medio colombiano a gente de algún poder o influencia en su propio ambiente, que alcance a reflexionar sobre sí misma, a darse cuenta que la honra o el prestigio, no es asunto de llegar a codearse con tal o cual figura de la política, del gobierno, sino en ser consecuente con las perspectivas y las luchas de esas clases populares que han existido desde siempre en Colombia y que se pierden de vista, cuando se ha caído en la vanidad de ingresar al simple club de la política.
En nuestro país no sabemos por qué aparecen tan entronizados los hombres que han estado al frente de los manejos de la Nación, rodeados más de lagartos y manzanillos; y que son como los encargados de hacer creer en valores infundados de quienes han llegado a las altas esferas de los gobiernos.
Porque es cierto, el mosaico de presidentes no es que muestre siquiera uno que haya irrumpido la historia colocándose en los anhelos de un Pueblo, que siempre ha estado en trance de ser, sin que jamás lo haya logrado.
En otros términos nunca ha existido un presidente de la República capaz de asumir y defender el gran concepto de revolución. A sabiendas de que revolución, en su esencia, significa simple y llanamente cambio rápido, eficaz; siempre dentro de la perspectiva de justicia social.
En Colombia no ha existido sino uno que otro reformista. Por lo demás, se ha contado con mandatarios que poco o nada han tenido de estadistas.
Volvamos a la cuestión de fondo: no ha existido ningún presidente que haya tenido la garra política como para merecer verse entronizado en el alma y en el corazón de todo un pueblo.
Como quien dice, ha faltado la figura histórica capaz de desmontar el gran sanedrín; el mismo que en cada época va apareciendo conformado por prohombres de la política, la partidista y la de poder económico. Es el gran sanedrín, que ha tenido que ser soportado en esta Nación de historia Republicana y de extrañas experiencias de democracia. Y donde se han sentido grandes de prestigio, cualquier número de emergentes de la política, más para llamarlos simples lagartos y manzanillos, para emplear términos que hasta lo son del pueblo raso.
Lo cierto es que resulta risible el número de colombianos que, aún a esta hora, viven haciendo memoria de sus grandes capítulos de vida al lado de este o aquel personaje de la política, en épocas gloriosas que consideran.
Seguramente cuando aún no existía el fenómeno de las pequeñas y grandes mafias en los manejos de la cosa pública, de la política, sino a lo sumo el llamado clientelismo. Es triste y deprimente oír hoy al hombre de la calle diciendo: “Nos tiene llevados a la peores desgracias”.
Con fenómenos como pequeñas mafias, actuando en detrimento de los derechos esenciales de una sociedad. Como en un contagio de esferas de lo alto, de lo maldiciente y lo inescrupuloso que viven atendiendo en sus propias diligencias e investigaciones los organismos de control y por sobre todo la Justicia.
Entre tanto se sigue en una historia de presidentes, no más que programados y elegidos para lo que tanto ha importado y seguirá importando como lo prioritario: defender los intereses de una clase política y económica; así unos resentidos de lo social hablen de totalitarismos.
De todos modos la constante puede ser esta, al menos para sectores un tanto maduros en su concepto de la política, ahí sí como actitud de vida, como instrumento del más modesto concepto de revolución: “Una cosa es tener el Poder y otra muy distinta es tener la Razón”.